Tuve en cierta ocasión un árbol de magnolia china que prometía deleitar por muchos años. Pero en su afán de alimentarlo bien, nuestro jardinero le puso más fertilizante del necesario. Sus intenciones eran las mejores; pero una medida menos generosa hubiera sido mejor, pues sus hojas se pusieron pardas y el árbol se marchitó.
En nuestro entusiasmo por compartir la Ciencia Cristiana, ¿acaso no saciamos algunas veces a quienes nos escuchan con una demasía de verdades cuando unas pocas hubieran sido suficientes por el momento? Es posible que hayamos dado un testimonio en la iglesia tan cargado de palabras que no logró llegar al corazón de quienes nos escucharon. “Al buen entendedor, con pocas palabras basta”, dice el refrán. Una palabra apropiada, inspirada por la sabiduría de la Mente, es, con frecuencia, suficiente para sanar. Una verdad que expresa la sencillez del Cristo, la Verdad, puede sacar a luz el mal oculto, restaurar la fe debilitada y avivar el pensamiento embotado.
Cuando hablamos en exceso, ¿estamos realmente confiando en la suficiencia del amor de Dios para con el hombre? Es posible que hablemos y hablemos para convencernos nosotros mismos de la verdad, o tal vez sintamos una carga, pensando que el poder sanador se origina en nosotros en lugar de originarse en Dios.
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