Tuve en cierta ocasión un árbol de magnolia china que prometía deleitar por muchos años. Pero en su afán de alimentarlo bien, nuestro jardinero le puso más fertilizante del necesario. Sus intenciones eran las mejores; pero una medida menos generosa hubiera sido mejor, pues sus hojas se pusieron pardas y el árbol se marchitó.
En nuestro entusiasmo por compartir la Ciencia Cristiana, ¿acaso no saciamos algunas veces a quienes nos escuchan con una demasía de verdades cuando unas pocas hubieran sido suficientes por el momento? Es posible que hayamos dado un testimonio en la iglesia tan cargado de palabras que no logró llegar al corazón de quienes nos escucharon. “Al buen entendedor, con pocas palabras basta”, dice el refrán. Una palabra apropiada, inspirada por la sabiduría de la Mente, es, con frecuencia, suficiente para sanar. Una verdad que expresa la sencillez del Cristo, la Verdad, puede sacar a luz el mal oculto, restaurar la fe debilitada y avivar el pensamiento embotado.
Cuando hablamos en exceso, ¿estamos realmente confiando en la suficiencia del amor de Dios para con el hombre? Es posible que hablemos y hablemos para convencernos nosotros mismos de la verdad, o tal vez sintamos una carga, pensando que el poder sanador se origina en nosotros en lugar de originarse en Dios.
Las ideas puras de Dios sanan. Si expresamos pensamientos que fluyen de Dios, podemos depender de su poder. Podemos saber que hablamos con autoridad. El Cristo impele nuestro deseo de bendecir a otros, y podemos confiar en él para que gobierne nuestra lengua, y para que nos dé humildad para mantenernos callados cuando ya hemos dicho lo necesario. Entonces hacemos que quien nos escucha no recurra a una persona en busca de ayuda, sino que, en cambio, la halle en el Amor divino. La verdad pura que compartimos queda libre para desarrollar raíces y pimpollos y para que florezca en la vida de quien nos escucha.
Un centurión solicitó la ayuda de Cristo Jesús en bien de su criado enfermo. Pero el centurión no pidió a Jesús un largo discurso. Dijo: “Solamente dí la palabra, y mi criado sanará”. Mateo 8:8. Jesús alabó la confianza del centurión, y el criado sanó esa misma hora.
La obstinación humana o el ciego entusiasmo quisieran hacernos decir demasiado. Pero a medida que aprendemos a reflejar el Amor divino como Jesús lo reflejó, estos falsos impulsos se disuelven. Demostramos que, como nuestra Guía, la Sra. Eddy, escribe: “La Ciencia habla cuando los sentidos callan, y entonces la Verdad eterna triunfa”.Escritos Misceláneos, pág. 100.
Al identificarnos como reflejo del Amor, somos generosos en compartir lo que sabemos de la Verdad. Pero hay múltiples ocasiones que requieren la generosidad de nuestra selección y refrenamiento y no de nuestras palabras extremosas. Saciar a quien nos escucha puede distraerlo de la idea que necesita en ese momento.
Es lo que sabemos de la Verdad — su poder y totalidad — lo que sana, no las palabras. De otra manera, ¿cómo puede ocurrir la curación cuando el paciente y el practicista no tienen comunicación verbal, como en el caso de Jesús y el criado? No hubo intercambio de palabras entre ellos; pero se reconoció y aceptó la autoridad divina del Cristo. En la proporción en que reconocemos nuestra incontaminada naturaleza espiritual, dejamos que el poder del Cristo hable, Y así silenciamos, tanto en quien nos escucha como en nosotros, la creencia de que siempre son necesarias las largas disertaciones. Esperamos que la sencilla verdad de Dios alimente y sane. Entonces nuestras palabras y nuestras acciones expresan poder y amor de la manera más apropiada para ayudar a otros.
Una mujer que conozco entró en una iglesia de la Ciencia Cristiana un domingo por la mañana llena de amor para con Dios y para con todos los que Le sirven. Impulsada por ese amor, fue hacia una ujier y le tendió la mano para saludarla. El amor que fluyó entre ellas fue evidente. Meses después esta ujier habló con la señora que la había saludado sobre la gran aflicción mental y física que la aquejaba esa mañana. “Cuando usted tomó mis manos y dijo: ‘Buenos días’, sentí el amor de Dios, y toda esa pesada carga me dejó. El brillo de ese amor me inspiró durante semanas”.
¿Fue el contacto físico o las palabras lo que satisfizo la necesidad de la mujer? Ni lo uno ni lo otro. Fue el amor de Dios reflejado por mi amiga lo que disipó la mentira de discordia, tal como siempre lo ha hecho.
La Biblia nos habla de una mujer que lloró junto a un sepulcro en un huerto. “A la mujer junto al sepulcro”, la Sra. Eddy escribe, “agobiada por la angustia del intenso afecto, una palabra: ‘María’, venció la tristeza con el amor de Cristo Jesús, amor que todo lo conquista”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 258.
Jesús dijo: “Yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho”. Juan 12:49, 50.
Siempre que seamos impulsados por la inteligencia divina a hablar de la Ciencia de la Vida, no debemos hartar a quien nos escucha. En lugar de eso, podemos dar la porción que dio Cristo Jesús y confiar en que el Amor alimentará sabiamente a quien escucha.
