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La maternidad divina

Del número de mayo de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Perdí a mi madre cuando tenía yo diecinueve años. La Ciencia Cristiana me curó rápidamente del pesar porque me dio un sentido más divino de la maternidad. Me consoló con el entendimiento de lo eternal de la verdadera identidad espiritual de mi madre y de la indestructibilidad de las cualidades divinas que expresaba: bondad, amor, comprensión. ¿Dónde sino en Dios podían originarse tales cualidades? ¿Por quién sino por Dios pueden ser eternamente mantenidas?

La Ciencia Cristiana puede ayudar tanto a las madres como a los hijos a sentir la bienaventuranza de la maternidad del Amor divino, la cual nunca deja de cuidar a sus hijos. La comprensión de que el verdadero creador del hombre es el Amor divino y de que el hombre es el linaje ideal del Amor, contribuye a la tranquilidad mental de la madre y al bienestar de su hijo como ningún concepto humano de maternidad puede hacerlo.

Si una madre se siente alarmada por la conducta de su hijo, o por su seguridad o su salud, puede reemplazar estos sentimientos por la comprensión sanadora de que el Amor divino está presente y gobierna a su creación perpetuamente. Su entendimiento de que el Amor divino es omnipresente, y su afirmación de este hecho, ayudará a sostener y a dirigir al niño, revelará sus puntos fuertes así como también expondrá y eliminará sus flaquezas, y a la madre la ayudará a esperar el desarrollo de la individualidad del niño, individualidad derivada de Dios, sin tratar de forzarla voluntariosamente por un camino u otro.

Al enseñar a sus hijos a ser ordenados y considerados, las madres tendrán más éxito en su enseñanza a medida que ellas reflejan la maternidad divina y perciben la perfección de sus hijos, perfección que les es inherente como ideas de Dios. Y ningún conflicto egoísta puede prosperar entre hermanos y hermanas cuando constantemente se mantiene el reconocimiento de que el Amor divino se expresa mediante sus ideas. La pureza y el bienestar del hombre son mantenidos por su Padre celestial. Debido a que esto es un hecho espiritual, se puede probar humanamente.

Estoy agradecida de que mi madre insistiera en la perfección al ejecutar alguna tarea, de que me hiciera admitir que había dicho yo “mentiras inocentes” cuando las había dicho, que me persuadiera a escribir una respuesta humilde a una abrumadora nota acusatoria que me envió una compañera de escuela. Más tarde me dí cuenta de que éstas eran manifestaciones del cuidado del Amor divino, preservando la integridad de su linaje. La dirección maternal inspirada por el Amor divino nos impele a analizar nuestro pensamiento para ver si la crítica es merecida y a percibir más claramente nuestra verdadera naturaleza espiritual. “El Amor divino corrige y gobierna al hombre”, escribe la Sra. Eddy. “Los hombres pueden perdonar, pero sólo este Principio divino reforma al pecador. Dios no está separado de la sabiduría que confiere. Tenemos que aprovechar los talentos que Él nos da. El suplicarle que perdone nuestra obra mal hecha o dejada sin hacer, implica la vana suposición de que nada tenemos que hacer sino pedir perdón, y que después quedaremos libres para repetir la falta”.Ciencia y Salud, pág. 6.

La expectación de una madre respecto a su hijo debiera estar imbuida del conocimiento que la Mente divina tiene de las ilimitadas capacidades del hombre. Y la aprobación de los padres por el trabajo bien hecho, o la preocupación cuando es lo contrario, es más eficaz cuando está apoyada por la comprensión espiritual. Ni orgullo ni condenación por parte de los padres debieran prevalacer, sino solamente apoyo al progreso del niño, un apoyo basado en el entendimiento de la compleción del ser con que el Amor lo ha dotado. El afirmar persistentemente la obediencia que el niño expresa al gobierno del Amor divino ayuda a eliminar el trabajo mal hecho o la evasión de los deberes.

La maternidad que refleja la maternidad divina no es posesiva. Pero sí es protectora. Su enfoque protector estriba en la percepción de que el Amor gobierna incesantemente al hombre, y que la totalidad absoluta de Dios excluye toda amenaza del mal. ¿Pero qué decir del apego maternal? ¡No! María fue una madre espiritualmente sabia. Es interesante notar que ella alentó a Jesús a hacer su primer milagro al comienzo de su carrera. Ver Juan 2:1–11.

La maternidad humana está presta a menudo a ser afectuosa, pero también es propensa a asustarse fácilmente; es comprensiva en un momento mas impaciente en el otro. Este conflicto proviene del concepto dualístico acerca del hombre que lo considera tanto espiritual como material, tanto bueno como malo.

Una madre necesita expresar la constancia de la maternidad divina, ese cuidado ilimitado del que la Sra. Eddy nos da muestras en sus maternales amonestaciones en todos sus escritos y en la obra de su vida. ¡Cuán paciente es la maternidad del Amor divino, que solamente conoce la perfección de sus hijos, la capacidad ilimitada de todas sus ideas! Sin embargo, cuán persistente es el Amor al promover el desarrollo espiritual, pese a los obstáculos que tratarían de estorbar ese desarrollo. ¡Cómo perdona — cómo corrige cabalmente — nuestro egoísmo y justificación propia la Mente única! Mas cómo insiste también en que expresemos la humildad que reconoce a Dios como la única fuente de nuestro ser y de nuestra capacidad, y en que demostremos el poder que Él nos ha dado para tener éxito en cualquier cosa constructiva que emprendamos.

En su lamento por la resistencia a su vida y a sus enseñanzas, Cristo Jesús expresó el amor maternal de Dios en su amor por la humanidad: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” Mateo 23:37. Jesús reconoció las tendencias destructivas de la mentalidad material y alertó a sus seguidores contra ella. Mas nunca retiró su amor, ni aun cuando estaba clavado en la cruz.

Tenemos que expresar más ampliamente el incesante amor maternal de Dios. Los Científicos Cristianos tienen la obligación especial de orar por el despertar de la humanidad al Amor que no sólo consuela sino que sana. Necesitan expresar el amor de madre que perdona tiernamente las flaquezas humanas, pero que, no obstante, insiste firmemente en el reflejo de la pureza y la inteligencia inherentes al hombre.

Las enfermedades asociadas con la feminidad pueden ser eliminadas mediante la Ciencia Cristiana cuando se reconoce que no hay castigos impuestos a la mujer por reflejar las capacidades maternales. La condición humana de mujer debe ser vista como un simbolismo de la belleza y bondad espirituales en vez de ser abusada o ignorada.

Cualquier persona puede ejemplificar la maternidad del Amor divino. ¿Cómo? Comprendiendo que el Amor es el único creador del hombre y que el hombre es el perfecto linaje de este Amor, y viviendo esta comprensión. Adhiriéndose a los hechos científicos de que el mal es irreal y el bien es real. Y expresando momento a momento la capacidad divinamente otorgada para reflejar bondad, misericordia y ternura.


Como aquel a quien consuela su madre,
así os consolaré yo a vosotros,
y en Jerusalén tomaréis consuelo.
Y veréis,
y se alegrará vuestro corazón.

Isaías 66:13, 14

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