¿Qué tan seguro es el lugar en que trabajo?
Cada vez es mayor el número de personas que se están haciendo esta pregunta en la sociedad industrial de nuestros días. Los trabajadores y los empleadores por igual, encaran problemas que han surgido en parte por el éxito mismo de la tecnología moderna, por la introdución, por ejemplo, de productos químicos, materiales y métodos desconocidos, en el lugar en que se trabaja. También surgen problemas debido a nueva información, a veces desconcertante, acerca de materiales que antes se consideraban inofensivos; conflictos entre exigencias de seguridad y ganancias; y el creciente costo de lo que se ha dado en llamar “error humano”.
Si bien leyes recientes, que tienen por fin exigir normas de seguridad adecuadas al lugar en que se trabaja, pueden ser un paso en la dirección correcta, es obvio que no son una panacea. Rápidos cambios tecnológicos presentan dificultades en asegurar protección adecuada para los obreros, sin poner, al mismo tiempo, cargas inmoderadas en sus empleadores. La inteligencia humana parece a veces ineficaz para la tarea.
Todo esto sugiere que algo, además de una nueva legislación y cuidados humanos, es necesario para afianzar la seguridad en el lugar de trabajo. ¿Qué es este algo? La Sra. Eddy declara: “Sólo en la Ciencia divina se encuentran garantías para los derechos del ser armonioso y eterno”.Ciencia y Salud, pág. 232. ¿Hemos estado buscando, entonces, seguridad en el lugar equivocado? Por cierto que aquí hay una inferencia lógica de que la plena y verdadera seguridad puede lograrse sólo al obtener un concepto de que Dios gobierna el universo, un concepto de que la ley espiritual está en operación.
¿Significa esto que podemos pasar por alto las medidas de seguridad y reglamentos generalmente aceptados? Por supuesto que no. Pero sí entraña el abandono de modos estrechos y materiales de pensamiento por una percepción espiritual más expansiva de la ley divina. Pensamientos de temor, apremio, ley física, prisa, complacencia y fatalismo, deben dar lugar al reconocimiento de la Mente divina y de su gobierno inteligente y armonioso de su idea, el hombre.
La necesidad de colocar la seguridad sobre una base espiritual fue vívidamente ilustrada en mi vida. Trabajaba en un laboratorio de investigación industrial, ocupado en la síntesis de un producto químico que se necesitaba urgentemente para un proyecto especial. Una operación clave me estaba dando problemas. Pasé semanas tratando de resolver el problema. Me impacienté y traté de acelerar el procedimiento calentando la muestra. De pronto se produjo una violenta explosión que lanzó fragmentos del aparato por todo el cuarto. Un broquel de seguridad evitó una lesión seria, pero astillas de vidrio penetraron en una de mis manos.
Me fui a casa y llamé a un practicista de Ciencia Cristiana, ya que por el momento me parecía que no podía pensar por mí mismo. Necesitaba ayuda no sólo para la mano, sino también para mi perturbado estado de pensamiento. Me sentía agraviado por la áspera crítica de uno de mis superiores, me censuraba a mí mismo por haber echado a perder mi buen historial de seguridad, me sentía atemorizado y había perdido la confianza en mí mismo. El practicista me ayudó a remplazar estos pensamientos lúgubres con una comprensión de mi verdadera y perfecta identidad espiritual.
Estas palabras de la Sra. Eddy fueron alentadoras: “Deberíamos librar nuestras mentes del pensamiento desalentador de que hemos infringido una ley material y que por necesidad tenemos que sufrir algún castigo. Tranquilicémonos con la ley del Amor”.Ibid., pág. 384. Vi que esta ley del Amor siempre estaba en operación y que ninguna llamada ley material podía ni por un momento impedirla. En la verdad no había habido equivocaciones, ningún accidente, ninguna lesión, ninguna censura.
Estos pensamientos fueron poderosamente eficaces. Los fragmentos de vidrio salieron fácilmente de la mano sin complicaciones. Encontré un método de terminar la síntesis del producto químico necesario mediante un camino diferente que no presentaba operaciones peligrosas. La armonía en mi ambiente de trabajo volvió. Y había yo aprendido valiosas lecciones. Una de ellas fue no dejar jamás que pensamientos mortales como el temor y el apremio me impidieran hacer lo que estaba correcto y de acuerdo con la dirección divina. Aprendí a recurrir con más firmeza a la Mente divina para que me guiara, y estar atento a que mis móviles estuvieran de acuerdo con el Principio divino, el Amor.
Estas lecciones empezaron a dar fruto poco después cuando formé parte del comité de seguridad en el laboratorio y pude desempeñar mis obligaciones con más humildad y compasión. El concepto de que la seguridad es algo que debe imponerse sobre colegas reacios fue remplazado por un interés mutuo para perfeccionar un ambiente de trabajo que fuera seguro. Empecé a resolver problemas de seguridad en el laboratorio sobre la base de cooperación más bien que de conflicto.
El poder sanador de la Ciencia Cristiana debe aplicarse con más constancia al campo de la seguridad en el trabajo. La continua publicación de nuevos y a menudo contradictorios datos sobre el peligro del manejo de productos químicos, es un fenómeno que hace ver esta necesidad. Sea que encaremos la amenaza de exponernos a productos químicos peligrosos u a otro peligro, podemos encontrar consuelo y dirección en estas palabras de la Sra. Eddy: “El temor humano a los miasmas cargaría de enfermedades el mismo aire del Edén, y tiende a abrumar la humanidad con sus sugeridos males imaginarios. La mente mortal es el peor enemigo del cuerpo, mientras que la Mente divina es su mejor amigo”.Ibid., pág. 176.
Si bien es por cierto correcto tomar medidas de seguridad adecuadas, podemos, sin embargo, comprender la verdadera naturaleza espiritual de nuestra identidad y el perfecto gobierno de ella por la Mente, al rechazar las sugestiones de la mente mortal de una ley falsa, casualidad y “error humano”. Podemos contar con la Mente divina para que nos muestre quiénes realmente somos y dónde descansa realmente nuestra seguridad. Cuando confiamos en la Mente, sentimos la influencia del Cristo sanador. Llegamos a comprender que, como el Salmista cantó: “Jehová me ha sido por refugio, y mi Dios por roca de mi confianza”. Salmo 94:22.
Ninguna cuantía de legislación puede igualar el gobierno de la ley divina. Ningún broquel de seguridad puede igualar la protección que nos da la oración científica. Ninguna teoría médica, por muy bien intencionada que sea, puede verdaderamente proteger nuestra salud, mientras que el poder del Amor divino está presente y es eficaz perpetuamente.