Todo hijo de Dios, toda idea espiritual concebida por la ley divina de la Verdad y el Amor, tiene propósito, legitimidad, destino divino. Ni una sola idea espiritual carece de lugar en el plan de Dios. Ninguna puede quedarse fuera de la ley infinita de Dios.
La creación de Dios es un universo de perfección. Finalmente, toda la humanidad se someterá a esta verdad definitiva. Abandonaremos las limitaciones de la mortalidad — la creencia de que la materialidad en vez del Espíritu es la base de la existencia — y reconoceremos la validez de la idea pura de Dios.
Este reconocimiento se obtiene gradualmente, a medida que rechazamos las creencias del mal y aceptamos la totalidad de Dios y Su bondad. La legitimidad de todo individuo no procede de un parentesco mortal, sino directamente de la Verdad divina. Puesto que Dios es el único creador, la naturaleza verdadera del hombre es enteramente espiritual. Cuanto más claramente se comprende que Dios es la única fuente del ser, tanto más los acontecimientos humanos reflejarán firmemente la verdad divina.
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