Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Cómo encontré la verdad

Del número de abril de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La vida puede ser una gran fiesta llena de felicidad.. . hasta que un problema nos zamarrea fuerte. ¿Qué hacer entonces? ¿Buscar algún modo de escapar hasta que el problema desaparezca? Esto es lo que yo hacía. No obstante, eventualmente comencé a buscar un camino que me permitiera hacer frente al problema. La Ciencia Cristiana se convirtió para mí en ese camino.

Se podría decir que pasé por tres etapas durante el desarrollo de mi convicción de que la Ciencia Cristiana puede realmente solucionar toda clase de problemas, tanto emocionales como físicos. La primera etapa tuvo lugar cuando era yo una estudiante muy ingenua y cursaba mi primer año universitario y me hallaba tratando desesperadamente de aferrarme a un muchacho egocéntrico y pagado de sí mismo. Cuando me dijo que deseaba ser un “picaflor” por algún tiempo, sentí que el mundo se me venía abajo. ¿Con quién pasaría mi tiempo a partir de entonces?

Luego conocí a otra chica que también estaba sola. Como el muchacho con quien salía estudiaba en otra universidad, ella también necesitaba compañía. Comenzamos a ir a todas partes juntas, así que me fue natural comenzar a asistir con ella a las reuniones de la organización universitaria de la Ciencia Cristiana. La Sociedad de la Ciencia Cristiana en aquella ciudad también pasó a formar parte de nuestra actividad semanal. Empecé a sentir como si mis pies estuvieran comenzando a pararse sobre una roca, sobre algo a lo que podía recurrir cuando un problema me acosara — a ideas específicas que suavizaran las asperezas diarias. Hallé tantas verdades sólidas y buenas en la Ciencia que las pequeñas tonterías y los problemas me perecían ahora mucho menos importantes.

La segunda etapa ocurrió durante un semestre universitario que pasé en Sudamérica en una pequeña aldea en las montañas en Colombia. Por supuesto no había allí médicos ni hospitales. De modo que cuando al segundo día de mi llegada me mordió un perro rabioso, tuve que tomar una rápida decisión. ¿Iba a permitir que me dominara el temor y el sentimiento de hostilidad general que me expresaban por ser extranjera? Me di cuenta de que si caía en esto, lo único que conseguiría sería empeorar la situación. Me dije firmemente a mí misma: “No, no permitas que las emociones humanas te consuman”.

El amor se convirtió en mi objetivo. Traté de amar a esos campesinos como Dios ama a todos Sus hijos, en la misma forma en que Cristo Jesús los habría amado. En la medida en que la hostilidad comenzó a desaparecer fue desapareciendo la herida de la mordedura. ¡Había tenido mi primera gran curación en la Ciencia Cristiana! Pero lo que me resultó más notable de todo fue ver que la Ciencia Cristiana no sólo sanaba problemas físicos sino también actitudes negativas. No me había dado cuenta de que esta Ciencia podía traer tantas curaciones diferentes al mismo tiempo.

La tercera etapa tuvo lugar durante el año de universidad que pasé en España. Me había inscrito en unos cursos a nivel universitario en Madrid, pero sólo podía hablar un español muy rudimentario y no podía ni leerlo ni escribirlo. ¡Qué gran prueba tuve de la inteligencia de Dios, al poder completar mis cursos en forma totalmente satisfactoria! Lo que más me ayudó fue el pensamiento de que Dios es la fuente de toda la inteligencia que el hombre posee. Comprendí, por lo tanto, que si mantenía mis pensamientos en línea con Dios, el bien, Él me daría las ideas y las respuestas correctas. ¡Y así fue! Como la Sra. Eddy lo dice en el libro de texto, Ciencia y Salud: “El Espíritu imparte el entendimiento que eleva la consciencia y conduce a toda la verdad”. Y en el párrafo siguiente dice: “Este entendimiento no es intelectual, no es el resultado de conocimientos eruditos; es la realidad de todas las cosas sacada a la luz”.Ciencia y Salud, pág. 505;

La Ciencia Cristiana me fue de gran consuelo durante todo ese año en el que tuve que hacer frente a un sentido de desorientación, soledad y nostalgia. El medio en que me encontraba, desconocido para mí, me hacía anhelar sentirme segura en mi hogar y con mi familia. Una noche cuando recién había llegado a Madrid, alojada en un frío cuarto de una casa de huéspedes, acurrucada en la cama lloré y lloré deseando mi hogar. De repente me vino al pensamiento una hermosa declaración que aparece en Ciencia y Salud: “Levantaos en la fuerza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien. Dios ha hecho al hombre capaz de esto, y nada puede invalidar la capacidad y el poder divinamente otorgados al hombre”.ibid., pág. 393. Me quedé dormida feliz.

Como resultado de estas experiencias, ya para la época en que regresé a mi país esta nueva convicción espiritual se había arraigado profundamente en mí. Mirando en retrospección me doy cuenta de qué manera el descubrimiento de la Sra. Eddy se fue desarrollando paulatinamente en mí a medida que yo lo iba aceptando y comprendiendo. El haber tenido que aplicar las ideas a diversas situaciones en mi diario vivir fue lo que me llevó a pensar en ellas como ideas que siempre había tenido. ¡Y en realidad, siempre las tuve!

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / abril de 1980

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.