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Cimiento para el matrimonio

Del número de septiembre de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La parábola de Cristo Jesús de las dos casas — la una edificada sobre la arena y que cayó bajo la presión, y la otra sólidamente fundada “sobre la roca”, Mateo 7:24. soportando así la tormenta — ilustra bien por qué algunos matrimonios perduran y otros se disuelven. Algunos caen como la primera casa porque no están cimentados sobre una base espiritual segura. Al responder a la pregunta: “¿Qué piensa usted acerca del matrimonio?”, la Sra. Eddy dijo: “Que a menudo es conveniente, algunas veces agradable, y ocasionalmente una cuestión de amor”.Escritos Misceláneos, pág. 52. Si juzgamos por la gran proporción de divorcios que hay en muchos países, podríamos decir que el que sea “conveniente” o “agradable” o hasta “una cuestión de amor” no es suficiente para mantener unido a un matrimonio. Éstos, por cierto, son cimientos inestables.

¿Cuáles son algunos de los factores que contribuyen a una base sólida? Entre ellos, la gratitud. Podemos estar agradecidos porque como Dios es el perfecto creador de todo, Sus reflejos individualizados son completos e íntegros. Debido a que el universo está ordenado por el Principio divino, nada que sea vital para el hombre, ya sea su compleción, salud o provisión, puede faltar o extraviarse. El Alma expresa eterna e imparcialmente gozo, amor y satisfacción en todos sus hijos. La Vida divina hace que su idea, el hombre, se sienta realizada ahora mismo, y ninguna evidencia humana puede anular este hecho divino.

El reflejo de Dios incluye todo la gama de cualidades divinas, tanto las categorizadas humanamente como masculinas, como aquellas consideradas femeninas. La Biblia dice que nuestro Padre-Madre Dios creó al hombre “varón y hembra” Gén. 1:27. a la imagen divina. La comprensión de que aquellas cualidades de las que uno desea sentirse acompañado ya están presentes en nuestra consciencia y que se pueden expresar en cualquier momento, abre el camino para la demostración de nuestra compleción, ya sea que estemos solos o con otra persona. Ciertamente aniquila la mentira que dice: “No comprendo a los hombres (o a las mujeres)” elevándonos por encima de los limitativos estereotipos de “masculino” y “femenino” hacia una comprensión mutua normal, basada en la identidad espiritual.

Esto también significa que no necesitamos agregar nada a nuestra identidad; necesitamos, más bien, atestiguar el desarrollo de lo que el reflejo completo de Dios ya incluye. La Sra. Eddy escribe: “La Ciencia Cristiana presenta desarrollo y no acrecentamiento; no manifiesta una evolución material de la molécula a la mente, sino una participación de la Mente divina al hombre y al universo”.Ciencia y Salud, pág. 68. Jamás deberíamos creer que nuestra felicidad depende de circunstancias externas. La existencia humana es subjetiva; por tanto, la mejor manera de traer a nuestra vida una cualidad deseada, ya sea amor tierno, fortaleza, orden, o cualquier otra, es ver que la identidad surge de la totalidad omnipresente de Dios, entender que Dios constantemente expresa mediante el hombre toda cualidad meritoria, y demostrar esas cualidades en nuestro pensamiento y acciones. Expresar cualidades deseadas es la manera más segura de que éstas a la vez nos sean expresadas a nosotros.

Al mismo tiempo, necesitamos confiar de tal manera en el amor de Dios y en Su sabiduría que gustosamente prescindamos por completo de toda idea preconcebida sobre cómo debiera manifestarse humanamente la compañía adecuada. Por cierto que no oramos para ser transformados de un mortal soltero a un mortal casado (¡o viceversa!), como tampoco oraríamos para cambiar de un mortal enfermo a un mortal sano. Por lo contrario, la Ciencia Cristiana enseña que el hombre es siempre inmortal.

Si nos hemos dedicado verdaderamente a discernir la compleción y el sentido de compañerismo que nos ha conferido Dios, entonces podemos estar seguros de que a su debido tiempo se manifestará una relación humana apropiada. Podemos sentir la tentación de pensar que hemos estado listos durante los últimos diez años y que sencillamente no hemos encontrado todavía la persona adecuada; pero si confiadamente afirmamos que la infinita sabiduría de Dios, y no la casualidad, está dirigiendo nuestros asuntos, no seremos guiados a una relación de toda la vida, como el matrimonio, hasta que demostremos lo que se necesita para hacer de éste la bendición que debería ser. Leemos en Santiago: “Tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna”. Sant. 1:4.

Una variedad de sugestiones quisiera apartar, si las obedeciéramos, nuestra confianza de Dios. Es posible que ésta le sea familiar: “Debiera decir ‘sí’ ahora, porque no sé cuándo me volverán a preguntar otra vez”: pánico en vez de obediencia tranquila, confiada. O “Nadie se casará conmigo; soy muy_” (tímida, mandona, franca, y así por el estilo), como si cualquier rasgo de carácter humano temporario que tengamos que superar pudiera obstruir la expresión de bondad eterna. Todavía una más: “Sé que ésta es la persona apropiada, ¿por qué entonces no es correspondido mi amor?”: un deseo voluntarioso, sin corresponder, que oscurece la actividad del Amor divino, cuyos reflejos jamás dejan de amar ni de ser amados. La provisión de Dios para Su idea es maravillosa, y cuanto más pronto dejemos de alterar la situación humanamente y escuchemos confiadamente en vez la dirección de Dios, tanto más pronto estaremos conscientes de nuestra perfección permanente y veremos esa perfección evidenciarse en circunstancias humanas mejoradas.

Estemos casados o no, es importante comprender que tener un cónyuge, aun cuando él o ella sea humanamente “la persona soñada”, no resolverá nuestros problemas, no cambiará nuestra vida por entero o causará que estemos constantemente felices. Nuestra felicidad, nuestro gozo, satisfacción y ayuda provienen de la única fuente verdadera de esos elementos: Dios, la Mente suprema y divina que lo sabe, forma y gobierna todo. No es ni científico ni provechoso (para no decir injusto para con el cónyuge) identificar a un marido o a una esposa como la respuesta a todas nuestras necesidades. La mejor manera de asegurar nuestra relación con nuestro compañero es establecer en la consciencia nuestra propia relación inseparable y constante con Dios y reconocer la de nuestro cónyuge también.

Necesitamos preguntarnos: ¿Amo a mi cónyuge por las cualidades espirituales eternas que él o ella expresa de manera singular, o está mi atracción basada sobre factores temporales tales como apariencia, posición social, riqueza o cargo? Muchos matrimonios han tenido dificultades al comenzar la esposa a trabajar. Esto puede indicar que el espose había basado su matrimonio en la ejecución, por parte de su cónyuge, de una actividad temporaria como la de “ama de casa y madre”, en lugar de haberlo basado en la mezcla de cualidades eternas como la inteligencia y la actividad útil.

La humildad es esencial aquí: el reconocimiento de que hay un único Ego divino, no dos egos humanos; de que hay una Mente infinita y del todo armoniosa que provee la sabiduría para hacer decisiones sabias y asignar deberes específicos; una Mente que dirige toda actividad, vertiendo continuamente la sustancia que apoya a cada familia y el amor que la enriquece y une. La humildad nos libera no sólo de actividades estereotipadas, sino también de la dependencia egoísta, exigente y esclavizante, y de un falso sentido de responsabilidad.

Además de ser agradecidos, confiados y humildes, debiéramos también proteger y nutrir el concepto de fidelidad. Podemos saber que guardar un voto de afecto constante y fiel sólo puede enriquecer nuestro carácter porque tal afecto participa de lo divino. Ser leal a una institución que alienta la pureza y la virtud fortalece nuestra comprensión de la pureza y la bondad y eleva más nuestra demostración de estos atributos divinos.

Cimentar una fundación segura para el matrimonio es lo mismo que edificar una fundación segura para nuestra vida entera. Si basamos nuestra existencia en la eterna perfección de Dios y comprendemos que Él es el arquitecto sapientísimo del ser, moraremos en una “casa” perfectamente segura; un hogar mental bello, completo y satisfactorio, que necesariamente incluye el sentido de compañerismo humano justamente apropiado para cada uno de nosotros.

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