Conocí esta Ciencia cuando estaba cursando estudios preparatorios para ingresar en la Facultad de Medicina. Comencé a asistir a las reuniones de un grupo de Científicos Cristianos en la universidad. Me interesó mucho y leía toda la literatura que podía obtener. Poco a poco comencé a comprender las premisas básicas de la Ciencia Cristiana, y empecé a demostrar lo que estaba aprendiendo. Por primera vez estaba lejos de mi familia, y sentía una gran inseguridad y soledad. Cuando comprendí que Dios, nuestro Padre-Madre, está siempre con nosotros y que, como hijos del único Padre-Madre, todos los hombres son, en realidad, hermanos, entendí que no podía estar, y en realidad no lo estaba, separada de mi familia verdadera. Desde entonces, dondequiera que estuviera me sentía como en mi propio hogar. Cuando aprendí que expresar las cualidades divinas es mejor que tratar de impresionar a los demás, mis relaciones con mis semejantes fueron más tranquilas y satisfactorias.
Con éstas y otras demostraciones, pude percibir claramente el valor práctico de la Ciencia Cristiana. Comprendí que no podía seguir con la Ciencia Cristiana y con mi profesión médica pues no armonizaban. Para entonces ya había transcurrido la mayor parte del año académico, y si no daba el examen para ingresar en la Facultad de Medicina, perdería un año de estudios. Además, no tendría tiempo de prepararme para otro examen de admisión ese año. Y aún me preguntaba lo más importante: ¿Qué profesión eligiría? Me dí cuenta de que debía entrar en mi aposento, cerrar la puerta a todos los argumentos humanos y escuchar la dirección divina. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy, citando las palabras de Cristo Jesús, dice (págs. 14– 15): “ ‘Cuando ores, entra en tu aposento, y habiendo cerrado tu puerta, ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará’ en público.
“Así habló Jesús. El aposento simboliza el santuario del Espíritu, cuya puerta se cierra al sentido pecaminoso, mas deja entrar la Verdad, la Vida y el Amor. Cerrada para el error, está abierta para la Verdad, y viceversa”. Percibí que más importante que tomar una decisión, era el esfuerzo que debía hacer por conocer mejor a Dios. En este empeño me dediqué más al estudio de la Ciencia Cristiana y me liberé del pensamiento de que yo tenía la responsabilidad de hacer tal decisión. Comprendí que en mi verdadera naturaleza no estaba separada de Dios y, por lo tanto, en forma natural haría lo correcto. Dejé de asistir a las clases y comuniqué a mi familia y amigos mi decisión. Todo se desarrolló sin inseguridad alguna de mi parte y sin ninguna reacción desagradable de parte de los demás.
Me sentí completamente segura de que Dios no me dejaría a mitad de camino, sino que me indicaría lo que debía hacer después. Dos meses más tarde, solicité admisión en otra facultad, no muy conocida, y aunque no había tenido tiempo de estudiar para el examen de admisión, lo pasé y obtuve una de las calificaciones más altas. Esta nueva fase de estudios me satisfizo más de lo esperado, tanto el estudio como la profesión. Para mí tales sucesos representaron hechos muy significativos en el progreso espiritual, porque fueron pruebas evidentes de la guía divina, que bendice a todos.
En un semestre determinado, era obligatorio estudiar psicopatología, materia en la cual se estudian los síntomas y características de varias enfermedades mentales. Los conceptos enunciados en las clases presentaban al hombre como mortal, discordante, débil, vulnerable e irremediablemente enfermo. Al igual que Daniel en la historia bíblica, decidí no contaminarme “con la porción de la comida del rey” (Daniel 1:8), y firmemente negué los conceptos erróneos, reemplazándolos por los conceptos espirituales. Al hacerlo así, no obstante, me pareció que no me sería posible pasar los exámenes finales, ya que no asimilaba las teorías.
Durante el semestre fui aceptada para tomar instrucción en clase Primaria en la Ciencia Cristiana. Por este motivo, tenía que viajar al exterior y perdería varias clases en la facultad. El profesor había anunciado al comienzo que reprobaría a los estudiantes que faltasen una o dos veces. Era obvio que perdería esta materia en la universidad, si asistía a la clase de Ciencia Cristiana. Sin embargo, ni por un instante se me ocurrió postergar la clase de Ciencia Cristiana para otra ocasión. No tenía la menor duda que, siendo una bendición, la instrucción en clase no podía traerme ningún problema. Claramente sentí que esta instrucción sería de suma importancia para alcanzar madurez espiritual, no sólo para el ejercicio de mi profesión sino para todos los aspectos de la vida.
Seguí adelante, y lo que aprendí verdaderamente me bendijo. Regresé a la universidad. En el examen, el profesor nos pidió que escribiésemos sobre la salud mental. Las palabras fluyeron naturalmente, y me resultó fácil exponer un concepto más elevado de salud mental. No sólo aprobé el examen, sino que recibí una nota de elogio del profesor, diciendo que había evidenciado suficiente madurez, no solamente para el ejercicio de mi profesión, sino también para enseñar dicha materia, y consideraba que sería de utilidad si me dedicara a entrenar a otros profesionales.
Estoy agradecida que a través de la Ciencia Cristiana me fue posible vencer la inseguridad, el temor, y muchos otros falsos rasgos de carácter, que me habían afligido desde mi niñez. Con estas victorias me fue posible establecer un matrimonio feliz y éste ha sido una bendición maravillosa.
Actualmente estoy agradecida por las muchas oportunidades que tengo de trabajar para el movimiento de la Ciencia Cristiana, en una iglesia filial, y para La Iglesia Madre.
Sáo Paulo, SP, Brasil