Quien padece de confusión mental, falta de memoria e incapacidad para saber qué hacer y cómo actuar de manera ordenada y sencilla en la rutina común de la vida cotidiana, está enfrentando la pérdida temporaria de su sentido de identidad. Según las circunstancias, el efecto es un conflicto mental en cuanto al propio ser, el lugar, las relaciones, los propósitos y los motivos. Los casos extremos presentan un cuadro de sustitución de identidad en el cual el paciente se cree otra persona.
El remedio es obtener una percepción más clara de la verdadera identidad, una meta que todos deberíamos alcanzar. El sueño mismo de la mortalidad es un estado engañoso. Toda enfermedad es evidencia de identidad equivocada. Lo mismo es el pecado, aunque más grave. Mary Baker Eddy, que descubrió y fundó la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), nos recuerda: “Hay muchas especies de demencia. Todo pecado es demencia en distintos grados. El pecado se salva de esta clasificación sólo porque su método de locura está de acuerdo con la creencia mortal corriente”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 407.
¿Cuál es nuestra verdadera identidad? La Ciencia Cristiana identifica al hombre como imagen, reflejo, semejanza, expresión e idea. Dios, el Espíritu, es la causa, y el hombre es el efecto. La verdadera identidad tiene que ver con nuestra indestructible relación con el creador, una relación que es completamente espiritual.
Consideremos el término “idea” en relación con el hombre. La Sra. Eddy lo usa frecuentemente. Consideremos su utilidad a fin de aclarar nuestra identidad y resolver las tentaciones de la enfermedad mental, ya se trate de temporarias pérdidas de la memoria, la confusión de la senilidad o las formas más graves de la demencia.
En su “Traducción científica de la Mente inmortal” la Sra. Eddy se refiere al hombre como “la idea espiritual de Dios, individual, perfecta, eterna”. Y a continuación cita el Diccionario Webster de la Lengua Inglesa: “Idea: Una imagen en la Mente; el objeto inmediato del entendimiento”.Ibid., pág. 115. Esto nos recuerda lo que afirman las Escrituras: “Y creó Dios al hombre a su imagen...” Gén. 1:27.
¿Qué es una imagen? Aunque se relaciona con el vocablo latino que significa imitación, esta palabra tiene un significado más profundo. Una imitación suele ser una reproducción barata, carente de calidad, valor o permanencia. No ocurre así con el hombre, la imagen de Dios. Por el contrario, él es similitud, semejanza, dotado de cualidades semejantes a Dios, el efecto del único Dios, la causa mayor y única. El hombre está imbuido de la naturaleza y del carácter de Dios por cuanto refleja la pureza, la bondad, la inteligencia, la sustancia y la rectitud de Dios. Y este reflejo constituye la identidad del hombre.
Por cuanto la Mente es Dios, y el hombre como idea es una imagen en la Mente, el hombre posee la consciencia de la Mente, refleja el gobierno de la Mente y está por siempre libre de confusión y conflicto mental y no es olvidadizo. Por ser el “objeto inmediato del entendimiento” está comprendido en ese entendimiento y es lúcido, alerta, receptivo y obediente. Lo inmediato es incompatible con la demora, la vacilación o la alienación del bien.
Se ha dicho que una idea es el concepto de la perfección. Dios es el único Ser perfecto, y el hombre concebido por Él expresa la perfección del original. Se eleva así el concepto acerca del hombre como un ser humano imperfecto sujeto a cambios, propenso a la incertidumbre, basado en el modelo de decadencia inevitable, al concepto de excelencia incuestionada, el concepto de la perfección. Cristo Jesús enseñó a sus seguidores a cumplir este grado de la perfección por la sola razón de que el Padre es perfecto: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Mateo 5:48. Esta razón es suficiente, pues lo semejante produce lo semejante. Como el Padre, así el hijo. La Sra. Eddy lo confirma: “El entendimiento a la manera de Cristo de lo que es el ser científico y la curación divina incluye un Principio perfecto y una idea perfecta, — Dios perfecto y hombre perfecto, — como base del pensamiento y de la demostración”.Ciencia y Salud, pág. 259.
Se puede decir que una “idea” es una semejanza o representación exactas. La exactitud no admite desviación o declinación. No hay un alejamiento de la certidumbre de todo lo que es exacto, cabal y preciso. ¡Cuán contrario al concepto erróneo o transitorio, incierto y temeroso del hombre, característico de la existencia humana, es esta correcta valoración del hombre como idea! La exactitud es una cualidad de la perfección. Semejanza es sinónimo de imagen. Representación significa modelo o reproducción. El hombre, como idea, es todo esto, unido inevitablemente a su Hacedor y completamente libre de cualquier posibilidad de diferir de lo que Dios le hizo. El creador sostiene, protege y preserva la integridad de Su creación. La única Mente que el hombre posee es Dios y esta Mente es eternamente lúcida, totalmente incapaz de trastorno o desorden. Y así es el hombre, su exacta semejanza o representación.
Una idea es indestructible. Los objetos físicos carecen de permanencia pero las ideas nunca pueden ser aniquiladas. Cuando la Sra. Eddy era muy joven, demostró que comprendía algo de esto cuando, en una clase de filosofía, la maestra preguntó: “¿Si destruyeras una naranja, qué quedaría de ella?” Mary respondió: “Quedaría el pensamiento sobre la naranja”. Irving C. Tomlinson, Twelve Years with Mary Baker Eddy (Boston: La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana, 1966), pág. 20.
El hombre, la idea de Dios, no es un mortal transitorio y consumible, la víctima de un accidente, sujeto al deterioro gradual de sus facultades físicas o mentales. El hombre, como idea, es inmortal, eterno, radiante con la continuidad del ser. Su consciencia es la consciencia de la Mente. Sus facultades son las del Alma. Su discernimiento, percepción y agudeza son tan permanentes como el Espíritu que las forma. Su vida no es una efímera experiencia humana, sino la incesante expresión de la Vida divina, el Principio animador que siempre ha existido, la actividad del Amor con su ternura y pureza.
No puede haber pérdida de la identidad cuando se comprenden estas verdades. La confusión, la incertidumbre y la falta de capacidad para recordar experiencias del pasado inmediato se pueden corregir a medida que se comprende la verdadera identidad del hombre.
Quienes, al parecer, no están en condiciones de ayudarse a sí mismos pueden sanar por medio de la oración consagrada de alguien que aprecia y conoce a fondo la plenitud del ser del hombre como idea de Dios, una plenitud que nunca puede ser soslayada, que nunca se deteriora ni se disipa por falta de uso. La Mente divina, la única Mente del hombre, es impenetrable por influencias materiales que deterioran. La consciencia verdadera está fuera del alcance de las leyes tanto de la genética como de la herencia humana y de los efectos de asociarse con quienes padecen condiciones similares. La completa y permanente lucidez de la única Mente gobernante garantiza la lucidez de la consciencia espiritual individual que la refleja. Mediante la aplicación fiel de estas verdades de la Ciencia Cristiana se están produciendo curaciones de enfermedades mentales, confusión y senilidad.
Podemos poner en práctica la naturaleza profiláctica de esta Ciencia y prevenir la enfermedad mental fortaleciendo constantemente nuestra comprensión de la verdadera identidad del hombre. Al incluir este fortalecimiento en nuestro trabajo diario de oración por nosotros mismos, veremos que nuestro potencial, en lugar de disminuir, continúa expandiéndose. Los talentos y capacidades, la comprensión y las aptitudes aumentarán tan rápidamente como estemos dispuestos a admitirlos. Cuando nos identificamos como la imagen — la idea — de Dios, en oración y con fidelidad, mantenemos nuestra percepción espiritual de coexistencia con el Padre. Las insuficiencias mentales no encontrarán respuesta en nosotros. La tentación de sentirse confuso se encara con una firme insistencia en nuestra dependencia de la Mente divina, de la presencia, el poder, la totalidad y la perfección de esa Mente.
En varias páginas de Ciencia y Salud la Sra. Eddy desenmascara los falaces argumentos de la existencia mortal, argumentos que, si son aceptados inconscientemente, pueden contribuir a la enfermedad mental. En estas páginas, que van de la 244 a la 248, se expone claramente el remedio. Merecen una concentrada atención en nuestra oración por nosotros mismos. Cuando obedecemos la guía de nuestro libro de texto, advertimos que dependemos cada vez más de Dios. De esta manera mantenemos nuestra independencia individual y confiamos cada vez menos en el apoyo o la ayuda de los demás.
Depender en cierto grado de los demás es normal en una sociedad compleja. Sin embargo, cuando este apoyarse en otras personas comienza a afectar nuestra dependencia respecto de Dios, se convierte en un factor que contribuye a la inestabilidad mental. Si el hábito de apoyarse más en los demás que en Dios va en aumento, debemos tomar esta circunstancia como advertencia. ¿Estamos abandonando una preciosa herencia que se debe preservar? Por medio de la oración podemos afirmar nuestra unidad con Dios, buscar en Él la inteligencia que necesitamos, insistir en la permanencia de la memoria de la Mente y saber que la Mente está siempre consciente de sus propias ideas. Podemos insistir con gratitud en el orden, respetuoso de la ley, que dimana del gobierno y la dirección de la Mente. El hombre — la idea de Dios — posee una identidad indestructible: saberlo asegura nuestra salud mental.