¿Ha orado usted alguna vez hasta sentir que ya no puede más? Es posible que hasta la oración más constante haya tenido poco resultado sanador. La mayoría de los cristianos han pasado por esta experiencia.
Mediante el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana, la oración se hace más y más eficaz. La oración iluminada nos capacita para progresar más allá del mero implorar a Dios para que nos salve, a la aceptación de que Dios, el bien, es la fuente de nuestra verdadera identidad, es decir, a la afirmación de que el hombre es Su semejanza. La naturaleza del hombre es el reflejo del Amor divino y no un producto de la raza adámica. La inspiración revela lo irreal de la ilusión que la materia tiene vida. La Mente divina es suprema, y su idea — nuestra verdadera identidad — eterna.
Cuando nos identificamos a nosotros mismos y a los demás como ideas de la Mente, nos vamos dando cuenta gradualmente de que todas las cualidades de Dios tienen como propósito que se las utilice. Cualidades tales como el amor y la integridad destruyen el pensamiento material ignorante y temeroso. A medida que se cambia la manera de pensar negativa de la mente mortal por la consciencia que expresa a la Mente divina, aprendemos que la ley de Dios gobierna. Ya sea que nos enfrentemos al peligro, a la enfermedad o al pecado, siempre podemos confiar en la Mente para que nos sane. El libro de Isaías dice de Dios: “Porque fuiste fortaleza al pobre, fortaleza al menesteroso en su aflicción, refugio contra el turbión, sombra contra el calor; porque el ímpetu de los violentos es como turbión contra el muro”. Isa. 25:4.
Es posible que a veces, preocupados por síntomas físicos discordantes, centremos nuestra oración en eliminarlos. La oración científica, por lo contrario, se dirige al pensamiento falto de espiritualidad que causa el malestar y lo reemplaza con la naturaleza reflejada del Amor divino. La discordia se elimina en la proporción en que se comprenda y practique la verdad del ser. La mente mortal jamás puede afectar nuestro verdadero ser, y cuando nos identificamos correctamente con nuestra naturaleza espiritual, se vivifica la consciencia. Entonces se reconoce que la supuesta presencia del mal es irreal, y la rechazamos. Esto nos capacita para discernir más claramente las cualidades divinas que en realidad expresamos.
Quizás pensemos que el resentimiento, la frustración, el temor, la sensualidad y así por el estilo, no influyen en nuestro bienestar. Pero en creencia, errores en la manera de pensar causan enfermedad, aumentan las tendencias pecaminosas y trastornan la existencia en general. El pecado, la enfermedad, la mala intención y el crimen son cuadros hipotéticos de una mentalidad irreal fuera de tono con Dios, el Amor divino.
La Sra. Eddy escribe: “La razón por qué tanto el pecado como la enfermedad sean difíciles de curar es que la mente humana es la pecadora, la cual es aversa a corregirse y cree que el cuerpo puede enfermarse con independencia de la mente mortal, y que la Mente divina no tiene jurisdicción sobre el cuerpo”.Ciencia y Salud, pág. 218. Mediante la oración, la mente mortal se somete a la ley de Dios; la creencia en el mal se destruye a medida que nuestra comprensión del bien aumenta. Podemos despertar para percibir la verdadera identidad como la autoexpresión de la Mente. Cuando reconocemos que reflejamos la única sustancia verdadera, el bienestar, la compleción y el dominio de la Mente divina, la curación se efectúa.
Habrá momentos en que necesitemos orar persistentemente, reconociendo que la verdadera consciencia es el efecto perfecto de la Mente. Falsos rasgos de carácter pueden parecer muy reales, tenaces y personales. Pero son falsedades proyectadas por la mente mortal, una pretensión mesmérica de que la consciencia puede ser fragmentada. Mediante la Ciencia discernimos su irrealidad y descubrimos nuestra verdadera individualidad.
En la Ciencia se reconoce que recuerdos desdichados, la fricción entre personas, las presiones del diario vivir, el dolor y el placer en la materia, son elementos de una mentalidad finita, fundamentalmente falsa. Destruimos estos elementos y neutralizamos sus malos efectos a medida que progresamos. Necesitamos rechazar la creencia de que podemos existir como entidades mortales, divorciados de nuestra función verdadera como ideas de Dios. Para obtener la libertad, la salud y la felicidad verdaderas, tenemos que cambiar la manera de vivir material y reconocer que reflejamos a la Mente. La Sra. Eddy escribe: “Mi descubrimiento, de que la mal llamada mente, mortal y errónea, produce todo el organismo y la acción del cuerpo mortal, me obligó a trabajar, dirigiendo mis pensamientos por nuevos cauces, y me guió a la demostración de la proposición de que la Mente es Todo y la materia no es nada, como factor principal en la Ciencia de la Mente”.Ibid., págs. 108–109.
A medida que estamos más alerta a lo que pensamos, identificando mejor nuestro ser verdadero y expresándolo más, nos ahorramos la angustia acarreada por una manera de pensar indisciplinada. El mantener una actitud mental espiritual impide que las sugestiones mentales agresivas se arraiguen. Aun cuando un sentido del mal se pueda mantener alejado por algún tiempo sin esa disciplina concienzuda, la irrealidad del mal se comprende y demuestra mejor a medida que nuestras oraciones se hacen más científicas. Habrá momentos en que necesitemos orar específicamente para que el Amor divino ilumine el camino de la salida fuera de las falsas creencias materiales hacia la consciencia del Alma.
Necesitamos encarar con honradez nuestros puntos vulnerables y rehusar ser instrumentos voluntarios de éstos. La naturaleza agresiva del maligno, a quien Jesús llamo “mentiroso, y padre de mentira”, Juan 8:44. pretende tener afinidad con nosotros. Su naturaleza animal y acción magnética quisiera hacernos creer que las fases de pensamiento erróneo no sólo se originan en nosotros sino que también nos pertenecen. La Ciencia rompe este mesmerismo. Entonces nos damos cuenta de que el pretender que el mal tiene un origen y aceptarlo como verdadero son características del maligno, no de la consciencia individual que refleja lo divino. La Verdad, comprendida, separa el sentido del mal de la identidad verdadera. Protege nuestra inocencia contra la manera material de pensar y apresura el arrepentimiento, la redención y la curación individual.
Las oraciones de Cristo Jesús fueron eficaces porque él comprendía el poder sanador de Dios. Su conocimiento de que el Ego es Mente, y el poder reflejado de la Mente que él expresaba, lo capacitaban para hacer sus obras maravillosas. El Maestro reiteraba una y otra vez la necesidad de cambiar los valores mundanos por los espirituales. Nadie ha demostrado como él que la verdadera identidad semejante al Cristo depende completamente de Dios para todo elemento de su ser. Dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”. 5:17.
¡Cuán consolador es saber que Dios, el Amor divino, sí responde a la oración! Entonces podemos encarar toda dificultad con valor decidido. La comprensión espiritual del ser nos alienta a abandonar los medios materiales de curación con confianza firme en el poder de Dios. La confianza profunda y la gozosa expectativa acompañan la certeza de que la ley moral y espiritual de Dios — la ley de la Mente divina — destruye el mal. La curación es la consecuencia natural.
Cuando en todos los aspectos de nuestra vida ponemos lo más importante primero, establecemos prioridades en nuestra manera de pensar y de vivir que están más en armonía con las enseñanzas del Mostrador del camino, Cristo Jesús. Esto nos hace más semejantes al Cristo, y somos más compasivos con nuestros semejantes. Entonces podremos discernir mejor las necesidades de los demás y despertarlos a estar más profundamente conscientes de la unión continua de Dios con Su reflejo. El grado en que obedezcamos el mandato de Jesús: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia”, Mateo 6:33. determina la eficacia de nuestra oración para liberarnos y liberar a otros de la discordia, la enfermedad y el pecado.
