Desde que mi testimonio apareció en el Christian Science Sentinel hace unos veinte años, he continuado teniendo pruebas del cuidado sanador de Dios. Sané de una protuberancia que me salió en la cabeza, pero después me apareció otra. Aunque no me dolía se notaba mucho y el cabello no lograba ocultarla. Le pedí ayuda a una practicista de la Ciencia Cristiana, quien me explicó que ese falso sentido de sustancia no había sido creado por Dios, el Espíritu, y que, por lo tanto, no era real y nunca había tocado mi ser verdadero. Después de unas pocas semanas de la oración de la practicista la protuberancia se abrió, se secó y mi curación fue completa.
No hace mucho, sufrí por varios días de un dolor casi intolerable. No podía dormir y cada mañana me levantaba muy temprano y me paseaba por el cuarto. Me esforzaba por reconocerme realmente como la imagen perfecta de Dios, Su idea espiritual. En Ciencia y Salud (pág. 463) la Sra. Eddy escribe: “Una idea espiritual no tiene ni un solo elemento de error, y esta verdad elimina debidamente todo lo que sea nocivo”. Este dolor era realmente nocivo, y comenzó a hacérseme dificultoso pensar.
Una mañana alrededor de las cinco llamé a la practicista anteriormente mencionada, quien me dio varios pasajes para estudiar, incluyendo la respuesta de la Sra. Eddy a la pregunta “¿Qué es el hombre?” (ibid., págs. 475–477). Como no sintiera alivio, las personas más allegadas a mí se inquietaron mucho. Una de ellas insistió en llamar a un médico (cosa que yo no había hecho por más de treinta años). Cuando el médico llegó, inmediatamente le expliqué que yo era Científica Cristiana y que no aceptaría tratamiento médico. Después de examinarme someramente, dijo que creía que se trataba de un cálculo en el riñón y que arreglaría una cita para que me sacaran una radiografía.
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