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En 1917, año en que me casé, dejé de ir a la iglesia que había frecuentado...

Del número de septiembre de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En 1917, año en que me casé, dejé de ir a la iglesia que había frecuentado hasta entonces. Después de muy poco tiempo me sentí perturbada por lo que algunos dijeron serían las consecuencias de dejar esta iglesia. Tan perturbada estaba que sentía muy poca libertad y alegría. Una amiga íntima me habló de la Ciencia Cristiana y me recomendó que hablara con una practicista de la Ciencia Cristiana. La condición nerviosa de la que había estado sufriendo sanó sólo mediante su explicación de que Dios es la única Mente. Esto me ayudó a comprender que sólo los pensamientos buenos tienen un origen divino, y toda sugestión que no sea buena es por lo tanto irreal, puesto que no puede haberse originado en Dios.

A través de los años he obtenido una convicción más firme de que no existe otro poder aparte de Dios. Éste es un punto que me perturbó en gran manera por mucho tiempo, pero la ayuda y dirección que he recibido al afiliarme a una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, y a La Iglesia Madre y el haber tomado instrucción en clase de esta Ciencia, han desarrollado más mi comprensión de la omnipotencia de Dios. Sé que en la Ciencia Cristiana he encontrado la verdad del ser porque he sido testigo de muchas curaciones al demostrarse la identidad verdadera, espiritual, del hombre.

Un día de otoño, vino una amiga mía a mi casa a enlatar frutas. Cuando llegó, tenía una mano vendada y me dijo que ésta estaba muy infectada. Se sentía bastante deprimida y ofuscada por el problema, porque pensaba que a pesar de haber orado como le habían enseñado en la Ciencia Cristiana, no había recibido respuesta a sus oraciones.

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