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Las experiencias “de tipo Eben-ezer” disipan el temor

Del número de abril de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Es posible utilizar los acontecimientos para vencer el temor, más bien que para cimentarlo. Hay cosas que podemos hacer para ganar confianza y valor de cada suceso. Hasta los sucesos desdichados pueden enseñarnos lecciones. “La experiencia es el vencedor”, nos dice la Sra. Eddy, “jamás el vencido; y de la derrota surge el secreto de la victoria”.Escritos Misceláneos, pág. 339;

Si hay algo lícito que debamos hacer, y rehusamos hacerlo porque tenemos miedo, estamos sirviendo al temor. Si obedecemos al temor perdemos las experiencias que lo destruyen.

A medida que valientemente hagamos las cosas que se nos presenten, tendremos las experiencias que influyen nuestra vida con el amor de Dios. Éstas vienen a ser señales del camino, tal como la piedra que Samuel colocó en el lugar de una victoria y le puso por nombre Ebenezer, “diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová”. 1 Sam. 7:12; Las experiencias que hemos tenido “hasta aquí” son ayudas maravillosas para darnos valor. La oportunidad de comprender una y otra vez la ayuda de Dios, labra una profunda y firme fe en la supremacía del bien y reemplaza la ansiedad con la confianza.

Hacer un esfuerzo específico y prudente para hacer lo que tememos hacer, puede ser un acto profundo y sumamente honesto de veneración. Es también obediencia a leyes científicas, y esto condiciona nuestra vida a una relación más íntima con la verdad espiritual. El temor no sólo es un consejero indigno de confianza al hacer decisiones en la escena humana; es inútil y ni siquiera existe en consciencia verdadera.

El estado natural de la mente mortal es el temor. La manera de pensar mortal — la manera de pensar que se origina en la creencia de mortalidad — es, en su naturaleza misma, autodestructiva y llena de temor. Pero la consciencia innata del hombre espiritual y verdadero es constructiva, no sabe nada de la materia y su mortalidad; por tanto, no tiene nada que temer y es intrépida.

Cuando nos damos cuenta de que el temor que expresamos o que expresan otros es nada más que la mente mortal hablando, no nos dejaremos impresionar tanto por él. Y cuando nos damos cuenta de que la mente mortal, o sea el ocuparse de las cosas materiales, nos induce al temor, nos apartaremos de las impresiones mortales y materiales. Procuraremos encontrar el hecho espiritual en toda experiencia.

En realidad, allí mismo donde el temor pretendería estar, está la salvación de Dios, el reino de los cielos. Podemos ver más allá del temor — y de lo que quisiera producirlo — hacia la sustancia de la presencia misma de Dios.

Mediante la disciplina mental podemos recordar y relatar la salvación producida y desistir del temor. Puesto que lo que compartimos con los demás es un conocimiento de la gracia salvadora de Dios y no nuestra duda trémula de temor, nuestras experiencias contribuyen a un clima de valentía. De ahí el poder de las reuniones de testimonios que se celebran en las iglesias de la Ciencia Cristiana.

El lamento de Job: “El temor que me espantaba me ha venido” Job 3:25. ha sido usado para promover histeria. El temor al temor no debería labrarse. El temor al temor es como el reflejo en espejos enfrentados entre sí. Primero aparece el temor, después el temor al temor, y después el temor al temor del temor. Tal estado de histeria puede seguir ad infinitum. En realidad, Job se dio cuenta de que las cosas que vinieron sobre él no lo destruyeron. En la historia de Job vemos la destrucción del temor, no la destrucción de Job.

En el ser verdadero, en la creación de Dios, los desastres jamás pueden ser reales. Por muchas que sean las veces que se presente un falso cuadro de desastre, no tiene por qué atemorizarnos. A medida que mantenemos nuestro punto de vista coincidiendo con el hecho científico y espiritual de que jamás ha ocurrido un desastre en la creación de Dios, ayudamos a destruir los cuadros falsos. Toda creencia en lo que no es real, en lo que produce temor, finalmente se destruye.

Cuanto más sabemos acerca de Dios, tanto menos lugar tienen las creencias en nuestra vida. En cualquier aventura científica, la experiencia es el agente que reemplaza a la creencia con el conocimiento. El evadir las situaciones lícitas que nos instruyen es deservir tanto a Dios como a la Ciencia Cristiana. Sin embargo, forzar deliberadamente una experiencia sólo con el fin de vencer el temor, puede ser temerario. El arrojar a alguien al agua o el saltar nosotros precipitadamente al agua, no siempre nos enseña que podemos nadar y que no hay nada que temer. Si bien el resultado final de cada experiencia es la verdad de que no hay nada que temer, apresurar el asunto podría dar lugar a una experiencia más rigurosa de lo conveniente.

A menudo un acontecimiento desfavorable hace una profunda impresión en el pensamiento y puede, por un tiempo, gobernar nuestra acción. Finalmente este temor tiene que ser vencido. Una experiencia basada en la oración es una eficaz purificadora de impresiones materiales. Cuanto más nos basemos en el conocimiento de la supremacía y omnipotencia de Dios, dejando que la voluntad divina dé forma a nuestros deseos y decisiones, tanto más positivas serán nuestras experiencias.

No deberíamos dejar ninguna experiencia hasta que hayamos adquirido una lección permanente de Amor a causa de ella y quedemos convencidos de que el Principio gobierna así en la tierra como en el cielo.

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