El hombre, creado espiritualmente, es uno con Dios y expresa todas las cualidades de su creador. Esto es lo que Cristo Jesús percibió tan claramente y enseñó cuando dijo: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” Juan 5:19. y “Yo y el Padre uno somos”. 10:30.
Para ver nuestra filiación o unidad con Dios, el Padre, tenemos que comprenderlo y amarlo como el divino Principio creativo de todo lo que existe. Tenemos que tener completa confianza en Él, ser del todo obedientes a Sus leyes divinas y expresar esta obediencia prácticamente.
Nuestra obediencia se expresa en la proporción en que reconocemos que Dios es la única Mente. Mediante la obediencia, la realidad del ser — salud y perfección inagotables — trasciende cada vez más todo aspecto de nuestra vida, y el hombre espiritual, la expresión de Dios, comienza a brillar. Nuestro sentido mortal del yo se somete al hombre verdadero, y experimentamos la dirección y afectuoso cuidado del Padre en todo lo que emprendemos.
La mente mortal, la creencia en una inteligencia personal separada de la Mente divina, tiene que ser vista como irreal. La mente mortal no tiene nada en común con la Mente verdadera, sino que ve todas las cosas como temporales y sujetas a la inarmonía, limitación y decadencia. El falaz argumento de la mente mortal de que el hombre tiene una individualidad separada de Dios, sujeta a la escasez, la enfermedad, el pecado y la muerte, es destruido mediante el Cristo, la verdadera idea de Dios. La idea del Cristo revela que el hombre expresa la ilimitada inteligencia divina.
En la Mente deífica, la cual crea y mantiene todo lo que es real, todo es permanente. En la medida en que establecemos nuestra unidad con la Mente divina al reflejar las cualidades semejantes a Dios, vemos al universo como Dios lo hizo y lo ve: sin imperfecciones. Lo que la Mente percibe participa de la naturaleza de la Mente.
Tal como nos miramos en un espejo para ver el reflejo de nuestro rostro, así podemos volvernos a la Ciencia divina para ver al hombre reflejando a Dios, el Espíritu. Entonces, como Dios es Amor, el hombre expresa amor, no egoísmo u odio. Dios es la Vida omnipresente. En consecuencia, el hombre, Su reflejo, expresa fortaleza y libertad, salud, vigor e inmortalidad. Dios es Alma. Como expresión del Alma, el hombre refleja la belleza de la santidad, irradia el color y originalidad del Alma.
Mediante la Ciencia Cristiana aprendemos a emplear el dominio que Dios ha dado al hombre y a experimentar el gozo de la filiación con Dios. La pureza espiritual caracteriza al hombre de la creación de Dios; la inteligencia y el amor lo animan; la santidad y la bondad dan energía a sus pensamientos. A medida que nos identificamos con este hombre y abandonamos el sentido irreal y mortal del yo, demostramos progresivamente el poder de la bondad para vencer y destruir las sugestiones del mal y su poder espurio.
La Sra. Eddy escribe: “Más que nada necesitamos la oración del deseo ferviente de crecer en gracia, expresándose en paciencia, humildad, amor y buenas obras”.Ciencia y Salud, pág. 4. La práctica de estas virtudes desarrolla la comprensión mediante la cual percibimos los hechos divinos y con ello expresamos poder espiritual. La liberación de fuerzas morales y espirituales que sigue a la comprensión de Dios como la Mente única e infinita y del hombre como Su idea, tiene como resultado la habilidad de subyugar a la mente mortal y destruir sus aflictivas condiciones: la enfermedad, el pecado, la infelicidad o mala herencia.
“Porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza, al Altísimo por tu habitación, no te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada”, Salmo 91:9, 10. proclama el Salmista. Nuestro pensamiento debiera morar en Dios solamente. La Ciencia Cristiana nos capactia para afirmar con constancia el origen espiritual del hombre, su unidad con el Principio divino, el Amor, y así resistirnos a ser arrastrados por el temor, el odio, la envidia, la mala práctica mental, la opresión, o cualquier otro aparente poder opuesto a Dios. Saber, en realidad, sentir, que no hay sino un Dios, quien hizo todo lo que fue hecho, ¿por qué hemos de temer o creer la realidad ilusoria de algo que Dios no hizo?
Como idea reclamemos con gozo nuestra unidad con la Mente divina afirmando constantemente la naturaleza totalmente espiritual de nuestro ser. Neguemos vigorosamente la creencia de que el hombre es mortal, separado de Dios y sujeto a la escasez y agresión. La Sra. Eddy explica la relación inseparable del hombre con Dios, de esta manera: “Tal como una gota de agua es una con el océano, un rayo de luz uno con el sol, así Dios y el hombre, Padre e hijo, son uno en el ser”.Ciencia y Salud, pág. 361. El hombre expresa a Dios, la Mente única infinita e indivisible. La unidad y al mismo tiempo la diferencia entre Dios y el hombre es una roca sobre la cual podemos estar seguros y serenos contra los ataques del mal. Las amenazas del mal se desvanecen ante la presencia de la clara comprensión de la unidad espiritual del hombre con Dios como reflejo, revelada mediante el Cristo eterno.
El Amor es supremo, y el Amor incluye en su infinitud todo lo que constituye el ser del hombre formado por Dios: su sustancia, su actividad ilimitada, su seguridad inmortal.