Cada uno es individual. Ya sea que estemos casados o no, que nos hayamos divorciado o que seamos viudos, cada uno de nosotros es, real y espiritualmente, el reflejo individualizado del Dios único indivisible. Cada uno de nosotros es completo y único. Nuestra identidad verdadera no está clasificada en categorías humanas.
La gente anhela comprender y expresar su propia individualidad. Algunas veces la búsqueda de este entendimiento es frustratoria, porque se encara sólo desde un punto de vista material. La preocupación actual por la realización propia a menudo conduce hacia el infructuoso camino de la satisfacción inmoderada de los deseos. El pensamiento se concentra en el “yo”. El magnetismo animal, la supuesta atracción de la materialidad, puede sugerir que el sensualismo es un medio de logro total. Pero, este camino lleva a la frustración y la enajenación.
¿Qué es lo que falta en esta vacuidad que se concentra en sí misma? El amor. “Pero eso es justamente lo que estoy buscando”, es la respuesta. Buscando pero no expresando. La verdadera satisfacción propia se encuentra expresando el Amor que es Dios. Las cualidades espirituales que constituyen nuestra verdadera identidad espiritual, tales como la integridad, la pureza, el amor, el gozo, traen consigo la oportunidad de expresarlas. La Sra. Eddy nos dice: “La felicidad consiste en ser bueno y hacer el bien; sólo lo que Dios nos da, y lo que nos damos a nosotros y a los demás mediante Su tenencia, confiere felicidad: el mérito consciente satisface al corazón hambriento, y nada más puede hacerlo”.Message to The Mother Church for 1902, pág. 17.
La realización de nuestro mérito se halla únicamente alejándonos de la personalidad humana limitada, enigmática. Nuestra identidad espiritual como expresión de Dios es la única realidad, aun cuando el concepto material e imperfecto de hombre mortal aparezca a los sentidos materiales. Nuestra verdadera naturaleza emerge a medida que nuestro pensamiento es transformado mediante el crecimiento espiritual, y purificado mediante la destrucción de la manera de pensar mundana y sensual. La Sra. Eddy nos dice: “Los mortales tienen que emerger de esta noción de que la vida material es todo-en-todo. Tienen que romper sus cascarones con la Ciencia Cristiana, y mirar para afuera y hacia arriba”.Ciencia y Salud, pág. 552.
El sentido físico de la vida se somete progresivamente a la percepción y práctica de la Ciencia del ser, que revela que el hombre y la mujer son creados por Dios. Cada uno de nosotros es completo, porque cada uno refleja la imagen plena de las cualidades divinas, de elementos masculinos y femeninos. De esta manera, le es natural a la mujer ser fuerte e inteligente así como tierna y sensitiva. El hombre, por su parte, puede manifestar dulzura y pureza así como fuerza y valor. Cuando aprendemos por medio de la Ciencia Cristiana que sólo Dios establece nuestra verdadera identidad, no podemos sentirnos ni incompletos, ni limitados por la identificación sexual, ni atrapados en una relación humana.
Supongamos que una persona soltera anhela un matrimonio sólido y feliz. Esa persona puede probar por medio de la Ciencia que Dios cuida de nuestras necesidades individuales. Pero, ante todo, es necesario darse cuenta de que el matrimonio en su sentido más elevado se encuentra en la unidad inseparable del hombre con Dios, con el Amor divino.
“Tu marido es tu Hacedor”, Isa. 54:5. el profeta aseguró a la gente de Israel, y ciertamente el hombre y Dios están siempre unidos. A medida que estamos conscientes de esta relación espiritual invariable, sentimos la verdadera presencia del Amor que llena cualquier vacío en nuestra vida. Junto con una comprensión de la permanencia del Amor necesitamos reclamar nuestra compleción individual como la expresión del Padre-Madre Dios. Todo elemento comprendido en la totalidad de Dios es expresado por el hombre. Los matrimonios felices, como también un celibato satisfactorio, evidencian estos hechos espirituales.
Si elegimos permanecer solteros, no es necesario que nos sintamos fuera del ritmo del mundo, o presionados por la familia o la sociedad para contraer matrimonio. Algunas personas hoy en día han optado por seguir una carrera en vez de casarse, o quizás se han visto en esta situación no por haberla elegido, sino por las circunstancias. No obstante, ser soltero no significa verse privado de una experiencia esencial, ni del gozo del compañerismo. El hombre nunca está separado del Amor.
Es posible que a veces un adulto soltero (o aun la persona casada) sienta la atracción de la sensualidad. Tanto el hombre como la mujer pueden sentirse presionados a quebrantar las normas morales. El cultivar la sensibilidad espiritual puede fortalecer nuestra resistencia a estas presiones, ya sean externas o que parezcan ser los impulsos de nuestro propio pensamiento. En ambos casos son las imposiciones futiles del sentido físico, el resultado de la falsa educación, más bien que del deseo legítimo.
El magnetismo animal querría hacernos creer que es posible que el soltero sea inducido a mantener una relación inmoral o estilo de vida pervertido. Pero esta cruel insinuación es una conclusión proveniente de los valores distorsionados de la mente mortal, la falsa mentalidad carnal. Debemos valientemente afirmar la supremacía de la Mente divina — comprender que es la única que origina todo pensamiento y sentimiento verdadero, la única que gobierna al hombre — y dejar que la sensualidad y la insinuación se desmoronen por su propio peso.
¿Puede una persona que está indecisa en elegir entre el matrimonio y su carrera encontrar una guía segura para ocupar su propio nicho? Al enfrentar tal decisión deberíamos poner el asunto en manos de Dios. El deseo de demostrar nuestra unidad con la Mente divina nos hace receptivos a su dirección precisa e inequívoca.
Quizás no tengamos que hacer la decisión de elegir entre una cosa y la otra. Muchas personas combinan con éxito su carrera con el matrimonio. El factor más importante es basar nuestras acciones sólidamente sobre una percepción de nuestra individualidad espiritual, sobre nuestra indivisibilidad del Principio. Necesitamos liberarnos y confiar en la seguridad divina de que Dios gobierna Su propia manifestación perfectamente.
La vida de Cristo Jesús sirve como modelo para la persona que quiere ayudar. Jesús demostró su singularidad, su unicidad, en una vida humana magnífica que culminó en el triunfo sobre la muerte. Él demostró que la individualidad es eterna.
Nuestra unicidad y compleción espirituales permanecen invariables. A medida que el concepto finito de personalidad se someta al discernimiento y expresión de nuestra individualidad espiritual, viviremos más satisfechos, y nuestras relaciones con los demás servirán para demostrar nuestra inseparabilidad del Amor.