Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

El cielo está más cerca que la tierra

Del número de mayo de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Cómo oraba él? deben de haberse preguntado con frecuencia sus discípulos. Ellos vieron los resultados sanadores de las oraciones de Jesús: un cuerpo encorvado que se enderezó, Zaqueo liberado de un arraigado hábito de avaricia y corrupción, la amarga vida de una prostituta, purificada, espiritualizada y dulcificada para un amor profundo y humilde.

Una mujer que había sufrido más años de los que quería recordar, vino a tocar el borde de su túnica. ¿Tímida por haber quebrantado una barrera levantada por la costumbre que decía que una mujer en su condición no debía tocar a otra persona? Tal vez. ¿O podría ser que los años que se había medicinado la habían agobiado demasiado como para desear hablarle a una persona más acerca de su mal? Fuera lo que fuere. Abriéndose paso entre la multitud, no trató de impresionarlo con su condición. Sencillamente puso su vida al alcance de sus oraciones. Fue sanada en ese momento. ¿Cómo oraba ese hombre?

Cuando sus discípulos le pidieron a Cristo Jesús que les enseñara a orar, lo hizo. Escribiendo sobre ese momento en el primer iluminante capítulo, intitulado “La Oración”, del libro de texto de la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy declara: “Nuestro Maestro dijo: ’Vosotros, pues, orad así,’ y luego procedió a dar aquella oración que abarca todas las necesidades humanas”.Ciencia y Salud, pág. 16.

“Padre nuestro”, empieza la oración. Ver Mateo 6:9–13 (según Versión Moderna). Pudo habernos enseñado a decir: “Padre mío”, porque Él lo es. Pero las palabras son “Padre nuestro”; ya sea que estemos orando por un hijo o por uno de nuestros padres o por cualquier otra persona, oramos a nuestro Padre. Y ya sea que nuestras oraciones vayan desde el íntimo interés por una familia a la amplitud de un tercer o cuarto mundo, o a tugurios de separación y privación en cualquier parte del mundo, esas oraciones empiezan con “Padre nuestro”.

Unificados los unos con los otros desde el mismo comienzo, podemos comprender mejor nuestra relación con Dios. Somos Sus hijos; Él es nuestro origen y fortaleza. Esto nos libera de la condenación de la mortalidad y de la carga de la autorrehabilitación. Nuestro Padre crea al hombre de Su propia perfección, y cuida de él. “Padre nuestro”, oramos. “Padre nuestro”.

“... que estás en los cielos”. ¿En los cielos? ¿No está Él aquí? Parecía tan cercano, tan presente, tan personal. El Padre que cuida de Sus hijos, que se complace en ellos. ¿Podemos desplazarlo a un cielo lejano y santificar Su nombre? ¿Venerar a una Deidad alejada de lo terrenal?

Sigamos orando. Dios no está relegado a un cielo lejano; la oración trae a todo Su cielo justamente a donde estamos. No viene ocasionalmente para levantarnos el ánimo y enjugar nuestras lágrimas. Si ésta hubiese sido la visión del Maestro, no hubiera podido sanar a multitudes y continuar sanando a multitudes. El Padre-Madre no sólo cuida — esto también — mas todo Su reino ha venido, todas Sus leyes unidas en armonía científica, abarcando la tierra. “Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”.

“... así también”. Exactamente como es en el cielo así es también en la tierra, nada menos; ni un solo error, ni un solo pecado. En cierto sentido el cielo incluye la tierra porque se hace la voluntad de Dios. Su voluntad, que reforma los deseos y decisiones de la humanidad, reordena nuestras prioridades, hace que analicemos nuestros medios así como también nuestros fines. ¿Puede ser ésta la voluntad de Dios? nos preguntamos, y entonces trazamos de nuevo nuestro rumbo. Todo lo que hay es el cielo cuando la voluntad de Dios es nuestra voluntad.

¿Pero cómo podemos saber siempre cuál es Su voluntad y estar seguros? En cierto modo, la oración de petición comienza en este punto. Para esa frase del Padre Nuestro nuestra Guía, la Sra. Eddy, nos da el sentido espiritual en estas palabras: “Capacítanos para saber que — así en la tierra como en el cielo — Dios es omnipotente, supremo”.Ciencia y Salud, pág. 17.

Éste es el momento en que nos volvemos de la alabanza y la afirmación para participar activamente en la eficacia de la oración. Capacitados por nuestro Padre buscamos más revelación acerca de conceptos poderosos: omnipotencia, supremacía, hasta acerca de Dios Mismo. ¿Qué significa que Dios, llamado Amor, tiene todo el poder que existe, poder sobre cualquier cosa que trate de alentar deseos y hacer decisiones, en otras palabras, de actuar como una voluntad impía?

Cuando comprendemos, cuando activamente sabemos, que Dios, llamado Vida, es supremo y omnipotente, encontramos la eficacia de esa oración en la curación. Desafiamos la muerte de manera práctica, y los achaques y las dolencias, las enfermedades grandes y las pequeñas, que dependen del último enemigo, son despojados de sus supuestas leyes.

Dios, quien responde a nuestras oraciones antes de pedirle, nos capacita para comprender Su supremacía y omnipotencia. Y si nuestra petición es específica, esto no quiere decir que estamos pidiendo por cosas de la tierra. “El padrenuestro es la oración del Alma”, nos recuerda nuestra Guía, “no de los sentidos materiales”.Ibid., pág. 14. De manera que pedimos gracia y amor, y la habilidad de perdonar y ser perdonados. Si hemos estado atentos a todas las enseñanzas de nuestro Maestro, buscamos el reino de los cielos dentro de nosotros mismos, donde abundan estos dones. Encontramos dentro de nuestras cualidades, que participan de la naturaleza del Cristo y siempre están desarrollándose, todo lo que pedimos para sostenernos y ser buenos.

“Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, para siempre. Amén”. Ya sea que Jesús haya dicho estas últimas palabras o no — muchos eruditos de la Biblia dicen que no las dijo — no es de mayor importancia: alguien que escribió sus palabras debe de haberse sentido tan inspirado con la cercanía del cielo que esas palabras le impartieron, que no pudo contenerse de agregar esa gloriosa última línea.

Nuestro corazón canta, también, a medida que el cielo viene a ser más tangiblemente la ley, la fuerza y la sustancia de nuestra vida. Esto es lo que ocurre cuando nos sometemos a la oración del Padre Nuestro. El cielo es una realidad presente, más cohesiva y confiable de lo que jamás hayan parecido las cosas de la tierra.

¿Oraremos? ¿E incluiremos a todo el universo en nuestro Padre Nuestro? Esto es lo que el Maestro esperaba que hicieran sus discípulos.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / mayo de 1981

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.