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Lo que se nos exige: la demostración

Del número de julio de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Qué quiso decir Jesús?

Las multitudes lo apretaban. Se volvió y les dijo una extraordinaria parábola: “¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él...”

Luego, ampliando su ilustración, agregó: “¿Qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? ...”

Es indudable que el Maestro le estaba diciendo a aquellos que ávidamente desearan seguirlo, que debían calcular el costo de seguir a Cristo, porque prosiguió diciendo que tendrían que dejarlo todo: desprenderse de lazos y ambiciones mundanas. Su premisa fue: “El que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”. Ver Lucas 14:25–33.

¿Pero no podríamos también sacar de aquí otra lección, a saber, la importancia de acabar lo que hemos comenzado? Sin la suficiente perseverancia para continuar la obra, tendremos sólo ¡una torre a medio edificar o una batalla perdida!

A través de su ministerio, Cristo Jesús subrayó la importancia no sólo de aceptar sus enseñanzas, sino también de vivirlas y demostrarlas. ¡“Sanad enfermos”! Mateo 10:8. ¡Haced las obras! “Todo buen árbol da buenos frutos”. 7:17. ¡Perseverad! Censuró la hipocresía de aquellos que “dicen, y no hacen”. 23:3. El Apóstol Santiago captó el mensaje cuando escribió: “Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos”. Sant. 1:22.

Lo mismo ocurrió con la devota seguidora de Cristo Jesús, Mary Baker Eddy. En lo que enseñó a sus estudiantes, en lo que dijo a su Iglesia, y en lo que escribió en sus libros, ningún mensaje se destaca tanto como el que pone énfasis en la necesidad de pruebas cristianas, curaciones y demostraciones. Nos dice: “El error de los siglos es predicar sin practicar lo que se predica”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 241. Pruebas fehacientes de curación efectuadas por el poder divino que se comprende mediante la oración, es lo que separa al Cristo revelado, la Verdad, de las doctrinas hechas por los hombres y de las filosofías teóricas humanamente concebidas.

A la luz de tales conmovedoras exigencias, ¿no sería acaso absurdo el aceptar las tontas teorías a veces promulgadas? Por ejemplo, que la curación física está “pasada de moda” y que ahora no es tan importante para los Científicos Cristianos como lo era antes; que medios “más modernos” pueden ser más eficaces que la curación para promover la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens); que cierta clase de “enseñanza más elevada” elimina la necesidad de demostrar la curación; ¡o que el trabajo de la curación puede dejarse a otros!

En la demostración del Cristo siempre presente, la curación es esencial. Esta manifestación divina del poder y amor de Dios — ejemplificada tan cabalmente por Cristo Jesús — siempre viene a los mortales con infinita compasión, con ternura así como con poder. Viene aquí y ahora, mediante la Verdad revelada, para restaurar y redimir. Viene para destruir el pecado, regenerando así el carácter individual. Viene para liberar a la humanidad del sufrimiento. Viene a destruir la pesadilla de la creencia en poderes malévolos que desafían al Amor omnipotente.

El requisito de demostrar la Verdad y la oportunidad para demostrarla son parte intrínseca de la naturaleza misma de la Verdad. La Verdad es inherentemente demostrable. Todo lo que sea verdad puede demostrarse. La Verdad divina se expresa a sí misma y, por lo tanto, es evidente de por sí. La Verdad manifiesta su propia inmortalidad, armonía, integridad, pureza. Ya que no incluye discordancia alguna, ni ambigüedad, misterio, decepción, contradicción, temor o conflicto, la Verdad acaba con estos errores en la consciencia humana cuando se acepta y reconoce que ella está presente en todas partes y que tiene todo el poder.

El llamado a sanar y el poder para hacerlo son impelidos por el Amor divino. La caricatura material del hombre que lo representa condenado, frágil y como un organismo carnal limitado por la enfermedad, difícilmente concuerda con un Dios bueno y perfecto. El Amor divino restaura nuestro concepto del hombre como el reflejo de Dios, la imagen, o idea, de la Mente deífica, la expresión de la naturaleza misma del Amor divino. Todo lo que trate de negar la identidad real del hombre como la imagen de Dios — impecable y completa — puede reducirse a su nada primitiva comprendiendo el Amor y viviendo la naturaleza y las cualidades del Amor.

Algunos estudiantes de la Ciencia Cristiana a veces buscan algún método especial que no les parece haber encontrado en los escritos sagrados, un método que automáticamente asegure la curación: pasos fáciles y resultados rápidos. Nuestra sociedad tecnológica ha acostumbrado a la gente a la clase de instrucción que se da para montar una cortadora de césped: Enganche la barra A a la lámina B con el perno C ¡y listo!, el aparato funciona exactamente como los anuncios lo decían.

Pero la Ciencia Cristiana es algo muy diferente. Tiene un Principio inmutable, reglas fijas, métodos sistemáticos y resultados científicos. No obstante, involucra mucho más que reglas. Nuestra Guía, la Sra. Eddy, dice: “El espíritu, y no la letra, ejecuta las funciones vitales de la Verdad y el Amor”.Escritos Misceláneos, pág. 260.

Son las cualidades morales y espirituales de la Verdad y el Amor — vividas y practicadas de tal modo que dirijan nuestra vida — lo que nos permite demostrar el poder sanador. Lo que sana es la actividad del Cristo, la manifestación de la Verdad y el Amor, abrigadas en la consciencia humana.

La curación se manifiesta cuando la mente humana abandona sus temores, egoísmo y características pecaminosas al reconocimiento de la Verdad y el Amor. Se manifiesta cuando de buen grado hacemos la voluntad del Padre, como nos lo enseñó Cristo Jesús. Se manifiesta cuando la consciencia humana se despierta y reconoce la omnipresencia y el todo poder de la Verdad y el Amor, y admite la perfección impecable del hombre verdadero como la bienamada idea de Dios. En este reconocimiento puro el pecado y la discordancia huyen, y así se cumple con la obligación de demostrar la curación.

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