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Un verano, mientras ponía cosas en mi automóvil para ir a la universidad,...

Del número de mayo de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un verano, mientras ponía cosas en mi automóvil para ir a la universidad, comencé a tener una hemorragia interna. Un miembro de mi familia me recordó que ella había sufrido el mismo problema unas cuantas veces y le había sido necesario hospitalizarse. Dijo que temía que yo hubiera heredado esa condición.

Mientras viajaba hacia la universidad — una distancia como de ciento sesenta kilómetros — oré para estar más consciente de Dios y de Su creación perfecta. Nunca olvidaré la calma y paz que comencé a sentir cuando la narración bíblica de la mujer con el flujo de sangre me vino a la memoria: “Una mujer enferma de flujo de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto” (Mateo 9:20). Percibí muy claramente que la mujer no pretendía tocar el vestido material ni al Jesús humano, sino que estaba tratando de alcanzar al Cristo, la Verdad. Jesús no pudo haberse dado cuenta de que ella lo estaba tocando físicamente porque estaba rodeado por la multitud que lo empujaba. Pero sí respondió a su petición mental de ayuda. Esta mujer sintió algo de la presencia sanadora del Cristo, de la misma manera que yo la estaba reconociendo en ese momento mientras conducía el automóvil.

La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud (pág. 201): “La manera de extraer el error de la mente mortal es vertiendo en ella la verdad por medio de inundaciones de Amor”. Sentí exactamente esa inundación de verdad, y la omnipresencia de Dios llenó mi consciencia. El temor no contaminó mi pensamiento en ningún momento. Afirmé que sólo podía heredar lo que Dios había creado, y negué que la materialidad o la corporeidad fueran un elemento real de la idea de Dios, el hombre. Reclamé que únicamente era heredera de Cristo, la Verdad.

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