Durante mis estudios en la escuela secundaria me sentí muy presionada por familiares y amigos, así es que empecé a probar diferentes drogas con la esperanza de que esto respondería a mis necesidades. Finalmente me recluyeron en un hospital del estado para someterme a exámenes con el propósito de determinar si habían daños cerebrales que se sospechaba fuesen de nacimiento. Yo había sabido de la Ciencia Cristiana por una tía. En esas circunstancias pedí ayuda a una practicista de la Ciencia Cristiana.
Cuando empecé a estudiar Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, encontré esta declaración especialmente apropiada (pág. 552): “La experiencia humana en la vida mortal, que empieza con un óvulo, corresponde a la de Job, cuando dice: ‘¡El hombre, el de mujer nacido, corto es de días, y harto de desventuras!’ Los mortales tienen que emerger de esta noción de que la vida material es todo-en-todo. Tienen que romper sus cascarones con la Ciencia Cristiana, y mirar para afuera y hacia arriba”. También me dio consuelo la respuesta de la Sra. Eddy a la pregunta “¿Qué es el hombre?” la cual empieza (ibid., pág. 475): “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales. Las Escrituras nos informan que el hombre es creado a la imagen y semejanza de Dios”.
Tanto una practicista de la Ciencia Cristiana como una trabajadora de las Actividades Institucionales de la Ciencia Cristiana me visitaban semanalmente. Su ayuda y estímulo fueron inapreciables, y finalmente asistí regularmente a los cultos de la Ciencia Cristiana celebrados en el hospital.
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