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Dios mantiene nuestra salud

Del número de julio de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Después del naufragio en Malta, Pablo fue muy bien atendido por Publio, el hombre principal de la isla. El padre de Publio había estado enfermo con fiebre, y Pablo lo sanó. La curación no fue milagrosa. Fue un ejemplo de la genuina curación cristiana según la practicaba Cristo Jesús.

La demostración de Jesús del Principio divino sanó a la suegra de Pedro de una fiebre, y levantó a Lázaro de la tumba. Con estos hechos Jesús probó que Dios es Vida y que el hombre es la idea de la Vida. Sus enseñanzas no eran conferencias sobre medicamentos, sino explicaciones de la relación del hombre con su creador. La Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) muestra que todos aquellos que comprenden el Principio de las enseñanzas de Jesús, y reconocen la identidad espiritual del hombre, pueden seguir el ejemplo del Maestro y curar por medio de la oración.

El hombre existe como la expresión de la Verdad divina. Por consiguiente, el orden, dominio y armonía de la Verdad se manifiestan en el hombre de la misma manera que la luz, el calor y la energía del sol se manifiestan en el rayo de sol. El ser del hombre se deriva de la Vida inagotable, por consiguiente, expresa las cualidades del Espíritu, nunca las de la materia.

A medida que comprendemos este punto esencial de la Ciencia Cristiana, que el hombre sólo está sujeto a Dios, y que la relación entre Dios y el hombre permanece inquebrantable, la enfermedad es destruida. Como escribió Pablo: “Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”. 2 Cor. 3: 18.

La Biblia claramente afirma que Dios es el creador del hombre. El hombre vive porque Dios es Vida. La condición del hombre depende de la naturaleza de Dios. Por consiguiente, el ser del hombre incluye salud y santidad, porque éstas son características inalterables y eternas de Dios.

Cuando me he sentido perturbado por síntomas de enfermedad, he encontrado, con frecuencia, un determinado versículo de la Biblia de gran utilidad. En su contexto es una voz de aliento dirigida a David, pero tiene una aplicación más amplia: “Aunque alguien se haya levantado para perseguirte y atentar contra tu alma*, con todo, el alma* de mi señor será ligada en el haz de los que viven delante de Jehová tu Dios”. 1 Sam. 25:29 (*según la versión King James). Cuando me he percatado de que mi alma, mi concepto del ser espiritual — y éste es el único ser que realmente tenemos — está firmemente sostenida por la Vida y el Amor divinos, el miedo a la enfermedad ha desaparecido.

Una vez que el miedo es eliminado, se remueve la base de la incapacidad y el malestar. La salud está gobernada por Dios, que nunca cambia. La Verdad persigue al error que dice que la vida del hombre está en la materia, sometida a la materia, y destruye esta mentira revelando que el Espíritu es la Vida del hombre. Dios es nuestro origen y, por tanto, establece la perfección como la condición de nuestra salud.

Si nos encontramos sufriendo de influenza, o de cualquiera otra enfermedad, podemos acabar con ella. Por medio de la oración, podemos silenciar las quejas del cuerpo y darnos cuenta de la unidad del hombre con Dios omnipotente. Este conocimiento es un alterativo que restablece la salud. Así como un pendenciero se vuelve manso y obediente al enfrentarse a la autoridad de un padre o de un policía, así, el reconocimiento de la autoridad soberana de Dios sobre la enfermedad corrige y gobierna a la mente mortal, liberando el cuerpo de la creencia en la fiebre.

Mary Baker Eddy, quien descubrió y fundó la Ciencia Cristiana, da esta instrucción: “Antes de decidir que el cuerpo, la materia, sufre un desarreglo, uno debería preguntarse: ‘¿Quién eres tú que replicas al Espíritu? ¿Puede la materia hablar de por sí o manan de ella las fuentes de la vida?’ ” Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 181. La fisiología alega que así es, pero Cristo Jesús en sus curaciones anuló las supuestas leyes de la fisiología. El Principio de la curación por medio del Cristo es eterno y sigue siendo demostrable hoy día. La materia no puede hablar por sí misma. Es la mente mortal, alias la fisiología, la que habla, y esta mente es una mentirosa. Invirtiendo sus pretensiones descubrimos la Verdad. La nariz, los pulmones, la sangre y la temperatura no son nuestros amos. Todo nuestro ser está sujeto a la Mente única y expresa la armonía que caracteriza el gobierno de la Mente.

La salud del hombre no puede ser atacada o infectada. En el universo del Espíritu — que es en donde realmente vivimos — no hay ningún virus que pueda envenenar al hombre. La creencia en los virus y su efecto, la fiebre, no tiene ningún poder para resistir la desinfectante acción del Cristo, la Verdad.

El efecto sanador del Cristo es inmediato. La curación por medio del Cristo no es un proceso para volverse sano; es un despertar al hecho de que el hombre, la idea de Dios, siempre ha estado y siempre está sano. El hombre y la salud no pueden separarse.

Una epístola de Juan nos asegura: “Amados, ahora somos hijos de Dios”. 1 Juan 3:2. Cristo Jesús abrió los ojos de la humanidad a este hecho vital. Como hijos de Dios permanecemos bajo Su cuidado y somos gobernados por Sus leyes. Desde el principio — en otras palabras, eternamente — Sus leyes han producido el bien. El hombre es la expresión de Dios y permanece perfecto. El propósito de nuestro Padre no se puede cambiar.

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