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¿Hambrientos? ¿De qué?

Del número de julio de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Somos lo que comemos” es una frase de uso corriente hoy en día. Por cierto que parece trivial si pensamos en el hambre y en la mala nutrición que hay en el mundo y en la cantidad de gente que padece de hambre quienes, siguiendo ese razonamiento, prácticamente no tendrían identidad. Tal vez podríamos referirnos a esta frase como una indicación de que siempre estamos ingiriendo, y que lo que ingerimos viene a ser lo que somos. Pero cuando traducimos esto de un punto de vista físico a uno metafísico, reconocemos que lo que somos como seres humanos depende en gran parte del alimento espiritual que recibimos. Entonces podríamos concluir que el mundo está más gravemente mal nutrido espiritual que físicamente, y hasta que puede existir una relación entre ambos.

Un mortal espiritualmente hambriento ni siquiera es un buen facsímile del hombre. El hombre — la imagen de Dios — jamás está separado del Amor que provee alimento. Jamás está en un estado de necesidad. Siempre está satisfecho y realizado, pues su sustancia es el reflejo de todo lo que Dios es. La Sra. Eddy alentó a los miembros de su iglesia a pensar y a conducirse sobre la base de que siempre estamos unidos a todo lo bueno: “Así pueda cada miembro de esta iglesia elevarse por sobre la pregunta frecuentemente formulada: ¿Qué soy? a la respuesta científica: Soy capaz de impartir verdad, salud y felicidad, y ésta es mi roca de salvación y mi razón de existir”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 165.

Para poder seguir respondiendo científicamente, impartiendo verdad, salud y felicidad, un ser humano tiene que estar espiritualmente alimentado. Pocos de nosotros nos rebelamos contra la necesidad de comer dos o tres veces al día, y la mayoría de la gente está de acuerdo en que es importante empezar el día con alimento. ¡Cuán diferente sería nuestro mundo si se diera la misma atención a alimentarse espiritualmente! La calidad de nuestra vida y de lo que nos impartimos mutuamente sería mil veces mejor.

Cristo Jesús elevó nuestra comprensión de lo físico a lo espiritual, en cuanto al cuidado de Dios para alimentarnos, al instar a sus seguidores a considerar que el pan celestial no está limitado al maná que los hijos de Israel comieron en el desierto. “Porque el pan de Dios”, explicó, “es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo. Le dijeron: Señor, danos siempre este pan. Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida”. Juan 6:33–35.

Reconocer que el Cristo es el pan mismo de vida y participar de este alimento frecuente y liberalmente, es el remedio para la falta de nutrición espiritual. A medida que nos alimentamos espiritualmente, el hambre humana se satisface; ya sea hambre de alimento físico o de sustento para lo emocional y mental. Tal alimento espiritual también satisface esa hambre básica de justicia — de ser bueno y de hacer el bien — inherente al espíritu humano.

Una de las evidencias del cuidado de Dios para Sus hijos es que Él nos alimenta. Jeremías en una de sus declaraciones de “así dijo Jehová” lo expresa de esta manera: “Os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y con inteligencia”. Jer. 3:15.

Una fuente incomparable de alimento espiritual en el mundo de nuestros días es la Biblia. Contiene un desarrollo cada vez más claro de la naturaleza de la realidad revelada por el Cristo. Y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy, enfoca vívidamente el significado espiritual de la Biblia. Estos dos libros, juntos, constituyen el pastor para todos los cultos religiosos de la Ciencia Cristiana. Nos ofrecen una provisión ilimitada de la ciencia e inteligencia de Dios para alimentarnos. Siempre nos guían a donde recibimos el alimento puro y espiritual del Cristo.

Entonces podemos reconocer que el ser verdadero del hombre es por siempre completo e íntegro, no necesitando nada externo que lo alimente. Cuanto más claramente reconocemos que el hombre verdadero participa de la naturaleza del Cristo, tanto más protegidos estamos contra servir a los falsos dioses de este mundo.

La nutrición es uno de esos dioses cuyo culto está aumentando. Meramente criticar tal culto — lamentando la inutilidad, hasta el daño, de muchas de las manías de la gente y la improbidad abyecta de la “investigación” pagada por la industria — no nos aporta realmente bendición. Dejemos, por el contrario, que esta preocupación excesiva por el alimento físico señale el valor de la nutrición espiritual.

En realidad necesitamos resolver el problema de la falta de nutrición espiritual con una dedicación aún mayor de la que se nos exige que mostremos para resolver la falta de nutrición física. Y necesitamos hacerlo tanto individual como colectivamente, o sea, en nuestra propia mesa mental y en nuestras oraciones por el mundo.

Cuando una sociedad está espiritualmente alimentada, está más inmune contra los temores y la sensualidad, y logra encontrar soluciones para alimentar al mundo y para satisfacer toda clase de hambre. Una buena nutrición espiritual hace lo que la nutrición física pretende con frecuencia hacer: sanar y prevenir la enfermedad.

Es desafiante y prometedor darse cuenta de que el uso que hagamos de la hora siguiente puede influir tanto en nuestra salud y bienestar como en los del mundo. Puede ser una hora de refrigerio espiritual.


... y comeréis vuestro pan hasta saciaros,
y habitaréis seguros en vuestra tierra.

Levítico 26:5

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