Sí, el destino del hombre se conoce. Dios lo conoce, y este destino es inevitable porque la identidad verdadera se basa en la invariable ley divina. El hombre de Dios es la expresión de Dios. El hombre es la evidencia del Ser perfecto, una evidencia que está siempre desarrollándose. La eterna ley de Dios mantiene al hombre en un modelo irreversible de lozana bondad. No hay incertidumbre ni casualidad en la creación de Dios. La perfección del hombre es estable.
Pero parecemos vivir en un mundo de predicciones. Y se necesita un examen profundo para descubrir algunas predicciones favorables. Por supuesto, algunas veces necesitamos el discernimiento espiritual previsor que reconoce los desafíos y la manera de enfrentarlos. Pero la dieta diaria de predicciones se basa mayormente en una perspectiva corpórea, la cual está lejos de ser espiritualmente impulsada. Después de haber dado una ojeada al periódico de la mañana, de habernos puesto en contacto con otras personas y de haber escuchado por la noche algunas noticias en la televisión, no es de sorprenderse que uno se llegue a preguntar qué esperanza puede uno abrigar para el futuro, en qué irá a parar la economía nacional, si aumentarán las posibilidades de que sobrevenga el hambre, de que se intensifique el crimen en algunos países, o de si irá a haber suficiente combustible durante el invierno.
¡Ésta es exactamente la manera de pensar — la clase de pensamiento temeroso y mesmérico respecto a la vida — que la mente mortal quisiera hacernos aceptar! “Mente mortal” es un término que en la Ciencia Cristiana tiene un significado singular; define la naturaleza del mal. En dos palabras este nombre describe una acumulación totalmente errada de ignorancia, que arroja sus creencias de que la Mente, Dios, es limitada y finita; que la Vida es mortal y está sujeta a peligro. El impulso de esta llamada mente sería el de despreciar — incluso el de desacreditar — la vida, la vida que viene de Dios.
Una manera en que la mente mortal quisiera operar para oscurecer la dignidad de la vida espiritual es pronosticando constantemente un futuro de peligro. Y, por supuesto, ¿quién quiere vivir una vida que esté en constante riesgo? “Predecir el peligro no dignifica la vida”, escribe la Sra. Eddy, “mientras que pronosticar la libertad y la alegría sí; pues estos son poderosos promotores de la salud y la felicidad”.Escritos Misceláneos, pág. 240.
Pero ¿de qué sirve “pronosticar la libertad y la alegría” cuando hay tanta evidencia de que es posible que el futuro reserve precisamente lo contrario? Sí sirve, porque cuando comprendemos la fuente divina de la libertad y la alegría — cuando encontramos su base verdadera en la totalidad de Dios — derrotamos las equivocadas profecías que surgen del temor y la duda. En lugar de mirar a través de la lente limitada de la mente mortal para calcular los acontecimientos, necesitamos mirar desde el punto de vista ilimitado de la Mente inmortal.
Desde este punto de vista, vemos que el hombre no es una entidad mortal, privado de Dios. El hombre es la manifestación espiritual de Dios, la idea de la Vida divina. El futuro del hombre, su destino, sólo puede ser definido en términos del constante desarrollo de la perfección de la Vida, la ley eterna de la acción divina. A medida que discernimos este futuro verdadero, nuestra percepción tiene un efecto sobre las circunstancias presentes. Los acontecimientos se desarrollan en conformidad con lo que percibimos de la realidad. La enfermedad cede a la salud, el temor a la confianza y la incertidumbre a la convicción.
Con demasiada frecuencia las predicciones de peligro indican sumisión a las amenazas de los sentidos materiales y nos roban del fundamento adecuado para sobreponernos a esos peligros, por lo menos para hacerlo sobre una base permanente. Pero cuando con sabiduría vemos lo que pretenden las amenazas de peligro y entonces sin titubear predecimos el bien, cuando reconocemos la supremacía de la Vida divina, obstruimos las acometidas del mal. Nuestra valorización de las cosas no se basa en lo que esperamos que ocurra. Se basa en lo que sabemos de la Verdad eterna que está en operación ahora mismo. El estado del ser perfecto es la ley de la Vida, una ley que es ineludible.
El mal no tiene futuro. No tenemos por qué pronosticarle uno. De hecho, no tiene ni pasado ni presente. La Mente divina es omnisciente, y Dios no conociendo el mal no le da sustancialidad. “Muy limpio eres de ojos para ver el mal”, Hab. 1:13. dice de Dios la Biblia.
¿Qué decir de aquellos de nosotros, que nos sentimos relativamente a salvo de algunas advertencias de peligros mundiales? ¿Nos manipula a veces la mente mortal para que nosotros mismos pronostiquemos una serie de peligros? “Me he ido a la cama tan tarde que estoy seguro que estaré cansado mañana”. “No hay manera de tener suficiente dinero para pagar las cuentas de este mes”. “Lo más probable es que la reunión de negocios de esta noche en la iglesia incluya algunas discusiones acaloradas”.
¿Dignifica esta clase de declaraciones la vida que expresa a Dios? Tenemos que amar suficientemente un sentido espiritual de la vida para pronosticar sólo lo que haga justicia a su naturaleza. Y este pronóstico tiene que proceder de una clara comprensión de que Dios es Vida infinita; de que la creación tiene que ajustarse a Su predestinada ley de perfección.
La mente mortal quisiera pronosticar que la vida tiene que ser víctima de la enfermedad, del conflicto, del pecado y, finalmente, de la muerte. Pero cuando nos sometemos a la supremacía de Dios, de la Vida divina misma, vemos que nuestra vida es realmente espiritual, que el ser pertenece a Dios solamente, y que esta experiencia divina no está intimidada por advertencias de peligros: de hecho, jamás puede conocerlas. No existen peligros en el universo de Dios.
Para nosotros, como lo fue para los inspirados personajes de la Biblia, el punto de vista verdadero para pronosticar el futuro es inmortal. La Sra. Eddy, a quien los Científicos Cristianos aceptan como Guía, nos recuerda: “Los profetas antiguos consiguieron su presciencia desde un punto de vista espiritual e incorpóreo, no pronosticando el mal y equivocando la realidad por la ficción, — prediciendo el futuro desde una base de corporalidad y creencias humanas”.Ciencia y Salud, pág. 84.
Podemos comenzar ahora mismo a abandonar un enfoque corpóreo para predecir nuestro futuro. Podemos afirmar con convicción el hecho de que Dios está gobernando, que Su realidad es la ley divina de perfección en desarrollo, y que el hombre es el beneficiario de la bendición de Dios. Podemos agradecidamente vivir la vida en su plenitud al atribuirle espiritualidad inmaculada y sabiendo que la vida verdadera sólo nos reserva felicidad y salud. Entonces encontraremos un “futuro” divino para vivirlo más plenamente en el presente.