El hombre y el universo son espirituales, no materiales. Dios, el Principio divino, gobierna el universo con precisión y amor. El hombre refleja del Principio perfecto la cualidad de dominio, y nosotros ejercemos dominio cuando cedemos a la autoridad absoluta del Principio.
Puede parecer paradójico decir que ejercemos dominio al ceder; sin embargo, esto es lo que demostró el cristiano por excelencia. Dijo Jesús: “No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre”. Juan 5:30. Ceder, por lo tanto, significa deponer la voluntad humana ante la de Dios y renunciar al egotismo humano en aras del ser espiritual, la expresión divina, nuestro verdadero ser. Esta renuncia altera nuestra perspectiva y nos muestra cómo hacer frente a la ansiedad que suele sentirse con toda clase de cambio.
Al romper una relación, comenzar un nuevo trabajo o terminar los estudios, el futuro puede parecernos bastante indefinido y nada prometedor. A menudo es difícil abandonar un plan muy querido, o refrenar la desesperación si nuestros proyectos se ven frustrados por alguna circunstancia que parece estar más allá de nuestro control. En la obra Julio César, de Shakespeare, Casio cuestiona la tendencia humana a culpar fuerzas externas por nuestras frustraciones y fracasos: “La falla, caro Bruto, de que seamos subalternos, no radica en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos”.
Es con nosotros que debemos comenzar. Podemos hacer que nuestro presente sea productivo y garantizar la seguridad de los días por venir comprendiendo que nuestra experiencia es subjetiva. Determinamos la tendencia externa de nuestra vida ejerciendo autoridad sobre nuestros pensamientos. Aquello que admitimos como verdadero y poderoso tiende a serlo en nuestra experiencia. En realidad, sólo hay una Mente — Dios — y cuando encontramos nuestra verdadera identidad como expresión de la Mente, nos colocamos en una posición de dominio. Cada paso de identificación con el bien desarrolla esta autoridad. Cuando la compasión, la fe, la sabiduría y otras cualidades ocupan nuestro pensamiento, inevitablemente nos aproximamos a la nobleza de espíritu. Nuestra Guía, la Sra. Eddy, nos da esta certeza: “Mantened vuestro pensamiento firmemente en lo imperecedero, lo bueno y lo verdadero, y traeréis éstos a vuestra experiencia en la medida en que ocupen vuestros pensamientos”.Ciencia y Salud, pág. 261.
No estamos, por lo tanto, a merced de la suerte, las circunstancias irracionales, los designios astrológicos u otras creencias mortales. Sin embargo, si no estamos alerta, la preocupación por nosotros mismos, el desaliento o la terquedad pueden entrar en el pensamiento. El curso de nuestra vida puede entonces volverse errático y no seguir una meta constructiva. Nuestros temores y ansiedades podrían intensificarse. Pero si comprendemos que Dios, la Mente, constituye la consciencia verdadera, sentiremos la paz del Amor divino. Entonces nos daremos cuenta de que nuestra vida sigue un camino claramente progresivo.
¡Qué reconfortante es tener la certeza, por medio del Cristo, de la constancia del Amor divino! La Ciencia Cristiana nos trae la profunda convicción de que Dios, el Amor, siempre ha estado, está y por siempre estará gobernando al hombre y al universo. Las órbitas del Amor, que mantienen a cada idea en el plan del Amor, son fijas.
Si examinamos nuestra vida, nuestro país o nuestro mundo desde la posición objetiva de la mente mortal — el opuesto ficticio de la inteligencia divina — podría parecer que las incertidumbres aniquilan la omnipresencia del Amor. Sin embargo, el Amor nunca puede ser oscurecido pues es sinónimo de inteligencia verdadera. Si ejercemos el dominio mediante la comprensión de nuestra unidad con la Mente divina, podremos, en cierto sentido, “pensar desde” esta Mente, percibiendo el universo espiritual y perfecto creado por el Amor allí donde a los sentidos materiales se les presenta un mundo completamente material. La duda y el temor desaparecen de esa consciencia espiritualizada. Por lo tanto, las aterradoras predicciones sobre una guerra inminente, desastres nucleares, falta de energía o inflación desenfrenada no deben ensombrecer nuestras perspectivas con la desesperación.
Un concepto esclarecido del tiempo es de gran ayuda. Los pronósticos sobre los próximos meses o años son a veces sombríos y otras veces optimistas. A lo sumo, son indeterminados. La tendencia de la humanidad suele ser la de esperar el bien futuro (o temer el mal pronosticado) y, por lo tanto, se dejan pasar las oportunidades presentes para actuar. Esto significa vivir en la inercia en el único tiempo en el cual podemos actuar, el ahora eterno. Es con el pensamiento de hoy con lo que comenzamos a delinear los días por venir.
La Mente divina activa el uso que hacemos del presente como trampolín para un mañana vigoroso y dinámico. La Sra. Eddy sabiamente nos asegura: “El éxito en la vida depende del esfuerzo persistente, de la utilización de los momentos más que de cualquier otra cosa”. Y aconseja: “El que desea tener éxito en el futuro, debe aprovechar al máximo el presente”.Escritos Misceláneos, pág. 230.
La calidad de nuestro futuro depende de la confianza que libremente depositemos en la sabiduría de Dios y de nuestro ferviente cultivo del entendimiento espiritual, que nos dan confianza en nuestra capacidad para probar que, en realidad, el tiempo no es un factor en la Ciencia del ser. Dios obra en la eternidad, no en el marco del tiempo. A medida que aprendemos que el universo de Dios es inmutable, que no está sujeto a presiones ni fluctuaciones y no incluye elementos cíclicos, se disipa nuestra preocupación por las tendencias que se están desarrollando. Y comenzamos entonces a sentir la alegría y la vitalidad del vivir en el ahora siempre presente.
La carrera de tres años de Cristo Jesús es un ejemplo del profundo efecto de la devoción a la tarea que se tiene delante. Aunque poco se sabe acerca de su vida entre los doce y treinta años, de su declaración de que “... en los negocios de mi Padre me es necesario estar” Lucas 2:49. — hecho que él reconoció desde su niñez — se deduce que estaba consciente de su singular misión.
Sin embargo, en esos dieciocho años de preparación espiritual para su misión debe de haber aprendido y practicado la carpintería que era el oficio de José. De esta fase de la vida de Jesús la Sra. Eddy, al explicar el Cristo incorpóreo, dice lo siguiente: “Esta idea espiritual, o Cristo, tuvo que ver con todos los detalles de la vida del Jesús personal. Lo hizo un hombre honrado, un buen carpintero y un hombre bueno, antes de que pudiera convertirlo en el glorificado”.Esc. Mis., pág. 166. Al demostrar al Cristo en su vida, día a día y año tras año, Jesús se aseguró la inmortalidad triunfante.
La diaria demostración de honestidad y bondad así como el crecimiento espiritual manifestado en la entrega habitual a la voluntad y la sabiduría de Dios, discernidas a través de la oración, son el camino a la manera del Cristo hacia el dominio y la seguridad. Cada día nos provee amplias oportunidades para expresar integridad, dedicación, confiabilidad y otras cualidades que garantizan el futuro. Hora tras hora aprovechamos estas oportunidades y dejamos lo que vendrá librado al infalible y benigno plan de Dios. El futuro es simplemente el “hoy” de mañana.
Si mostramos una actitud de discernimiento respecto de los acontecimientos futuros nuestra percepción del futuro puede ser más aguda que la de quienes profetizan desastres. Una perspectiva de esperanza, sin embargo, debe ser algo más que optimismo humano. Para tener dominio permanentemente de la dirección de nuestra vida debemos adoptar una actitud aún más firme. Debemos reconocer sin reservas que Dios es Todo, que en Su universo nada ocurre fortuitamente y que todo está bajo la absoluta guía divina. Para mantener constantemente esta actitud se requiere valor y humildad espirituales.
Cuando hayamos alcanzado la elevación de la genuina confianza en el específico propósito de la Mente para nosotros — aunque todavía no veamos ese propósito — sabremos que estamos despertando del sueño de la mortalidad. Al adquirir espiritualmente el dominio de nuestra consciencia (experiencia), mediante la comprensión de la unidad del hombre con la Mente divina, probamos que el gobierno del Amor es supremo en el cosmos espiritual eterno. Sólo el Amor constituye todo el ambiente, la sustancia y la actividad. Nuestra firme confianza en el infalible gobierno que Dios ejerce sobre Su creación abarca espléndidamente nuestro presente y nuestro futuro.