Una mujer que estaba buscando una nueva casa le preguntó a un practicista de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens): “Si mi lugar está divinamente establecido, ¿por qué siempre tengo que mudarme?”
La Ciencia Cristiana nos asegura que cada uno de nosotros posee su lugar correcto, uno que le es propio, que nadie más puede ocupar y del que no podemos ser desalojados. Esto es cierto para todos, incluso para los que el mundo llama refugiados sin hogar. Este lugar que todos poseemos se encuentra aquí y ahora en la consciencia otorgada por Dios; es espiritual, no material, porque todo ser verdadero es divino, no mortal. Pero tenemos que reclamarlo.
La Ciencia Cristiana nos enseña el orden divino del ser genuino, en el que hay un hogar permanente para cada idea. Nos enseña, también, que la Mente divina, o Dios, está en constante control y que cada identidad tiene una individualidad distinta. Dios es Espíritu. El hombre es espiritual. Y, por ende, su lugar correcto y único también es espiritual, lo que implica que posee identidad, propósito y utilidad auténticos.
Si pensamos que nosotros o los demás somos mortales que vivimos en una localidad material, podría parecer que estamos en un lugar que no nos corresponde, tratando de colocarnos en el lugar correcto; o tal vez, cuando tengamos que mudarnos de lugar, nos apeguemos a lo que parece correcto a nuestro limitado sentido. Sin embargo, como ideas espirituales de Dios, comprendidas en el orden divino, en realidad nunca estamos, correcta o equivocadamente, en la materia.
¿Cómo puede esta comprensión ayudarnos a encontrar una casa, especialmente cuando la inflación, la recesión económica y el hacinamiento parecen menoscabar la individualidad y privar a las personas de un sentido de lugar seguro? Nos ayuda porque nos hace ver que lo que parecen ser condiciones materiales son esencialmente mentales. Por lo tanto, podemos cambiar el efecto que aparentan tener sobre nosotros y los demás revisando nuestra percepción de esas condiciones. Primero, nosotros mismos dejamos de sufrir por causa de ellas. Luego los demás comienzan a beneficiarse.
El valor de la sustancia espiritual nunca fluctúa. La economía divina nunca sufre depresión. Siempre hay lugar para todos — y abundancia para todos — en la creación de Dios. Y comprender genuinamente estas verdades espirituales es comenzar a experimentarlas. Aun en un plano humano, nuestro lugar nunca es estático como una carta en un casillero. A veces se moviliza y evoluciona, pareciéndose más a un automóvil en la carretera. Nuestro hogar en la tierra cambia según se modifican nuestras necesidades humanas. Nuestra comprensión espiritual, sin embargo, es la que hace que nuestros cambios y ajustes sean progresivos y gozosos.
Cristo Jesús nos dio un claro sentido del nexo entre las ideas espirituales absolutas y los conceptos humanos cuando enseñó a sus discípulos a orar así: “Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. Mateo 6:10.
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, interpreta este pasaje de esta manera: “Capacítanos para saber que — así en la tierra como en el cielo — Dios es omnipotente, supremo”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 17.
La voluntad de Dios es lo que Él requiere para Su creación: orden, armonía y expresión individual de todas las cualidades divinas. Su voluntad revela la mejor, más sabia y apropiada provisión posible para cada uno de Sus hijos: una provisión de ideas espirituales que manifiesta abundantemente la naturaleza de Dios. Y el cielo representa el orden divino, en el cual se cumple la voluntad de Dios. De este modo, traemos el cielo a la tierra reflejando mejor el orden divino en nuestra vida cotidiana.
Es evidente que debemos tener un sentido mental del orden antes de que el orden se pueda manifestar concretamente. Si nuestro concepto del orden ha de ser divino, tendrá que ser algo más que un mero enfoque personal y humano de la corrección y el esmero. Tiene que renunciar a toda voluntad mortal, a todo plan puramente egoísta y a las ideas humanas preconcebidas, así como también a los hábitos, gustos y tradiciones destructivos. En realidad, el orden divino nos exige una nueva percepción de nosotros y de los demás, un sentido nuevo y más espiritual de nuestro lugar y nuestro propósito. Y, sobre todo, exige una nueva percepción de la infalible solicitud del Amor divino para con cada uno de nosotros. Esto se debe extender a todos, en todas partes. El cielo es para todos.
Nunca hay nada duro, severo o inexorable en la voluntad de Dios para con nosotros. No se trata de una disciplina de tipo marcial, impuesta implacablemente desde afuera so pena de ser castigado. La voluntad de Dios nos guía, no nos maneja. La voluntad de Dios es apacible, tranquilizadora y persuasiva, y se granjea nuestra pronta obediencia tan pronto como comprendemos que es el único camino que promete no desamparar situación o individuo algunos. El cielo, el estado de pensamiento que expresa la voluntad de Dios, no es un paraíso remoto o futuro, sino un paraíso presente y alcanzable. La Sra. Eddy compara el cielo con el hogar. Ver ibid. 589:14.
¿Qué diremos del infierno? Que no es un lugar — una localidad física — sino el temor de encontrarnos fuera de lugar, ya sea que no tengamos un lugar o que nos encontremos en uno equivocado. A veces, esto ocurre como resultado de una acción inmoral o contraria a las leyes. Es evidente que el automovilista que desobedece una luz de tráfico no está en su lugar correcto.
Cuando nuestro lugar correcto parece elusivo, difícil de encontrar y conservar, tenemos que preguntarnos: “¿Estoy creyendo que he encontrado un lugar fuera del orden divino, donde la voluntad de Dios no se puede imponer, un punto aislado desvinculado del cielo? Si es así, debo de estar creyendo que Dios no es ‘omnipotente’ y ‘supremo’ ”.
Hablando del Sermón del Monte de Jesús y de la forma en que lo enunció, la Sra. Eddy escribe: “En esta sencillez, y con tal fidelidad, vemos a Jesús ministrar la necesidad espiritual de todos los que se pusieron bajo su cuidado, siempre guiándolos hacia el orden divino, bajo el influjo de su perfecta comprensión”. Y agrega más adelante: “Cuando él estaba con ellos, una barca de pesca se volvía un santuario, y la soledad se poblaba de santos mensajes del Padre que es Todo”.Retrospección e Introspección, pág. 91.
Para el sentido mortal, una barca de pescadores parece frágil y vulnerable y dista de ser un santuario. Pero Jesús hizo de ella un refugio seguro, y desde allí impartió la atmósfera divina: seguridad y felicidad. Esto es lo que ocurre en nuestra experiencia cuando comenzamos a comprender la voluntad de Dios para nosotros y empezamos a aceptar nuestro lugar en el orden divino, sin ninguna reserva o resistencia mentales. Así aprendemos gradualmente a reconocer la supremacía y la omnipotencia de Dios allí donde nos encontramos. Nos sentimos queridos, seguros y útiles, y el hogar correcto para ese momento se encuentra entre las cosas que son consecuencias naturales de esa comprensión.