Todo hijo de Dios, toda idea espiritual concebida por la ley divina de la Verdad y el Amor, tiene propósito, legitimidad, destino divino. Ni una sola idea espiritual carece de lugar en el plan de Dios. Ninguna puede quedarse fuera de la ley infinita de Dios.
La creación de Dios es un universo de perfección. Finalmente, toda la humanidad se someterá a esta verdad definitiva. Abandonaremos las limitaciones de la mortalidad — la creencia de que la materialidad en vez del Espíritu es la base de la existencia — y reconoceremos la validez de la idea pura de Dios.
Este reconocimiento se obtiene gradualmente, a medida que rechazamos las creencias del mal y aceptamos la totalidad de Dios y Su bondad. La legitimidad de todo individuo no procede de un parentesco mortal, sino directamente de la Verdad divina. Puesto que Dios es el único creador, la naturaleza verdadera del hombre es enteramente espiritual. Cuanto más claramente se comprende que Dios es la única fuente del ser, tanto más los acontecimientos humanos reflejarán firmemente la verdad divina.
La legitimidad genuina tiene sus raíces en la ley divina, y hay que hacer que la experiencia humana esté en conformidad con esta ley. La concepción de una criatura dentro de la protección de la ley moral y humana promueve la legitimidad que nace de la Verdad. Los niños merecen este clima de pensamiento profundamente moral porque les provee protección y apoyo de importancia vital para su desarrollo. ¿Pero qué decir de las ocasiones en que los hijos no han sido concebidos bajo el abrigo de cualidades morales tales como la pureza y sabiduría, la virtud e integridad? Una comprensión profunda de la ley divina que describe a Dios y la relación de Él con Su idea perfecta, nos capacita para experimentar una reformación sanadora; y esto es esencial cuando las cualidades mentales que contribuyeron al nacimiento de una criatura no fueron exactamente morales y espirituales.
Dios no produce una idea que no sea necesaria. Todo pensamiento de Dios es esencial para Su compleción. Puesto que la creación de Dios es totalmente espiritual, Sus hijos son inocentes, nacidos del Amor y la Verdad. Estos hechos divinos traen curación en aquellos casos en los que la actitud original de los progenitores estaba rodeada de móviles erróneos, libertinaje y acciones impulsivas.
El hijo de Dios jamás es el producto de la ignorancia, la inmoralidad, la ingenuidad; jamás es el resultado del pecado o la equivocación. El hijo de Dios no nace de la mortalidad. El hijo de Dios es la expresión del Amor inmortal, nacido de la ley divina y dentro del orden de la bondad divina. La creencia de que los actos erróneos son irrevocables, de que sus resultados no se pueden anular sino que a la larga se volverán contra nosotros y nos despedezarán, cederá ante una comprensión mayor de que Dios es el padre y madre de todos Sus hijos.
El concepto de que una persona es un mortal abrumado por previos elementos ilegítimos de pensamiento, es una mentira. La Sra. Eddy nos da un diálogo escrito, un coloquio, entre El bien y El mal. El mal afirma: “Una mentira es tan auténtica como la Verdad, aunque no sea una criatura tan legítima de Dios”. La refutación de El bien hace referencia a Edmundo, el hijo ilegítimo de Glocester, en la obra El Rey Lear de Shakespeare, y después con apremiante certeza insiste: “Ahora bien, Dios no tiene hijos bastardos que se vuelven contra su Hacedor para despedazarle. El linaje divino nace de la ley y del orden, y la Verdad sólo conoce tal linaje”.La Unidad del Bien, págs. 22–23.
Los padres, o hasta la misma sociedad, se pueden preguntar cómo los efectos de esta época, cuyas semillas fueron plantadas muchos años atrás, podrían cambiarse. La Ciencia Cristiana explica que el pasado, para cada uno de nosotros, se compone esencialmente de puntos de vista del pasado que continúan evolucionando en el presente. La historia de un pasado improductivo puede revisarse en el pensamiento actual y sus errores pueden ser corregidos. Cualquier valor que el pasado pueda tener para nosotros en lecciones aprendidas, depende de nuestra habilidad presente para clarificar espiritualmente nuestro concepto del pasado. A medida que sinceramente podamos ver más claro la naturaleza de Dios y Su creación, nuestros puntos de vista sobre acontecimientos humanos, tanto del pasado como del futuro, entrarán más claramente en foco.
Nuestra espiritualización del pensamiento trae consigo la capacidad para corregir el registro material en la escena humana, esto es, para obtener una perspectiva más exacta de los acontecimientos. La creencia de que el bien es inherente a la materia, o que se obtiene de ella, es lo que oscurece la experiencia, pasada o presente. El remover esta creencia puede revelar la bondad de Dios aun en aspectos que antes parecían muy oscuros. “La historia humana necesita revisarse y el registro material borrarse”,Retrospección e Introspección, pág. 22. nos aconseja la Sra. Eddy.
Pero este proceso de revisar y borrar puede efectuarse correctamente sólo mediante el crecimiento espiritual. Es inútil que recordemos el pasado ansiosamente, deseando que las cosas hubieran sido diferentes. Pero podemos ajustarnos a la ley divina tan completamente, y discernir el registro divino de perfección tan claramente, que nuestras vidas serán en verdad transformadas por el Cristo, la idea verdadera de Dios. Entonces veremos el pasado bajo una nueva luz y arreglaremos las cuentas eficazmente con los actos erróneos. Finalmente descubriremos que, desde el punto de vista divino, el pecado no tiene poder, no tiene sustancia, es irreal. Podremos confirmar la promesa de Jeremías: “No dirán más: Los padres comieron las uvas agrias y los dientes de los hijos tienen la dentera”. Jer. 31:29.
Cuando las dificultades actuales con los hijos parecen estar arraigadas en acciones al margen de los mandatos de la moral que fueron cometidos por los progenitores, los conceptos limitativos de un parentesco mortal y un nacimiento mortal pueden romperse. Podemos discernir lo que Dios ha creado, y nuestra expresión de paternidad y maternidad espirituales nos permitirá experimentar una transformación que corregirá los acontecimientos. Entonces se eliminará el sufrimiento acarreado por acciones pasadas erróneas.
Se comprobará que la inmutable e indiscutible ley de Dios de virtud e inocencia es el único poder que gobierna al hombre. Los actos perjudiciales darán lugar a la ley y orden divinos. Los padres y sus hijos se acercarán un paso más hacia su verdadera relación con el Padre-Madre Dios.