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Cuidado y mantenimiento de sistemas gigantescos

Del número de octubre de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La tecnología avanzada nos ha proporcionado sistemas gigantescos mediante los cuales las fuentes de energía, y los medios de transporte y de comunicación, son fácilmente obtenibles. Las limitaciones que enfrentaba el progreso de generaciones anteriores han disminuido en realidad, a tal grado, que podría parecer que son los sistemas mismos los que originan el progreso. Pero cuando un sistema de gran importancia deja de funcionar, como ocurrió en 1977 con el sistema eléctrico que abastece a la zona de la ciudad de Nueva York, la vida urbana repentinamente se encuentra en un estado más primitivo de aquel en que se encontraba antes de que el sistema fuera introducido. Debido a las lúgubres predicciones de que las fuentes naturales que mantienen a nuestros sistemas gigantescos, tales como el petróleo, por ejemplo, se están agotando, la gente se hace conjeturas sobre el caos general que podría sobrevenir si se nos privara de los niveles de vida que dependen de estos sistemas.

Pero ni los sistemas ni el personal tecnológico que los diseñan, edifican y operan, son los agentes verdaderos mediante los cuales el caos es transformado en armonía. Las Escrituras y la Ciencia Cristiana aclaran que todos los aspectos de la existencia humana son productos del pensamiento. La vida humana mejora cuando el pensamiento se acerca a lo divino o empeora cuando se aleja de él.

Si aceptamos el punto de vista materialista que dice que los sistemas humanos son los agentes del progreso, estamos haciendo dioses de los productos del pensamiento humano, y nuestros niveles de vida quedan expuestos al deterioro. Pero si, por el contrario, aceptamos el punto de vista espiritual de que Dios es el Principio único por el cual el hombre es gobernado, y que el Cristo, la verdadera idea de Dios, es el único agente del progreso humano, empezamos a descubrir la verdad de que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”. Rom. 8:28.

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