Hace muchos años fui hospitalizada debido a un severo caso de zoster. Catorce días después entré en un estado de semicoma. Mi papá se sentó a mi lado completamente desesperado. Los médicos le habían dicho que yo no pasaría la noche. Estaba orando desde lo profundo de su corazón cuando se acordó de su hermana que vivía en una ciudad cercana. Sabía que era Científica Cristiana, y fue a su casa para pedirle ayuda. Viendo ella la desesperación de mi padre, fue con él al hospital.
Luego de hacer salir a todos del cuarto, se paró a los pies de mi cama. Yo estaba semi-inconsciente. Yo no la conocía porque ella había estado viviendo en el extranjero, tampoco sabía nada sobre la Ciencia Cristiana. Pero a medida que hablaba de la totalidad de Dios y la consiguiente nada del mal, repentinamente pensé: “¡No tengo por qué morir!” Inmediatamente me senté en la cama.
Mi tía supo que había yo sanado y pidió que me llevaran a casa. Unos minutos antes, había estado postrada en el lecho. Ahora estaba sentada en el borde de la cama, mientras mi tía y una enfermera me vestían. Los médicos le habían dicho a mis padres que no volvería a caminar debido a una lesión espinal, como resultado de muchas inyecciones. Me pusieron en una silla de ruedas y me llevaron a un ascensor. En el primer piso mi tía me tendió las manos y me dijo que me bajara de la silla. Obedecí y salí del hospital con ella, totalmente liberada. No hubo efectos posteriores perjudiciales, y la enfermedad no ha vuelto a repetirse.
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