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Promovamos el desarrollo espiritual de los niños

[Original en español]

Del número de abril de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hay una anécdota acerca de un niño que visitaba a menudo a un escultor y se quedaba fascinado al ver como esculpía. Un día trajeron al taller un mármol grande y cuadrado y el escultor empezó a modelar. El mármol fue tomando forma poco a poco: primero uno podía ver una figura muy vaga, luego se fue asemejando a un animal y, finalmente, quedó modelada la figura de un león. Cuando quedó terminada, el niño le preguntó asombrado al escultor: “¿Cómo sabía que adentro del mármol había un león?”

Los que tenemos hijos parecería que a veces nos sentimos como el niño de esta historia. ¿Podemos saber lo que aparecerá a medida que el niño crezca? ¿Cómo podemos sacar a la superficie sus innatas cualidades espirituales y ayudarlos a alcanzar el verdadero ideal? ¿Cómo podemos desarrollar moral y espiritualmente a nuestros hijos?

Así como el escultor sabe lo que va a aparecer, nosotros también podemos saber, por medio de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), lo que hay realmente en cada niño. En el hecho divino sólo lo que Dios ha hecho puede estar allí para verse y desarrollarse. Dios es el único creador, y Su creación expresa Su naturaleza. Siendo Dios perfecto, el hombre lo es también. Siendo Dios Espíritu, el hombre es espiritual — no un mortal material, que nace y se desarrolla en base de leyes humanas fuera del gobierno de Dios. Lo que llamamos nuestro hijo es por siempre la eterna expresión de Dios, expresión que se desarrolla en obediencia a su creador.

Esto no significa que debemos dejar de lado nuestra responsabilidad como padres humanos. Cuando un niño nace, tenemos ante nosotros — al igual que el escultor — un pensamiento sin modelar, un ideal no realizado. Sabemos lo que hay allí espiritualmente, pero nuestra tarea es sacarlo a la luz. ¿Cómo hacerlo?

Cristo Jesús amaba a los niños y sabía lo importante que es una educación adecuada. Y nos dio la mejor recomendación para promoverla, diciendo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios”. Marcos 10:14; En otras palabras, no debemos impedir que la verdadera identidad del niño se exprese mediante un acercamiento al Cristo. ¿Y no estamos nosotros mismos impidiendo, en cierto sentido, que el niño exprese su verdadera identidad a semejanza del Cristo cuando, como padres, aceptamos para nosotros un modelo diferente al del Cristo? Nuestra tarea es, por lo tanto, expresar al Cristo en nuestra vida diaria.

El niño pequeño sigue naturalmente el ejemplo que le dan sus padres. De manera, entonces, que podemos decir que, en gran medida, en aquellos primeros años el niño se va desarrollando espiritualmente de acuerdo con la manera en que sus padres expresan al Cristo. Uno de los primeros pasos que debemos dar para guiar el crecimiento del niño hacia el Espíritu es saber cómo diferenciar entre lo real y lo irreal. La inteligencia que nace de la inspiración nos capacita para discernir lo verdadero, para ver más allá del cuadro material que se nos presenta y reconocer que Dios y Su creación — la Mente y sus ideas — son las únicas realidades. Después de todo, en muchas cosas comunes corregimos el cuadro que presentan los sentidos materiales. No sólo sabemos que el sol no gira alrededor de la tierra — aunque lo vemos así— sino que también sabemos que nunca podrá hacerlo. Podemos saber con una convicción aún mayor que el hombre no está ahora en la materia, y que nunca podrá estarlo. A medida que percibimos esta verdad, no importa cuán tenuemente, podemos ayudar a nuestros hijos a que la perciban también. Y los niños empiezan a discernir desde temprana edad la presencia del Cristo, aprendiendo a ver más allá de la evidencia humana.

La educación espiritual no es una tarea fácil. Los niños están constantemente aceptando como real lo que aparece ante su ávida mirada. Pero ya hay respuestas. Por ejemplo, cuando van a la escuela, aprenden que las leyes de las matemáticas producen resultados correctos; que cuando aparece un error es porque nos hemos alejado de esas leyes; y que un error nunca es verdadero. Aprovechando esas valiosas lecciones, los padres pueden día a día explicarles a los niños cómo aplicar correcta y científicamente las leyes de la realidad espiritual — el gobierno de Dios. Los niños pueden aprender que el hombre es la idea de Dios, que la totalidad de Dios se expresa a través de todo el universo; que Dios está eternamente presente; y que Dios expresa Su tierno cuidado para todos. A medida que el niño aprende estos hechos divinos, o leyes, y ve que sus padres los aplican en su vida diaria, el niño crece espiritualmente, y esto elimina el único punto de apoyo que tiene el error: la falsa creencia.

Pero ni nosotros ni nuestros hijos podemos aprender acerca de Dios sin obediencia. ¡Cuán difícil parece esta palabra! Y puede parecer aún más difícil cuando los hijos empiezan a actuar por sí mismos. Pero aquí, nuevamente, podemos abrir amplios caminos de desarrollo para nuestros hijos a medida que comprendemos la unidad de Dios y el hombre, y demostramos esta comprensión.

Cristo Jesús, debido a su obediencia a Dios, pudo ejercer en cada etapa de su experiencia un amplio dominio sobre toda situación. Jesús demostró que el hombre, como imagen de Dios, actúa sólo de acuerdo con su original. El reconocimiento que tenía el Maestro de su unidad con su Padre le permitió hacer la voluntad de Dios sin desviarse. Tanto los padres como los hijos pueden seguir su ejemplo.

Nuestra obediencia a la ley de Dios, nuestros esfuerzos por expresar sólo Su naturaleza, demuestra nuestra unidad con Dios. Esta demostración nos resulta natural; no es algo forzado. Y aporta dominio sobre las limitaciones, liberación de lo imperfecto. Nuestra Guía, Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, dice: “Despojémonos de la creencia de que el hombre está separado de Dios, y obedezcamos solamente al Principio divino, la Vida y el Amor. He aquí el gran punto de partida para todo desarrollo espiritual”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 91.

Por supuesto, los padres a veces cometen errores. ¡Y a menudo son nuestros hijos los primeros en verlos! Pero nuestra sinceridad para ejemplificar la identidad a semejanza del Cristo, para ser obedientes y expresar nuestra unidad con Dios en la medida que la percibimos, promueve el desarrollo espiritual de los niños más que todas las palabras que podríamos decir. Y así los niños pueden ejercer su propio dominio a la manera del Cristo, dominio que se expresa en curación — no importa la edad que tengan.

Tenemos que ver que el progreso de nuestros hijos está determinado por Dios; tenemos que verlo como parte del desarrollo mismo de las ideas de la Mente. Devotamente podemos saber que lo único que puede aparecer es la gozosa manifestación de Dios.

Promover el desarrollo espiritual de nuestros hijos, ¡qué tarea! Una tarea plena de gozo, de crecimiento, de entendimiento espiritual, porque al hacerlo estamos reflejando la paternidad y maternidad de Dios. Estamos probando que la Mente se expresa a sí misma en inteligencia; el Espíritu en libertad; el Principio en obediencia; el Amor en unidad; el Alma en dominio; la Vida en continuidad; la Verdad en integridad. Así, entonces, se va esculpiendo paso a paso el pensamiento del niño de acuerdo con el modelo de Dios, y entonces aparece la más hermosa de las esculturas.

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