La tendencia del pensamiento humano, aun cuando haya sido instruido en la Ciencia Cristiana, es la de vacilar entre el hecho espiritual de que el hombre, como idea de Dios, es eternamente perfecto, y el sentido mortal de la existencia con su pecado y enfermedad. No podemos destruir permanentemente ningún error de pecado o de enfermedad sin encarar esta tendencia. Los errores que reaparecen nos molestarán mientras nuestra percepción de la existencia esté basada sobre un juicio falso del origen y de la naturaleza del hombre.
El despertar espiritual que trae curación es el darse cuenta claramente de la irrealidad del pecado y de la enfermedad, tener la convicción de que estos errores jamás han sido verdaderos, o enviados por Dios, y que el hombre real, cuyo origen está en Dios, jamás los ha experimentado. Ésta es la ley de la Verdad que corrige y sana los llamados malestares crónicos, como también el hábito de obrar mal.
Cristo Jesús llegó al corazón del asunto cuando declaró: “Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino”. Mateo 5:25. La Sra. Eddy aclara más esta declaración diciendo: “No permitáis que pretensión alguna de pecado o enfermedad se desarrolle en el pensamiento. Desechadla con la convicción firme de que es ilegítima, porque sabéis que es tan imposible que Dios sea el autor de la enfermedad como que lo sea del pecado”.Ciencia y Salud, pág. 390.
La Ciencia Cristiana destruye la indecisión con la percepción clara de que la mortalidad misma es una suposición que no tiene fundamento. El hombre que Dios crea a Su imagen es el único hombre verdadero. Reconocer que este hombre es lo que realmente somos es ponernos de acuerdo con nuestro adversario pronto, mientras estamos “en el camino” con él. La referencia del Maestro a estar “en el camino” con el adversario, recalca la exigencia de que desechemos como irreal toda pretensión de mortalidad aun cuando estemos, o nos parezca que estamos, en esa condición. Cumplir con esta exigencia pronto, tiene que ver no tanto con el tiempo como con la constancia.
Se cuenta la historia de un vaquero que entró en el taller de un herrero. Momentos antes, el herrero había sacado del fuego una herradura y la había puesto sobre el banco para que se enfriara. El vaquero sin darse cuenta agarró la herradura y, por supuesto, la soltó inmediatamente.
—¿Qué pasa? — preguntó el herrero. ¿Está muy caliente?
— No, — contestó el vaquero — lo que pasa es que no me lleva mucho tiempo ver una herradura.
Si esta historia es análoga a la vida humana, puede ser que no siempre podamos evitar “agarrar y soltar” las creencias perjudiciales de los sentidos materiales. Tal vez creamos que esta tendencia es inherente a la condición humana. Pero tal conclusión pasa por alto un punto importante: que la capacidad para percibir la posibilidad de que una herradura pueda estar caliente, está también a nuestro alcance. Si el vaquero hubiera tenido en cuenta esta posibilidad, no hubiera cometido el error en primer lugar.
Esto no quiere decir que hemos de tratar los errores de los sentidos materiales sobre un nivel humano, usando sólo capacidades humanas para protegernos. La comprensión espiritual de la perfección, armonía y dominio del hombre, y la capacidad inmediata para usar esta comprensión, ya existen en nosotros. El sentido espiritual jamás deja el reino de la Verdad, sino que se aferra firmemente a él.
La Ciencia Cristiana revela que el Cristo es la idea verdadera de Dios y la verdadera identidad de todo individuo. Jesús presentó la expresión más elevada del Cristo que jamás haya sido manifestada en forma humana. La Biblia nos dice que él “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Hebr. 4:15. Jesús percibía las pretensiones del pecado y la enfermedad pero no les atribuía realidad. Aferrándose firmemente a su identidad espiritual en Cristo, demostró para siempre que el yo humano no está inevitablemente atado a los defectos humanos.
En el Cristo, no estamos sujetos al testimonio de los sentidos materiales. Pablo reconoció esto cuando declaró: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”. Rom. 8:1. En la Verdad, el hombre no tiene capacidad para pecar o para enfermar. Ésta es la libertad que le pertenece siempre al hombre como hijo de Dios.
Es posible que a veces usted y yo parezcamos vacilar entre este punto de vista absoluto de la Verdad y nuestras luchas de cada día con el error, pero la fortaleza para demostrar nuestro dominio y libertad espirituales siempre está con nosotros. Esta fortaleza proviene del Cristo, dentro de nosotros.
El error no se hace verdadero al permanecer en la memoria. La sugestión de que lo que ocurrió una vez pueda ocurrir nuevamente pertenece a la suposición. La Mente divina jamás se repite, y está continuamente sacando a luz el bien inagotable. La manifestación de las ideas de Dios nos trae una seguridad más grande del desbordante amor que Dios nos tiene.
No tenemos por qué soportar los malestares crónicos o la agonía de errores que se repiten. En vez de preguntarnos si un dolor retornará o si tendremos que encarar nuevamente una experiencia desdichada, deberíamos emerger de todo encuentro con el error fortalecidos con nuevo valor y a la expectativa de un bien más elevado. Por muy tenue que pueda parecer nuestra comprensión de la Verdad, es más fuerte que el error que refuta. La victoria pertenece a Dios y es irrevocable.
Podemos reconocer aquí y ahora el poder del Cristo para sanar todo mal. Podemos elevar nuestro pensamiento hacia la comprensión del ser espiritual y mantenerlo allí. De esta manera la Ciencia Cristiana encara eficazmente la creencia en errores que reaparecen.