¿Has deseado alguna vez tener algo que pertenece a tu amigo? Tal vez tu deseo hasta llegó a interponerse en tu amistad. ¿Te gustaría que a tu amigo le faltara algo para que así tú pudieras tener lo que deseas? Ese tipo de deseo egoísta se llama codicia. El décimo mandamiento dice: “No codiciarás”. Éx. 20:17. La felicidad nunca llega deseando u obteniendo lo que le pertenece a otro.
En una oportunidad en que Cristo Jesús se encontraba hablándole a la gente acerca de Dios, un hombre cuyo hermano tenía todos los bienes de la familia le dijo: “Maestro, dí a mi hermano que parta conmigo la herencia”. Jesús sin duda sabía que este hombre venía a él no por la verdad que él enseñaba, sino para obtener cosas, porque le dijo: “Mirad, y guardaos de toda avaricia”, Lucas 12:13, 15. añadiendo que la vida verdadera de una persona no depende de la abundancia de cosas que posee. Jesús entonces le relató a él, y a todos los demás que lo escuchaban, una historia sobre un granjero rico que descubrió después de haber levantado la cosecha que él tenía una gran cantidad de grano, tanto que sus graneros no tenían suficiente capacidad para poder guardarlo. De modo que pensó más o menos lo siguiente: “Tiraré abajo estos graneros pequeños y construiré otros más grandes, y allí almacenaré el grano. Estaré asegurado para todo lo que necesite en los años venideros, de modo que puedo dedicarme a descansar y a disfrutar”.
Pero Dios le señaló que puesto que su vida terrenal se acabaría esa misma noche, esa inmensa cantidad de grano que tenía le iba a servir de muy poco. Y al joven que pensaba tanto en obtener propiedades, y al resto de la gente, Jesús les dijo: “Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios”. v. 21.
Todo el bien viene de Dios, y Él no tiene hijos preferidos. Él no le da más a uno que a otro. Ser “rico para con Dios” significa que poseemos todas las cualidades buenas de Dios. Porque Dios es Amor, debemos ser ricos en expresar amor. Y cuando compartimos nuestro amor, compartimos nuestras riquezas, y eso constituye la felicidad.
Cuando Mary Baker Eddy era una niña, era “rica para con Dios”. En su adolescencia, después de sus clases en la escuela, se dedicaba a enseñarle a un muchacho que trabajaba en la granja de los padres de ella. Él quería ir a la Escuela Dominical, pero se sentía avergonzado porque no sabía leer como los otros niños. Él nunca había ido a la escuela. Mary le ayudó a memorizar versículos de la Biblia, y entonces asistió a la Escuela Dominical con los demás niños. Años más tarde, cuando llegó a ser la Descubridora de la Ciencia Cristiana, compartió la verdad con todo el mundo a través de su libro Ciencia y Salud.
No oramos para conseguir cosas, puesto que Dios ya nos ha dado Sus riquezas. Oramos para aprender más acerca del Amor divino y sobre nuestro prójimo, que es también el hijo de Dios, al igual que nosotros. La próxima vez que te guste tener algo, pregúntate si es una necesidad o un deseo. Si es una necesidad, ya está satisfecha por la ley de la abundancia de Dios. La Sra. Eddy nos dice: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana”.Ciencia y Salud, pág. 494. Obedecemos el décimo mandamiento cuando nos sentimos contentos de que otra persona tiene algo bueno. Nuestro amor nos enriquece, nos enriquece de una manera que no podrían hacerlo una abundancia de cosas. Dios, que es el dador de todo el bien, tiene para todos nosotros mayor cantidad de bien de lo que jamás podamos imaginarnos.