Aunque yo era estudiante de la Ciencia Cristiana, en cierta época me dejé dominar por la conmiseración propia. Creía que el distanciamiento de ciertas amistades había sido causado por la influencia de otras personas. Ofuscada por esta errónea sugerencia olvidé que un ser mortal, orientado hacia la materia, no constituye mi verdadero ser, el cual es espiritual.
A medida que me sumergía más en puntos de vista falsos, empecé a sufrir físicamente. Había permitido que las creencias mortales me ataran, en vez de dejar que la ley de Dios desenmascarara y destruyera la imposición, y así me liberara. Un día, al sufrir terribles dolores de espalda, me llevaron a la sala de emergencias de un hospital. El diagnóstico médico fue de hidropesía pulmonar causada por insuficiencia cardiaca. Completamente inerte, cedí al tratamiento médico y a los numerosos exámenes, y pasé una semana en el hospital.
Sin embargo, sentí la responsabilidad de corresponder al amor que se me estaba expresando dando amor e identificándome correctamente como hija perfecta de Dios, exenta de enfermedad.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!