Empezaba a estudiar la Ciencia Cristiana cuando me enfermé gravemente. Al principio sentía dolores en todo el cuerpo al levantarme por la mañana; regresaba de trabajar antes de lo acostumbrado y me iba a la cama, sintiéndome muy agotada. En menos de quince días ya no pude caminar. La mayor parte del tiempo debo de haber tenido fiebre, pues las sábanas de mi cama amanecían mojadas del sudor. Bajé bastante de peso, y las veces que lograba pararme sentía dolores intensos.
Mis familiares no son Científicos Cristianos, y ellos, muy alarmados, llamaron a un médico sin consultármelo. Cuando me vi libre de esta condición, ellos me dijeron que el médico había diagnosticado fiebre reumática y dio muy pocas esperanzas de que yo pudiera seguir viviendo. También predijo que si yo sobrevivía, estaría en una silla de ruedas por el resto de mi vida.
Mi hermano, en su desesperación, me dijo que me iba a internar en un hospital. Al yo oponerme, me amenazó con llevarme por la fuerza. Pero Dios me dio las palabras justas para consolar a mi hermano y asegurarle de que yo estaba recibiendo excelente cuidado por medio de la oración de la practicista que me estaba ayudando.
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