Hace unos cuantos años, a mi regreso de un largo viaje alrededor del mundo, fue evidente que me hallaba muy enferma y que necesitaba de atención especial. Me llevaron a una casa de reposo para Científicos Cristianos, cerca de la ciudad de Nueva York. Aun cuando estaba recibiendo ayuda de una practicista de la Ciencia Cristiana, no deseaba continuar viviendo. Trastornos internos me producían constantes náuseas, fiebre, dolor y pesadillas. Además, el futuro acusaba problemas que temía afrontar.
A la mañana siguiente de mi llegada a la casa de reposo una enfermera vino a atenderme. Me miró con gran amor y me dijo: “Querida mía, ¡viva, viva!” Me conmovió que una persona totalmente ajena a mí deseara tan sinceramente que yo viviera, pero me sentía muy fatigada para seguir adelante.
Una noche, varias semanas más tarde, sentí un poderoso deseo de entregarme a la muerte. Mientras me debatía entre aceptar o no esta sugestión, una enfermera, que estaba sentada al lado de mi cama, captó esta tentación y me instó a no aceptarla. Recordé entonces el amoroso cuidado que me prodigaban las enfermeras, la devoción de mi hija y de la practicista, y comprendí que no podía dejarme vencer.
Esa noche, por la primera vez en dos meses, pude dormir pacíficamente. Al amanecer pensé en estas palabras: “El entendimiento de que la Vida es Dios, el Espíritu, prolonga nuestros días, fortaleciendo nuestra confianza en la realidad imperecedera de la Vida, su omnipotencia e inmortalidad” (Ciencia y Salud por la Sra. Eddy pág. 487). Me desperté contemplando una habitación que parecía llena de vida —¡de una vida maravillosa, bella, vibrante! Y me sentí llena de gratitud hacia Dios por la Ciencia Cristiana y por nuestra Guía, la Sra. Eddy, y por todos aquellos que me estaban ayudando. Ante tan poderosa gratitud, las sugestiones de enfermedad que pretendían causarme daño físico, no podían persistir, y gradualmente desaparecieron.
Pero en la casa de reposo ocurrió algo más que mi curación completa. Antes de mi matrimonio había yo actuado en muchos conciertos como pianista para cantantes. Después toqué ocasionalmente, hasta que dejé por completo de hacerlo. En el salón de la casa de reposo había un bello piano de cola, y una tarde me sentí impelida a tocarlo. Al día siguiente supe que una visitante, muy versada en música, había preguntado quién había tocado. Atendiendo a sus deseos toqué todas las noches durante el resto de mi permanencia allí. La víspera de mi retiro nos encontramos por primera vez. Me alentó a prepararme para tocar en público nuevamente, porque iba a haber una actuación en la cual ella quería que tocáramos juntas cuando su salud se restableciera. Éste fue mi incentivo para comenzar a practicar otra vez. Un año más tarde se me presentó otra oportunidad, por otras vías, para tocar en público, y desde entonces he continuado haciéndolo.
Esto sucedió hace diecisiete años, y desde entonces he llevado una vida llena de actividad muy agradable, de viajes y de experiencias interesantes. Mi gratitud por todos aquellos que me ayudaron a lograr esta curación maravillosa continúa aumentando. Hoy puedo decir en las palabras de Pablo: “A Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento” (2 Corintios 2:14).
Estoy especialmente agradecida por haber tomado instrucción en clase de la Ciencia Cristiana y por las reuniones anuales de la asociación, porque ellas han ampliado la comprensión que adquirí en la casa de reposo; a saber, que la Vida es Dios, el Espíritu.
Nueva York, Nueva York, E.U.A.