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Disciplina: ¿quién la necesita?

Del número de septiembre de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


• El acróbata que da un salto de 360° en la cuerda floja tendida a gran altura;

• el erudito a quien se le honra por la precisión de su conocimiento y la penetración de su intelecto;

• el pianista que capta el armonioso milagro de un concierto de Mozart;

• el astro del fútbol que lanza un pase de 27 metros con exactitud sin que sus contrarios lo detengan.

¿Qué tienen todas estas personas en común?

La libertad y el dominio excepcionales que derivan del perfecto control de sus habilidades; un control excepcional adquirido mediante una gran práctica bajo una rigurosa disciplina.

De acuerdo con las actitudes populares, disciplina no es una buena palabra y a menudo se la asocia con castigo, opresión y coerción. Sin embargo, la disciplina es un requisito de la excelencia en toda actividad exigente: las profesiones, la erudición, el atletismo, las artes creadoras y escénicas y la evaluación precisa de los riesgos comerciales. Es necesaria, también, en las relaciones humanas, pues no pocas relaciones han sido abatidas por batallas verbales indisciplinadas.

Para el Científico Cristiano la disciplina es indispensable. En su significado científico, la disciplina se basa en la espiritualidad y se arraiga en la ley o la verdad espirituales; y, por lo tanto, expresa más bien una norma espiritual que la dominación humana o la voluntad mortal. Es liberadora porque trae dominio y, por consiguiente, debería ser acogida con beneplácito.

La mente humana tiende a manifestar rasgos e impulsos indisciplinados. Para comprobarlo basta contemplar la historia de este siglo, o la prevalencia de disturbios sociales y domésticos en nuestros días. La mente humana es prolífica en rasgos malignos como la obstinación, el egoísmo, el egotismo, el orgullo, el mal carácter, el odio, la lujuria y muchos otros elementos destructivos que es necesario domeñar y expulsar por medio de la influencia sanadora del Amor divino.

El Científico Cristiano se empeña en demostrar la Ciencia del ser, que trae curación y armonía. La Ciencia de la Verdad exige la adhesión a las leyes de la Verdad y a las reglas de su práctica si deseamos demostrarla. Las conclusiones basadas en la materia deben ser combatidas, las sugestiones del mal invertidas con la Verdad, los motivos erróneos contenidos y los errores encubiertos destruidos; la consciencia humana debe unirse con las verdades sublimes del ser para conquistar la curación y la libertad. Pablo, al hablar de las armas de la milicia cristiana, dice que derriban “argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y [llevan] cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. 2 Cor. 10:5.

De acuerdo con esta idea, Mary Baker Eddy escribe: “Cada pensamiento humano debe dirigirse instintivamente a la Mente divina como su único centro e inteligencia. Mientras esto no se haga, el hombre nunca se encontrará armonioso e inmortal”.Escritos Misceláneos, págs. 307–308.

Ésta es una norma elevada. Exige disciplina y dedicación. Requiere un esfuerzo persistente y sabiamente dirigido. Aunque es posible que no alcancemos esta meta inmediatamente los resultados de la tentativa demuestran que el Amor divino responde a la oración humana y sincera de reconocimiento, negación del mal y afirmación de la Verdad. Es una tarea que se hace con alegría por el dominio y la curación que de ella dimanan.

Esta norma liberadora se aplica no solamente a nuestras oraciones, sino también a toda nuestra vida. Como dice nuestra Guía, la Sra. Eddy: “Vivir de tal manera que la consciencia humana se mantenga en constante relación con lo divino, lo espiritual y lo eterno, es individualizar el poder infinito, y esto es la Ciencia Cristiana”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 160.

Ciertamente, esta Ciencia del Cristo, que trae progresivamente el “poder infinito” al alcance de nuestro creciente entendimiento y experiencia, es algo muy precioso, es una revelación tan maravillosa en sus posibilidades que merece nuestros más sagrados esfuerzos.

Estas consideraciones arrojan nueva luz sobre el porqué de la existencia del Manual de La Iglesia Madre y el valor inestimable de que lo poseamos. En el Artículo VIII (“Instrucciones para miembros”, bajo el título “Disciplina”), por ejemplo, la Sra. Eddy nos ha dado instrucciones afectuosas, prácticas, cabales y eficaces para salvaguardar el progreso individual del Científico Cristiano. Incluye, entre otras cosas, “Una Regla para móviles y actos”, de profundo significado cristiano, y “La oración diaria”, la admonición de que nos defendamos diariamente contra las sugestiones mentales agresivas, la prohibición de hacer mala práctica, las advertencias contra la adulteración de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) y el uso de fórmulas escritas como muletillas en la curación y la enseñanza, además de varios recordatorios para que obedezcamos la Regla de Ora y amemos al prójimo.

En vista de las múltiples distracciones y presiones de la vida moderna y de los tortuosos y maliciosos esfuerzos de quienes quisieran subvertir las enseñanzas de la Ciencia Cristiana y confundir a sus seguidores, tales salvaguardias tienen un valor inapreciable para todo Científico Cristiano que anhela progresar espiritualmente.

Lo mismo puede decirse de las disposiciones del Manual que instituyen la estructura del gobierno de La Iglesia Madre y atribuyen la dirección permanente y unificadora de la Causa de la Ciencia Cristiana a La Junta Directiva de la Ciencia Cristiana. En todo el Manual figuran disposiciones que protegen sabiamente la organización de la iglesia contra la adulteración, la subversión, el abuso, las maquinaciones de la ambición y los esfuerzos de los mortales obstinados, dentro o fuera de la organización, por desmantelarla.

Si bien se establecen sabias normas para asegurar el cumplimiento del deber y la responsabilidad, lo que se destaca en el Manual es la autoridad de la ley moral y espiritual, la autoridad de las enseñanzas del Cristo, la norma de la Ciencia Cristiana. En este marco — y no en términos de poder, opinión o dominación personales — se definen todas las funciones de la iglesia y el papel de cada miembro.

Como Guía de un gran movimiento religioso originado en la revelación, la Sra. Eddy pensaba en el futuro, no sólo en años, sino en siglos, no en fragmentos, sino en todo el conjunto. Su comprensión abarcó enteramente la misión de la Ciencia Cristiana; previó lo que esa misión iba a requerir para su cumplimiento y las pruebas que la Iglesia enfrentaría. Trató de establecer la orientación y las salvaguardias espirituales necesarias. Lo percibimos en sus propias palabras: “A pesar de la sacrílega polilla del tiempo, la eternidad aguarda a nuestro Manual de la Iglesia, que mantendrá su posición como en el pasado, en medio de ministerios agresivos y activos, y permanecerá cuando ellos hayan desaparecido”.Ibid., pág. 230.

Nosotros también podemos esforzarnos por percibir todo el conjunto, no sólo los fragmentos, sino una más amplia visión de la misión total de la Ciencia Cristiana y lo que su realización implica; podemos tener, también, una visión más amplia de nuestro crecimiento espiritual individual y de lo que esto razonablemente implica. La disciplina: ¿quién la necesita? En vista de las demandas del progreso individual y colectivo, ¿acaso no la necesitamos todos?

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