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Resistamos el asesinato de la moral

Del número de julio de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cristo Jesús enseñó y demostró la perfección total del hombre. Su ascensión dio prueba concluyente de que el hombre es la expresión impecable de Dios.

Para alcanzar esta demostración final de perfección se requiere un profundo crecimiento espiritual. Jesús esperaba que cada uno de nosotros dejara atrás la mortalidad tal como él lo hizo. Si bien sus acciones, y hasta su vida entera, dieron evidencia de la Ciencia fundamental del ser, también nos dieron un ejemplo poderoso de lo que significa hoy en día ser genuinamente moral. En efecto, la vida de Jesús ilustra la moralidad que es indispensable para la demostración de una espiritualidad pura.

El Cristo por cierto que revela la naturaleza final de la existencia, la eterna e indisoluble relación del hombre con Dios, el Alma inmortal. Pero el Cristo hace más que dirigir a la humanidad hacia la realidad final; promueve tales características morales como la castidad, la virtud, la integridad; atributos que establecen una estructura firme para dejar atrás las limitaciones materiales. A veces, cuando la gente quiere ser moral, pero han cedido a lo que parece ser una tentación implacable, tal vez necesiten comprender mejor la acción del Cristo; reconocer su influencia irresistible para el bien. El Cristo fortalece, apoya y compele a pensar moralmente, y a actuar moralmente.

Nuestra capacidad para discernir las indicaciones del Cristo y entonces actuar de acuerdo con ellas, promueve el progreso espiritual, tanto individual como colectivo. ¿Qué es lo que intenta oponerse a que progresemos hacia el pleno reconocimiento de la perfección del hombre? La Biblia define notablemente a este adversario: “Los designios de la carne son enemistad contra Dios”. Rom. 8:7. Estos llamados designios de la carne, o mente carnal — esta supuesta inteligencia antagonista, separada de Dios — quisiera oponerse a nuestra percepción moral, a nuestra capacidad para distinguir entre lo que promueve el progreso espiritual y aquello que lo ataca mortalmente.

Pablo describió su lucha contra la mente carnal: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”. 7:19. La mente carnal, con su hostilidad hacia la rectitud, bien podría comparársela con un asesino. Quisiera matar nuestra bondad y rectitud. Pero la Ciencia divina nos da una defensa infalible; nos muestra cómo reconocer la impotencia, la total irrealidad, de todo lo que pretenda ser desemejante a Dios. Mary Baker Eddy, la primera y más perspicaz maestra de Ciencia Cristiana en esta época, hace un llamado a aquellos que enseñan la Verdad divina para que inculquen en sus alumnos un sentido de moral y de ética. Junto con otros requisitos, insiste: “Así mismo el maestro tiene que preparar a sus alumnos adecuadamente para defenderse contra el pecado, y protegerse de los ataques del supuesto asesino mental que trata de matar moral y físicamente”.Ciencia y Salud, pág. 445.

A veces suponemos que los pensamientos inmorales se originan en nosotros, que nos pertenecen. Pero éstos pertenecen al ánimo carnal, el cual es impersonal; jamás pertenecen a la Mente divina, ni jamás al hombre que refleja a esta Mente. El impulso a ser ímprobo, a engañar, a hurtar en las tiendas, por ejemplo, es un impulso que aprisiona. No se deriva del Alma, la fuente de toda libertad moral. Ese impulso errado proviene del asesino, de la mente carnal. Intentaría, si pudiera, destruir nuestra integridad.

Esta mente carnal quisiera contravenir nuestra claridad moral oscureciendo nuestra percepción de las reglas explícitas e implícitas en los Diez Mandamientos y la bendición liberadora que obtenemos obedeciendo el Sermón del Monte. La mundanalidad quisiera privarnos de nuestra vitalidad moral haciendo hincapié en la sensualidad, fomentando la infidelidad, suscitando actos y relaciones sexuales del todo ajenos a los propósitos naturales y normales de la procreación.

Cuando comprometemos nuestra habilidad para pensar y actuar moralmente, disminuimos nuestra contribución útil a la Causa de la Ciencia Cristiana. Podemos suponer que un determinado impulso ilegítimo tiene su origen en lo físico, pero la materia no piensa. Y pensar desde una base material no influida por lo divino, no es inteligente. El propósito del asesino de la moral es más sutil que el meramente presentar una tentación; su propósito involucra una amenaza gradual de la extinción de nuestra capacidad para darnos cuenta de la presencia de Dios, el Todo-en-todo de la existencia, y para ayudar a nuestro prójimo a descubrir esta presencia.

Cristo Jesús sabía cómo defenderse a sí mismo. Cuando la mente carnal lo invitó a usar su poder inmoralmente, es decir, impropiamente o sin ética (como, por ejemplo, para ganarse la aclamación del mundo), Jesús negó el poder del asesino; expulsó su supuesta habilidad de alcanzarlo al poner una distancia, una infinita distancia, entre una influencia inicua y falsa, y la impecabilidad del Alma que el hombre expresa. Ver Mateo 4:8–11. Podríamos decir que las acciones de Jesús ofrecen una paráfrasis de la pertinente admonición bíblica: “Resistid al diablo [el asesino de la moral], y huirá de vosotros”. Sant. 4:7.

Jesús se identificó totalmente con el Cristo. Y este Cristo, la Verdad, lo capacitó para ver que Dios era su Mente, su Alma. Este mismo Cristo, revelando la Ciencia de la totalidad de Dios, nos da nuestra defensa hoy en día. Nos muestra que hay una sola Mente, y que esta Mente saca a luz en la consciencia las únicas ideas que el hombre puede conocer; nos muestra que la Mente es Alma y que el Alma nos da los únicos impulsos que podemos sentir. Estos pensamientos e impulsos son divinos, bellos, inocentes.

Jesús pudo probar la falta de poder del asesino porque él comprendió que no hay mente genuina ni alma personal opuestas a Dios. Podemos resistir los intentos de la tal llamada mente carnal para sofocar nuestra virtud dejando que el Cristo nos revele más de la naturaleza de Dios y comprendiendo que la consciencia divina es el único Ego, perpetuamente inadulterado.

Comprender que Dios es nuestra Mente, nuestra Alma, nos ayuda a percibir que los únicos pensamientos que nos pueden llegar son los pensamientos de Dios, inteligentes y puros. Saber que la Mente divina es el Alma inmortal misma, nos capacita para apreciar la impecabilidad, la pureza, la belleza de los pensamientos verdaderos.

El Alma infinita jamás incluye inclinación a lo carnal. Toda la consciencia es pura, divina. El Alma sostiene nuestra capacidad para preservar intactas las sensibilidades morales. A medida que comprendemos la naturaleza de la Mente, el Alma, podemos resistir la emboscada mental que pretendería operar en el supuesto reino de la mentalidad mortal. Entonces no sentiremos impulsos irresistibles de pensar mal o de hacer el mal. Sentiremos la supremacía de la pureza del Alma.

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