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La jubilación y el “hombre nuevo”

Del número de agosto de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El hombre espiritual jamás se jubila. Jamás se cansa o descansa de lo que realmente hace: expresar a Dios en Su plenitud, representarlo, ser Su imagen. El jubilarse de un empleo humano no oscurece estos hechos. Tal jubilación más bien podría permitirle a uno estar más consciente de su trabajo verdadero, más consciente de los “negocios de su Padre”.

Cuando la jubilación va acompañada de la oración, tanto el empleado como el empleador son bendecidos. Esto puede manifestarse en una reducción gradual de las horas de trabajo, en las que el jubilado no sólo continuará compartiendo su trabajo y experiencia, sino también compartirá los frutos espirituales de horas adicionales dedicadas a ese estudio y oración que promueven un renacimiento. Ya sea parcial o total, la jubilación no debe verse como si la fuerza de trabajo de la sociedad quisiera deshacerse de un empleado de mayor edad. En cierta medida, la jubilación puede constituir para todos el descubrimiento del “hombre nuevo”.

Los años de jubilación ofrecen una oportunidad especial para el descubrimiento espiritual. Tal descubrimiento puede incluir no sólo el encontrar que poseemos cualidades maravillosas que nunca antes supimos que poseíamos, sino también el reconocimiento de que algunos rasgos indeseables de carácter que a través de los años aceptamos como nuestros, realmente no forman parte de nuestro ser. Pero más importante aún, una comprensión más amplia y profunda de lo que es el Espíritu nos capacita para salirnos, y para sacar a otros, del contexto de la mortalidad y de la personalidad mortal para encontrar así la realidad espiritual y la individualidad verdadera que participa de la naturaleza del Cristo.

La madurez física y la madurez espiritual no van necesariamente juntas. Es posible que algunos de nosotros hayamos tenido que asumir responsabilidades importantes sin tener mucha madurez espiritual. Se ha observado que algunas de las tendencias y rasgos de carácter desagradables que afligen los años de jubilación son resabios de la niñez. En los años intermedios estábamos tan ocupados que no tuvimos oportunidad ni de caer mucho en esos resabios ni de hacer lo necesario para desarraigarlos y deshacernos de ellos. La época de jubilación es una época para nacer de nuevo.

Tales experiencias de renacimiento jamás pueden ser entendidas por la mentalidad materializada. Nicodemo le preguntó a Cristo Jesús cuando éste se refirió a nacer de nuevo: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” Juan 3:14. Y el dramaturgo Christopher Fry presenta este diálogo entre un hijo y su madre:

Nicolás: Debo decirte que
acabo de nacer de nuevo.
Margarita: Nicolás, tú siempre crees que
puedes hacer las cosas mejor que tu madre. Puedes estar seguro
de que naciste bastante bien en la primera ocasión.The Lady's not for Burning, Segunda edición revisada (New York: Oxford University Press, 1950), pág. 11.

Un renacimiento espiritual es mucho más que meramente dar a luz a un mortal mejor. ¿Por qué cambiar nuestra personalidad mortal por otra, aun cuando sea un modelo mejorado? No es de sorprenderse que esto pueda ser poco atractivo para cualquiera, especialmente para el hombre o la mujer que ya ha pasado muchos años satisfaciendo las exigencias de una personalidad mortal, con frecuencia contendiendo con la clase de persona que parece ser, y tratando de mejorarla. Incluso muchas personas de ánimo espiritual quizás hayan tenido que pasar gran parte de su vida encargándose de asuntos materiales. La muerte ha sido la salida acostumbrada para liberarse de estas preocupaciones.

La Ciencia Cristiana nos dice que no es la muerte, sino el nacimiento — el nuevo nacimiento — la salida. Y el camino ascendente. En cierto modo, requiere que sus adherentes estén dispuestos a vivir eternamente, y a desprenderse de queridas opiniones humanas y maneras de hacer las cosas mediante muchas experiencias de nuevo nacimiento. Tales nuevos nacimientos de ningún modo están restringidos a los años de jubilación. Pero estos años con frecuencia ofrecen la oportunidad preciosa de tener menos deberes hogareños y menos exigencias de trabajo.

El pasar horas en íntima comunión con Dios es a veces doloroso para el orgullo de la realización, porque uno encuentra que un imperio material, grande o pequeño, es de poca consecuencia, aun cuando uno haya luchado por construirlo. Puede que alguien apesumbradamente haga un análisis de relaciones humanas rotas o no cumplidas y se lamente: “No tenía por qué haber sido así. No hubiera sido así si yo hubiera comprendido lo que ahora comprendo”. Tales lágrimas promueven el nuevo nacimiento; tienen que derramarse. Toda una vida, hasta la más progresiva, tiene algo de lo cual es necesario arrepentirse. ¿Pero hay acaso un hombre o una mujer más bello, más compasivo, más inspirador para otros que aquel cuya presencia misma promete que se puede nacer de nuevo?

En la parte intitulada “Introducción” del libro de la Sra. Eddy Escritos Misceláneos, hay un artículo llamado “El Nuevo Nacimiento”, en el cual la Sra. Eddy exclama: “¡Qué pensamiento iluminado de fe es éste! que los mortales pueden despojarse del ‘viejo hombre’, hasta que se halle que el hombre es la imagen del bien infinito que llamamos Dios, y aparezca la plenitud de la estatura del hombre en Cristo”.Esc. Misc., pág. 15.

Acunar tiernamente en nosotros o en otros una nueva humildad, nos ayuda a deshacernos de la vanidad obstructiva de un pasado importante, así como también a enjugar las lágrimas de aquellos que creen haber desperdiciado su vida. Se requiere mucha humildad — se requiere volverse como un niño pequeño — para poder revestirse del hombre nuevo.

Las recompensas son inmediatamente tangibles y bendicen aquellas situaciones que pueden ser la causa de los más grandes pesares en los años de jubilación: la pérdida de compañeros de trabajo y de contemporáneos. “Los nacidos de nuevo” no carecen de una generación. Tienen un parentesco que cruza barreras de tiempo, espacio, raza, cultura o sexo. Pertenecer a la generación de los nacidos de nuevo puede proporcionar una intimidad aún más satisfaciente de la que un grupo de camaradas jamás puedan proporcionar.

Y no debemos dejar de mencionar el trabajo voluntario. Especialmente el de la oración voluntaria. Cuando la persona jubilada ora voluntariamente para bendecir aquello que tal vez ya no sea más de interés particular para ella, la sociedad adquiere una mano ayudadora extra. No se puede medir cuánto enriquece la cualidad de nuestra vida ese amor desinteresado que se expresa tanto en la oración como en la acción que fluye de la oración, pero ese amor se siente.

La jubilación puede que no sea algo fácil. Usándola como una oportunidad para el renacimiento espiritual, podemos compararla con el nacimiento físico, que parecería sumergir a uno en un mundo de preocupaciones materiales. Un renacimiento espiritual nos ayuda a emerger al mundo del Espíritu. Usando los años de jubilación para promover un renacimiento espiritual, podríamos, como el diálogo de Fry lo da a entender, sobrepasar lo que nuestras madres lograron en primer lugar.

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