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El futuro pronosticable del hombre

Del número de agosto de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Sí, el destino del hombre se conoce. Dios lo conoce, y este destino es inevitable porque la identidad verdadera se basa en la invariable ley divina. El hombre de Dios es la expresión de Dios. El hombre es la evidencia del Ser perfecto, una evidencia que está siempre desarrollándose. La eterna ley de Dios mantiene al hombre en un modelo irreversible de lozana bondad. No hay incertidumbre ni casualidad en la creación de Dios. La perfección del hombre es estable.

Pero parecemos vivir en un mundo de predicciones. Y se necesita un examen profundo para descubrir algunas predicciones favorables. Por supuesto, algunas veces necesitamos el discernimiento espiritual previsor que reconoce los desafíos y la manera de enfrentarlos. Pero la dieta diaria de predicciones se basa mayormente en una perspectiva corpórea, la cual está lejos de ser espiritualmente impulsada. Después de haber dado una ojeada al periódico de la mañana, de habernos puesto en contacto con otras personas y de haber escuchado por la noche algunas noticias en la televisión, no es de sorprenderse que uno se llegue a preguntar qué esperanza puede uno abrigar para el futuro, en qué irá a parar la economía nacional, si aumentarán las posibilidades de que sobrevenga el hambre, de que se intensifique el crimen en algunos países, o de si irá a haber suficiente combustible durante el invierno.

¡Ésta es exactamente la manera de pensar — la clase de pensamiento temeroso y mesmérico respecto a la vida — que la mente mortal quisiera hacernos aceptar! “Mente mortal” es un término que en la Ciencia Cristiana tiene un significado singular; define la naturaleza del mal. En dos palabras este nombre describe una acumulación totalmente errada de ignorancia, que arroja sus creencias de que la Mente, Dios, es limitada y finita; que la Vida es mortal y está sujeta a peligro. El impulso de esta llamada mente sería el de despreciar — incluso el de desacreditar — la vida, la vida que viene de Dios.

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