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Ayudemos a frenar el crimen

Del número de septiembre de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

The Christian Science Monitor


¿Qué pueden hacer nuestros lectores para ayudar a frenar el crimen? Probablemente algunos ya estén trabajando en la aplicación directa de la ley, o sirviendo en la comunidad en organizaciones y comités. Pero ¿qué más podemos hacer?

Un paso es el de amar más al criminal, pero no el crimen. La verdadera compasión, la compasión que expresa la naturaleza del Cristo, es una poderosa fuerza sanadora. Puede alcanzar el más profundo pensamiento del criminal, cuando ninguna otra cosa puede hacerlo, y ayudarlo o ayudarla. Cristo Jesús demostró esto bellamente cuando “una mujer de la ciudad, que era pecadora” sintió tanto el amor que él le expresaba, a pesar de su historia, que lavó sus pies con lágrimas. Ver Lucas 7:36–50.

Desafortunadamente una frustración latente, el miedo y la ira están dominando la mayoría del pensamiento del público en lo que respecta a los criminales. Estas emociones y las acciones que resultan de ellas pueden ser como fósforos encendidos a los que se les arroja gasolina. No hacen nada para reducir el crimen, y aun puede que lo aumenten, porque no curan las causas básicas del crimen: el miedo, la frustración, la terquedad, el orgullo.

La compasión que participa de la naturaleza del Cristo no consiente a los criminales, a pesar de que el uso de ese insípido sustituto, “el consentimiento”, puede ser la razón por la cual tanta gente siente sospecha de la palabra “compasión” cuando se aplica a los criminales. Hay una inmensa diferencia entre el amor que expresa al Cristo y la sentimentalidad bien intencionada que es una carnada segura para el criminal inteligente.

El amor sanador ve todo el problema. Pero también incluye la humilde santidad que mira más allá del problema para ver al hombre espiritual y real que verdaderamente existe en donde parece estar el más empedernido criminal. El que siente este amor es más o menos como el experto en arte que puede descubrir una obra maestra bajo sobrepuestas capas de óleo. El cristiano ve más con su corazón de lo que pudiera ver jamás con sus ojos, o aun con rayos X. Aunque la comprensión que tenga de Dios como totalmente bueno y del hombre como Su idea más alta posiblemente sea poca, aunque genuina, esta comprensión despierta en cierta medida sus sentidos espirituales. Él es capaz de ver la dignidad y la pureza en donde los demás sólo ven a un despreciable mortal. Cuando este amor es suficientemente puro, puede penetrar la justificación propia que muchos criminales parecen albergar en alguna forma, tocar sus corazones y comenzar ahí mismo el progreso de regeneración que tiene que tomar lugar tarde o temprano. Dios nunca abandona a ninguno de Sus hijos, porque Dios es tanto Padre como Madre.

Mary Baker Eddy tuvo una vez una experiencia que ilustra estos puntos. Ella escribe: “Visité al asesino del Presidente Garfield en su celda, y lo hallé en el estado mental llamado idiotez moral. No consideraba el crimen que había cometido como crimen, sino como un acto de simple justicia, y que él era la víctima. Mis pocas palabras lo conmovieron; se sumió en su silla, vacilante y pálido, su petulancia había desaparecido. El carcelero me dio las gracias y dijo: ‘Otros visitantes le han traído flores, pero usted le ha traído lo que le hará bien’ ”.Escritos Misceláneos, pág. 112.

Muchos de nuestros lectores puede que no tengan contacto con criminales que están en cárceles o fuera de ellas. Puede que vivan en los tal llamados “barrios libres de crimen”, o aun en viviendas que tienen guardianes. ¿Pero no tenemos todos una responsabilidad de expresar amor fraternal, de estar conscientes del problema del crimen y de estar dispuestos a sanarlo? Por medio de la tierna compasión ejemplificada por Cristo Jesús, podemos frenar el crimen.

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