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Una lección tomada de Zacarías

Del número de julio de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Cómo puede relacionarse con ustedes y conmigo hoy en día algo que sucedió hace casi dos mil años en un país y una cultura muy ajenos a los nuestros? Porque en el análisis final, el tiempo, el lugar y la cultura material tienen importancia sólo como escenario temporal de lecciones que se han aprendido sobre las verdades eternas en cuanto a Dios y el hombre.

Hace tiempo sufrí una infección de la garganta que me impedía hablar. Tenía que escribir los mensajes que necesitaba transmitir a mi familia. Con anterioridad a esto había estado dedicando parte de mi tiempo a la docencia, y tenía grandes deseos de continuar haciéndolo.

Al darme un tratamiento mediante la oración en la Ciencia Cristiana, tratando de reconocer la perfección de Dios, el Espíritu divino, y que mi fuente es Él, me puse a meditar sobre la historia de Zacarías, relatada en el Evangelio según San Lucas. Ver Lucas 1.

Zacarías era un sacerdote en el templo de Jerusalén. Él y su esposa Elisabet eran gente buena, que deseaban vivir bajo la dirección divina. Pero estaban desilusionados, pues eran de edad avanzada y no tenían hijos.

Un día, mientras Zacarías cumplía con sus deberes de sacerdote, y la multitud oraba afuera, él tuvo una intuición espiritual que nunca había tenido. Esta intuición fue tan real y sustancial para Zacarías que leemos: “Se le apareció un ángel del Señor puesto en pie a la derecha del altar del incienso”.

El mensaje divino incluía la promesa de que Zacarías y Elisabet, a pesar de todas las leyes materiales que indicaban lo contrario, tendrían el hijo por el cual habían orado. Sería un hijo varón, y le llamarían Juan. Muchos se regocijarían con su nacimiento, porque iba a ser el precursor del Mesías que había de venir. “E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías... para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto”.

Uno pensaría que Zacarías no cabría en sí de alegría por esta revelación, pero por su primera respuesta se ve que no lo creyó: “¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada”. Y debido a que no creyó, quedó mudo, tal como el ángel le había dicho. Después del nacimiento del niño, Zacarías aún no podía hablar.

Cuando se le iba a dar el nombre al niño en público fue que se presentó el punto crucial. ¿De quién era este niño? ¿Estaba preparado Zacarías para reconocer a Dios como el único creador?

El nacimiento de un hijo a Zacarías y Elisabet fue una ocasión importante; se habían reunido familiares y vecinos para celebrarlo. Zacarías debe de haberse sentido tentado a estar orgulloso en ese momento, orgulloso de su masculinidad, orgulloso de su autoridad. ¡Por fin podía tener un hijo que continuara su nombre!

Elisabet, su esposa, dijo que el nombre del bebé sería Juan, pero los presentes no lo admitieron. Querían que el niño se llamara como su padre de acuerdo con la costumbre, y querían que Zacarías lo dijera. Pero él “pidiendo una tablilla, escribió, diciendo: Juan es su nombre. Y todos se maravillaron. Al momento fue abierta su boca y suelta su lengua, y habló bendiciendo a Dios”. Zacarías había sanado.

Ahora bien, ¿qué tenía todo esto que ver con mi problema? Al estar orando y considerar la experiencia de Zacarías, descubrí dos puntos importantes. Primero, él no había creído en el mensaje divino, la revelación que Dios le había enviado que decía — en efecto — que el ser está basado en el Espíritu y no está limitado por condiciones físicas. Recordé en este punto cómo la palabra “descreimiento” aparece en el libro de texto de la Ciencia Cristiana de una manera diferente pero muy iluminadora. Al referirse específicamente al tratamiento para accidentes, pero estableciendo una regla cuya aplicación es mucho más amplia en la curación cristiana, la Sra. Eddy escribe: “Declarad que no estáis lesionados y comprended el porqué; y veréis que los buenos efectos que siguen están en proporción exacta a vuestro descreimiento respecto de la física y vuestra fidelidad a la metafísica divina, a la confianza en Dios como Todo, según declaran las Escrituras que Él es”.Ciencia y Salud, pág. 397. ¡Descreimiento respecto de la física!

El segundo punto se presenta justamente antes de la curación de Zacarías, cuando tuvo que reconocer más a fondo que nunca antes que Dios es el verdadero y único creador.

Al considerar estos dos puntos, decidí mejorarlos en mí y examiné cuidadosamente mis pensamientos, conversación y acciones. Hice un esfuerzo concreto por abandonar la creencia en la física y practicar la fidelidad a la metafísica divina. Al reconocer específicamente que Dios, la Mente divina, es el único creador, y que, por consiguiente, el hombre es idea divina — y no un mortal vulnerable y material — recurrí al Amor divino para que me ayudara a entender y vivir realmente estas verdades. Comprendí que no es por accidente que el título completo del libro de texto de la Ciencia Cristiana es Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. Al poco tiempo sané completamente.

¿Quiere decir esto que toda persona que tenga dolor de garganta debiera acudir al relato bíblico de Zacarías para curarse? Por cierto que no. No hay fórmulas para sanar en la Ciencia del Cristo. Cuando se consideran todos los relatos inspirados y las verdades de la Biblia mediante la oración y con sinceridad, se aprenden lecciones que pueden ser aplicadas para satisfacer necesidades específicas. Pueden ejercer una influencia divina en nuestro pensamiento, palabras y acciones. Y ¡pueden sanarnos!

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