¿Qué podemos hacer para superar en forma práctica y efectiva los retos de la enfermedad? Muchas personas se formulan esta pregunta porque todo lo que encuentran son paliativos pasajeros en vez de un remedio duradero. Una solución práctica es el estudio devoto y concienzudo de la Ciencia Cristiana. La espiritualización del pensamiento que se logra mediante este estudio tiene un dinámico poder sanador. Por medio de este estudio, se puede curar la enfermedad, ya sea mental, funcional u orgánica. Por más amedrentador o doloroso que sea el estado físico que se presente, podemos encararlo decididamente desde la base de la realidad científica. Entonces la condición cede al poder superior del Espíritu, algunas veces en forma gradual, otras veces en forma instantánea.
El punto de partida es el reconocer a Dios como la única Vida, que no depende de la materia para manifestarse. La materia no forma parte del Espíritu, y no puede ni beneficiar ni dañar la Vida del hombre, la idea de Dios. El hombre no está constituido por materia sana o enferma, ni sujeto a nacimiento, decadencia y muerte. Él es enteramente espiritual, es la expresión del Espíritu únicamente. Esta espiritualidad lo exime de la enfermedad porque él no está sujeto a las debilidades de la materia.
La verdadera identidad del hombre, la semejanza de la Vida divina, jamás puede deteriorarse o ser destruida. La idea de la Mente es constante, vive en libertad e independiente del tiempo. Dios y el hombre coexisten, distintos pero inseparables, como una sola causa y un solo efecto.
Como Dios es Vida, la materia no tiene ni puede producir vida. La materia no puede dañar ni perturbar la Vida. Si la materia no tiene realidad, entonces la enfermedad, que es una condición de la materia, tampoco tiene realidad. Además, la enfermedad es irreal porque el creador de todo, Dios, todo lo creó bueno. Él jamás creó el mal. La enfermedad es el resultado de las creencias que tiene la mente mortal respecto a la materia y sus supuestas leyes. En la medida que comprendemos la Vida espiritual, se destruye el error de la mente mortal, y se elimina la fe en la materia. La ley de la armonía infalible, que redunda en bendiciones tales como curación, paz y gozo, se establece.
El hombre, la idea más elevada de Dios, no está acosado por un pasado tenebroso; ninguna enfermedad puede dañar su actual reflejo de lo divino; no enfrenta un futuro incierto. El hombre mora eternamente en la consciencia del Amor.
La consciencia espiritualizada se manifiesta en mejor salud, mayor actividad, vitalidad y permanencia. La Sra. Eddy escribe: “La consciencia construye un cuerpo mejor, cuando la fe en la materia se haya vencido”.Ciencia y Salud, pág. 425.
Las creencias comunes de vida material y limitada deben enfrentarse y destruirse con la autoridad y certeza de que el Espíritu es Todo-entodo. La enfermedad, el dolor, el contagio, el deterioro, así como sus posibles efectos, deben negarse en forma terminante. La enfermedad se elimina por medio del entendimiento de la realidad espiritual: la perfección de Dios y del hombre. Es indispensable para la curación el reconocer que somos la semejanza de Dios.
El Espíritu es infinito; por lo tanto, en realidad todos expresamos esa infinitud. Esto significa que nuestra existencia y nuestra libertad son infinitas. Poseemos el bien eterno. La salud, la alegría y el progreso, nos pertenecen en abundancia. Así nos lo dijo Cristo Jesús cuando declaró: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Juan 10:10.
Debemos estar alerta a las mentiras de la mente mortal, y no permitir que nos influyan o impresionen sus pretensiones de que la materia tiene poder.
Cristo Jesús jamás se impresionó por los síntomas que mostraban los enfermos. No se dejó impresionar ni aun por el hecho de que Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado en un sepulcro. ¿Cuál fue el resultado de esa manera de enfocar los problemas? La curación, en todos los casos. El Maestro sabía que el hombre es perfecto, espiritual e invariable. Esa condición de perfección existe ahora. No es algo para ser alcanzado en un futuro lejano, o algo que sólo los privilegiados logran. Por el contrario, la perfección es una realidad presente, un derecho que tiene toda persona, porque todos somos los hijos bienamados de Dios, el Amor.
La capacidad para sanar no es milagrosa, ni se obtiene sólo dejando que otros más adelantados en la práctica de la curación metafísica nos ayuden. Debemos hacer nuestro propio trabajo, demostrar nuestra fidelidad y amor a Dios, estudiar y orar consecuentemente hasta que el error sea vencido. No hay ningún poder, ninguna cosa, ninguna persona, ninguna creencia, que pueda oponerse a nuestra victoria final sobre el mal. La espiritualización del pensamiento debe triunfar.
