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¿Somos de los “que sinceramente buscan”?

Del número de abril de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En un artículo titulado “La mística de las matemáticas: El temor a calcular”, el autor comenta: “Nadie sabe a ciencia cierta por qué las matemáticas despiertan tanta ansiedad”.

“Bueno, después de doce años de estudiar matemáticas en la escuela pública, puedo decir por qué”, respondió un lector del artículo. “Hay pocas cosas en la vida que sean tan absolutas como las matemáticas. Un error, por pequeño que sea, resulta en una respuesta incorrecta. Intimida el tratar con una materia que siempre requiere perfección”.Time, Abril 4, 1977, pág. 7; Mas cuando nos ponemos a pensar sobre esto, ¿no es acaso más bien tranquilizante que atemorizante el saber que existe una base inflexible para obtener soluciones correctas?

Un deseo genuino aunado a un esfuerzo apropiado para familiarizarnos mejor con el Principio del universo y del hombre, puede resolver problemas humanos de toda clase. Este Principio es Dios. Este Principio es el Amor mismo, es Vida sin comienzo ni fin, — la Verdad infinita, que no incluye error alguno. El Principio divino es impecable y todos pueden probar que es totalmente bueno.

El ignorar lo que es Dios y nuestra relación con Él, es no estar a tono con la realidad. Y esta ignorancia es la raíz de todo problema.

Razonando desde este punto de vista, la Sra. Eddy dice: “Es nuestra ignorancia de Dios, el Principio divino, lo que produce la discordancia aparente, y el entendimiento correcto de Él restaura la armonía”.Ciencia y Salud, pág. 390;

Nada en nuestra vida puede compararse con la importancia de relacionarnos cada vez mejor con este Principio, Dios. Debiéramos apreciar y seguir el consejo bíblico del libro de Job: “Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz”. Job 22:21;

Incluso una pequeña comprensión empieza a destruir el temor y a darnos confianza en la infalible bondad de Dios. Este mismo Principio es también Mente omnisapiente, en la cual no hay ignorancia, opinión o creencia. Se puede confiar en que la Mente se comunicará y satisfará a todo individuo de una manera única, con precisión maravillosa — y con ternura. Todo aquel que sinceramente lo desee puede demostrar este todopoderoso y divino Principio en los detalles más mínimos y en los acontecimientos más importantes de su diario vivir.

La pregunta es: ¿Deseamos realmente demostrar el Principio, o estamos más interesados en meramente lograr mejores condiciones materiales? Nuestra respuesta a esta pregunta hace toda la diferencia. Si nuestros esfuerzos están dirigidos hacia el mejoramiento material y no estamos realmente muy interesados en familiarizarnos mejor con el Principio, o en demostrarlo, entonces hay una equivocación en nuestra premisa. El Principio es Espíritu y en su infinitud no hay materia que demostrar. El Espíritu no puede entretejerse con la materia, su opuesto, por muy intensamente que deseemos o necesitemos mejorar las condiciones humanas. Hablando estrictamente, el Espíritu no se puede usar para conseguir o deshacerse de algo que sea material. Nuestros mal dirigidos esfuerzos para usar el Espíritu, Dios, para provecho personal, o para conseguir algo material, indicarían un error y, como consecuencia, una respuesta equivocada.

La Sra. Eddy hace esta interesante declaración en el Prefacio de Ciencia y Salud: “El Principio divino de la curación se comprueba en la experiencia personal de cualquier investigador sincero de la Verdad”.Ciencia y Salud, pág. x; Refiriéndose a sí misma en calidad de autora, termina su introducción con estas observaciones: “En el espíritu de la caridad de Cristo, — como quien ‘todo lo espera, todo lo soporta’, y se regocija en llevar consuelo a los afligidos y curación a los enfermos,— ella dedica estas páginas a los que sinceramente buscan la Verdad”.ibid., pág. xii;

¿Significa esto que nos veremos frustrados al tratar de restablecer la armonía? ¡Todo lo contrario! El matemático que no obtiene una respuesta correcta ciertamente no se desespera o cree que es la intención de la ciencia de los números que él no obtenga la respuesta correcta. No. En vez de persistir en el error, vuelve a la regla correcta para corregir el error.

Y así tenemos que emprender una búsqueda más profunda, más sincera, del Principio por el Principio mismo. Esta búsqueda más profunda es inevitablemente recompensada con el encuentro de lo que realmente estamos buscando — la Vida perfecta, el Amor imparcial, la Verdad universal. En este perfecto Principio encontramos nuestra individualidad — espiritual y absolutamente perfecta. Entonces vemos que hemos sanado, que estamos más conscientes del estado normal del hombre, la semejanza de Dios.

Por otra parte, si nuestro propósito fundamental es meramente obtener una curación más bien que entender el Principio, esto puede impedir la curación. La preocupación con la necesidad de la curación física es una admisión tácita de que hay algo erróneo, imperfecto, material. Tal pensamiento se concentra decididamente en lo que ve como un estado enfermo, necesitado e infeliz del ser mortal. Y esto está directamente opuesto a los hechos espirituales, que son firmemente mantenidos por el Principio.

Me quedé sorprendida al enfrentarme con este método inmaturo de curación. Había tenido yo hemorragias pequeñas, pero constantes, por casi dos años y me había acostumbrado a vivir con un continuo dolor. Estando sola durante este tiempo, me sentía atemorizada. Diariamente leía con atención la Biblia y Ciencia y Salud en busca de curación. No es que me faltara interés en relacionarme mejor con Dios, pero la necesidad de sentir alivio era tan grande que no me daba cuenta de cuán ocupado estaba mi pensamiento con el problema.

Una noche me senté a leer Ciencia y Salud de nuevo desde el principio. Las dos declaraciones en el Prefacio que se refieren a los investigadores sinceros de la Verdad, brillaron como faros. Al instante me inundó el deseo genuino de tener un mejor entendimiento de Dios como Verdad, como el Principio divino, como Amor y Mente. Me decidí a leer el libro desde el punto de vista de un investigador nuevo. Consideré cada declaración con una reverencia nueva, leí hasta bien entrada la noche. Entre frase y frase me preguntaba: ¿Qué hay en esta declaración que pueda darme un entendimiento mejor de Dios?

Cuando comenzé a leer, el dolor era intenso, y no podía entrar en calor. Pero a medida que seguía, empezé a sentir un calor que me envolvía. Muy pronto me calenté y me sentí amada, no a solas. Debido a que estaba totalmente absorta en la nueva inspiración y alegría, no sé cuando cesó el dolor. Mas sí sé que cuando me acosté esa noche, había sanado. Las hemorragias nunca se repitieron. Y a pesar de que no sané esa misma noche de la pena que había estado sintiendo, al persistir en mi progresiva aventura espiritual, en un tiempo relativamente corto la pena se disipó.

El título marginal “Matemáticas espirituales” aparece al lado del texto en que la Sra. Eddy pregunta: “¿Quién se pondría delante de una pizarra, rogando al principio de las matemáticas que resolviera el problema?” Prosigue: “La regla ya está establecida, y nuestra tarea es aplicarla para hallar la solución. ¿Le pediremos al Principio divino de toda bondad que haga Su propio trabajo? Su obra está acabada, y sólo tenemos que valernos de las reglas de Dios para recibir Su bendición, que nos permite llevar a cabo la obra de nuestra propia salvación”.ibid., pág. 3.

Este libro revolucionario y transformador, Ciencia y Salud, ilumina las Escrituras y nos da una idea de cómo y por qué los profetas y apóstoles realizaron sus maravillosas obras. Vemos que estas obras no fueron milagros, sino el resultado perfectamente natural de su entendimiento de Dios. Mediante este libro entendemos las obras de Cristo Jesús. Página trás página nos abre los ojos para que veamos cómo podemos y debemos seguir en el camino que él señaló a sus discípulos, tanto entonces como ahora.

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