Por lo general pensamos que la comunicación en la familia es el intercambio verbal entre los miembros de una familia. Pero existen otros modos de comunicación además de la expresión verbal. Algunas veces el no decir nada dice mucho. El silencio puede expresar reserva sabia y afectuosa, ira frustrada, o casi cualquier emoción humana. Es triste decirlo, pero hay familias que muy a menudo se “comunican” con pistolas, cuchillos, o con los puños. Las estadísticas criminales nos informan que la familia es una de las instituciones más violentas de la tierra, cuando debiera ser un refugio de amor, apoyo y afecto mutuos. ¿Qué se puede hacer para que la comunicación entre familiares sea más sabia y afectuosa y haya menos frustración e ira? Se puede hacer muchísimo.
La mayoría de los problemas de comunicación se deben a que no tenemos el suficiente conocimiento de nuestra identidad espiritual. En lo más profundo de nuestro ser, a algunos de nosotros ni siquiera nos agrada nuestra propia persona. Lo que necesitamos es lo que una de mis amistades llama “sentirnos bien con Dios”. Cuando nos sentimos bien con Dios, lo que otros miembros de la familia dicen o insinúan no tiene ni siquiera aproximadamente el efecto que de otro modo tendría. Pero si nos sentimos separados de Dios, casi todo lo que otros digan o hagan puede ofendernos, a pesar de la intención que hayan tenido, y la familia entera puede sufrir las consecuencias.
Sentirnos en paz con Dios sencillamente significa aceptar y comprender lo que Dios siempre nos está comunicando: que el hombre es el hijo de Dios. A menudo esto nos parece un gran desafío, pero la espiritualidad del hombre es un hecho. Los cinco sentidos materiales no pueden comprenderlo. Mas todo ser humano tiene alma, o sentido espiritual, que es tanto parte de él o de ella como la fragancia es parte de una rosa. El sentido espiritual es la capacidad para oír a los ángeles, o las ideas de Dios. Estas ideas están continuamente fluyendo en la consciencia. Nos aseguran, en palabras que podamos comprender ahora, que somos, en verdad, el reflejo precioso de Dios, o sea el hombre.
Este hombre verdadero no existe en la materia, sino en la Mente, como idea divina. Dios tiene que expresarse a Sí mismo para poder ser el único creador, Padre y Madre. Su más elevada y sublime expresión es el hombre, Su imagen, el reflejo individual de Sus cualidades buenas e infinitas. La verdadera identidad, la suya y la mía, es algo glorioso. Por lo general nos quedamos deslumbrados y quietos ante una radiante puesta de sol, con su maravilloso colorido. A muchos los inspira a pensar en Dios. Sin embargo, la más esplendorosa puesta de sol que jamás haya brillado en el cielo occidental es apenas un indicio de la belleza y la gloria de la realidad.
¿Cuán a menudo nos hemos sentido inspirados al tener una vislumbre de nuestro verdadero ser? ¡No muy a menudo! ¿Cuán íntimamente nos identificamos con el hombre de Dios? ¡Muy poco! ¿Cuán profundamente sabemos que somos la idea bien amada del Dios único? ¿Quién se atreve a decirlo?
Cuando Cristo Jesús se apartó de los demás para orar a solas durante toda la noche, él se regocijó persistente e íntimamente en su verdadera identidad y la de los demás. En cierta ocasión dijo: “Yo y el Padre uno somos”, Juan 10:30. queriendo decir con eso en unidad, o inseparables; no quería decir que él era Dios o que Dios se asemeja a los mortales. Al regresar junto a su enorme “familia” de corazones hambrientos, los vio claramente como eran en realidad, no como miserables mortales, y este entendimiento le permitió sanarlos. Todos nosotros necesitamos períodos frecuentes de humilde e íntima comunión con Dios; necesitamos escuchar a Dios. Ésta es la más elevada forma de comunicación.
Aun cuando usted y yo percibamos vagamente nuestra verdadera identidad, podemos tener fe en que de hecho somos la expresión completa y pura del Dios único y perfecto. El hombre es impecable, completo, bello. Expresa amor, sabiduría, pureza. No es un mortal bajo presión, frustrado, terco, criticón o retraído. Como tal vez podamos parecerlo. (¡Y cómo lo parecemos a veces!) Pero no lo somos; y mediante los sentidos espirituales que todos tenemos sabemos que esto es cierto. Solamente tenemos que desarrollar y usar esos sentidos. Tenemos que reconocer las verdades acerca de Dios y del hombre aun cuando todavía no las “sintamos”. A medida que comenzamos a ceder a las verdades que declaramos, sentimos cierta convicción espiritual, e ideas puras y nuevas que nos vienen directamente de Dios mediante Su Cristo, inundan nuestro pensamiento. Tal vez no sean muchas. Ciertamente no las suficientes como para resolver todos los problemas humanos con una sola oración. Pero sí las suficientes como para que en ese momento nos sintamos “bien con Dios”.
Es asombroso lo que sucede con nuestras relaciones y la comunicación con nuestra familia cuando sentimos que nuestra relación con Dios es más estable como resultado de esta clase de comunión con Él mediante la oración. Expresamos más paciencia, aplomo, mejor carácter, más bondad y compasión. No nos aislamos. Sentimos disminuir la presión, la crítica y el temor. Y la razón es sencilla. Tenemos una nueva comprensión de la realidad, de Dios y Sus cualidades expresadas en Su hombre perfecto. De algún modo esa realidad nos parece más tangible. Entonces las cosas extrañas y tal vez inconsideradas que hacen otros ya no nos ofenden tanto. También apreciamos más los puntos de vista de otras personas. Vemos a los demás más dignos de ser amados, porque comprendemos con mayor claridad que son los hijos perfectos de Dios. Nuestra Guía, la Sra. Eddy, escribió: “Cuando comprendamos plenamente nuestra relación con lo Divino, no podremos tener ninguna otra Mente que la Suya, — ningún otro Amor, sabiduría o Verdad, ningún otro concepto de la Vida, y ninguna consciencia de la existencia del error o de la materia”.Ciencia y Salud, págs. 205–206.
La Biblia relata cómo Jacob resolvió el problema de una relación profundamente amarga con su hermano Esaú al obtener un concepto de sí mismo semejante al que Dios tenía de él. Ver Gén. 32, 33. A juzgar por el comportamiento anterior de Jacob, se le podría representar como un mortal inteligente pero falso, sirviendo sus propios intereses, con talento, mas con codicia. Parecía que su ser verdadero era muy desagradable. Pero la noche antes de encontrarse con su hermano, Jacob luchó poderosamente con su sentido mortal de identidad. Finalmente un pensamiento angelical, enviado por Dios, desafió y derrotó su falso concepto del hombre. Debe de haber discernido algo de su verdadera identidad como el hijo de Dios, y haber visto a Esaú de la misma manera. Ninguno de sus errores pasados ni las exageradas reacciones de Esaú podían oscurecer lo que había podido vislumbrar: que ambos eran hijos de Dios. Como resultado de esta comunicación con Dios, Jacob y Esaú se abrazaron con verdadero amor fraternal.
Ninguna familia tiene por qué carecer de buena comunicación. Cada uno de nosotros tiene la capacidad de escuchar y oír a los ángeles de Dios diciéndonos que todos somos Sus hijos. Paso a paso podemos demostrar que esto es cierto y hacer que nuestra vida familiar sea más feliz.
