No hay nada más valioso en la vida que el poder distinguir entre el bien y el mal, y escoger lo primero y rechazar lo segundo.
Hubo una época en la que yo suponía que otros trataban de perjudicarme, de hacerme mal. Vivía atemorizada, creyendo que tales personas constituían un inminente peligro. Oré y estudié Ciencia Cristiana mucho para escapar de lo que creía era un ataque personal agresivo. Sabía que Dios era bueno y todopoderoso. Entonces me acordé de Don Quijote, quien creyó que los molinos de viento eran gigantes. Después de haber sido derribado por uno, todavía se justificó alegando que un mago maléfico, envidioso de su gloria, había transformado a sus enemigos en molinos.
¿Estaba yo luchando contra molinos de viento? ¿Veía enemigos donde sólo estaba mi creencia subjetiva? Estos interrogantes me llevaron a leer en la Biblia: “No tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo”. Efes. 6:12. Sí, luchaba contra “molinos de viento”, creyendo que eran adversarios verdaderos, personificando así a la mente mortal, o a la creencia en el mal. Pero la Verdad, el Cristo, por medio del poder de Dios, descubrió la impostura y me abrió los ojos. Comprendí entonces que no estaba ante agresores verdaderos, sino ante una creencia del error, que era ficción, nada. Recordé y leí lo que dice la Sra. Eddy: “Me opongo a todos los ataques personales y me declaro en favor de combatir sólo el mal, en vez de a la persona”.Escritos Misceláneos, págs. 284–285. Dejé de considerar el caso desde el punto de vista de mi yo personal y rechacé toda tentación de justificación propia. El temor desapareció, dando lugar a una suave ternura hacia aquellas personas que tanto había temido. Así fue posible recuperar la paz, armonía y buena voluntad mutuas.
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