Horacio, que tenía casi tres años, era alumno de la Escuela Dominical de una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, a la que pertenecían sus padres. En ella había aprendido que: “Dios es amor” 1 Juan 4:8. y que todas las personas y los animales son realmente creaciones espirituales de Dios, el Amor. Por tal razón sabía que no tenía que temerle a ninguna persona o cosa con la que estuviera en contacto.
Un día fue con su papá a la oficina de correos, y había mucha gente esperando en las ventanillas para ser atendida. En un rincón estaba un perrito atado, y Horacio fue a acariciarlo. Se había olvidado que le habían dicho que no acariciara a perros que no conocía.
Grande fue su sorpresa cuando el perro le saltó y le mordió la mejilla. Algunas de las personas que estaban cerca gritaron, y el papá de Horacio de inmediato corrió a su lado, cubrió la herida con su pañuelo, y por unos momentos con gran ternura recostó la cabecita del niño contra su pecho. Él estaba declarando la verdad: que el hijo de Dios siempre está libre de daño.
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