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Cómo encontré la verdad

Del número de abril de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La vida puede ser una gran fiesta llena de felicidad.. . hasta que un problema nos zamarrea fuerte. ¿Qué hacer entonces? ¿Buscar algún modo de escapar hasta que el problema desaparezca? Esto es lo que yo hacía. No obstante, eventualmente comencé a buscar un camino que me permitiera hacer frente al problema. La Ciencia Cristiana se convirtió para mí en ese camino.

Se podría decir que pasé por tres etapas durante el desarrollo de mi convicción de que la Ciencia Cristiana puede realmente solucionar toda clase de problemas, tanto emocionales como físicos. La primera etapa tuvo lugar cuando era yo una estudiante muy ingenua y cursaba mi primer año universitario y me hallaba tratando desesperadamente de aferrarme a un muchacho egocéntrico y pagado de sí mismo. Cuando me dijo que deseaba ser un “picaflor” por algún tiempo, sentí que el mundo se me venía abajo. ¿Con quién pasaría mi tiempo a partir de entonces?

Luego conocí a otra chica que también estaba sola. Como el muchacho con quien salía estudiaba en otra universidad, ella también necesitaba compañía. Comenzamos a ir a todas partes juntas, así que me fue natural comenzar a asistir con ella a las reuniones de la organización universitaria de la Ciencia Cristiana. La Sociedad de la Ciencia Cristiana en aquella ciudad también pasó a formar parte de nuestra actividad semanal. Empecé a sentir como si mis pies estuvieran comenzando a pararse sobre una roca, sobre algo a lo que podía recurrir cuando un problema me acosara — a ideas específicas que suavizaran las asperezas diarias. Hallé tantas verdades sólidas y buenas en la Ciencia que las pequeñas tonterías y los problemas me perecían ahora mucho menos importantes.

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