Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

“... el hombre, incluso el universo...”

Del número de septiembre de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¡Qué palabras tan inspiradoras! Son de una declaración de la Sra. Eddy en su libro La Unidad del Bien: “El Espíritu es el único creador, y el hombre, incluso el universo, es Su concepto espiritual”.La Unidad del Bien, pág. 32.

La comprensión de este hecho hace accesible un enfoque infinito hacia la vida y puede cambiar completamente nuestra manera de vivir y de pensar. No hay lugar aquí para el enfoque estrecho y entumecido del “yo” mortal ni para sus malentendidos y guerras individuales.

No sólo el universo, incluso el hombre, como lo dice la Sra. Eddy con frecuencia, sino el hombre, incluso el universo. Mediante la Ciencia Cristiana este concepto del ser está al alcance de la comprensión de la humanidad ahora. Cuán inmensamente difiere este concepto del hombre de las conclusiones que se derivan de la creencia de que la materia tiene vida e inteligencia, de que el hombre es una criatura biológica que vive aprisionada en una armazón llamada cuerpo material. Este concepto considera al hombre como si fuera una partícula en la arena cósmica, rodeada de millones de otras partículas, juguetes del accidente o del destino.

En la Ciencia del ser se nos ofrece un concepto totalmente diferente. Aquí al hombre creado por Dios se le ve como la emanación — la expresión — de Dios, de la Mente, inseparable de Su universo de ideas espirituales. Este concepto del hombre, aceptado como la verdad acerca de la identidad de cada uno, significa que se está pensando más allá del sentido mortal y personal del “yo”. Significa extender nuestro amor para incluir a la humanidad y conocernos a nosotros mismos como la compuesta idea de Dios. Significa abrir las ventanas de nuestro pensamiento a toda la humanidad y derramar bendiciones sobre ella, viéndola bajo el gobierno de Dios.

A medida que despertamos a esta nueva comprensión acerca del hombre, se rompen los viejos hábitos de pensamiento que dicen a nuestras esperanzas y aspiraciones: “Hasta aquí, y no más”. Nuestros conceptos se amplían y vienen a ser más compasivos. No pueden permanecer estrechos y perpendiculares, absortos en mi salud, mi provisión, mi trabajo. Nuestra perspectiva se ensancha, se vuelve horizontal, tan ancha como el horizonte. ¡Cuán celestial es liberarse de los límites terrenales! ¡Cuán disciplinario es practicar esta libertad!

Bajo esta nueva luz nos interesamos por todas las criaturas de la tierra. Vemos, dicho en una expresión popular, cuán chico es el mundo. Nos interesamos más por sus ciudadanos, por su tercer mundo o cuarto mundo, así llamados. Cada nación deja de ser ya una mera división de colores en un mapa. Sentimos suficiente amor como para orar por la solución de sus problemas, de sus hambres y de sus guerras.

Entonces tal vez nos acordemos de los astronautas que, mirando hacia la tierra desde el espacio interplanetario, hablaron tan cariñosamente de su belleza y de nuestra necesidad de atesorarla y protegerla. Cuánto más necesitamos atesorar la visión del universo divino, que el hombre incluye. Nuestra Guía, la Sra. Eddy, nos dice: “La metafísica, no la física, nos capacita para mantenernos erguidos en alturas sublimes, contemplando el inmensurable universo de la Mente, escudriñando la causa que gobierna todo efecto, mientras nos mantenemos fuertes en la unidad de Dios y el hombre”.Escritos Misceláneos, pág. 369.

Los sentidos físicos quisieran posesionarse de este “inmensurable universo de la Mente” y materializarlo, presentando la tierra como una bola de materia que se apresura a su destrucción final. Los habitantes de esa pequeña esfera, divididos por color en cinco grupos — rojo, moreno, negro, blanco y amarillo — se supone también que estan destinados a la destrucción. Este punto de vista material acerca del hombre y de la tierra es la base de mucha de la incomprensión del mundo y de muchas de sus guerrillas y guerras.

Pero el universo de la Mente resplandece con el color del amor y está destinado a desarrollarse eternamente. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy explica: “De los elementos infinitos de la Mente única emanan toda forma, color, cualidad y cantidad, y éstos son mentales, tanto primaria como secundariamente. Su naturaleza espiritual se percibe sólo por medio de los sentidos espirituales”.Ciencia y Salud, pág. 512.

Mediante estos sentidos espirituales, comprendemos que no tenemos por qué ser meros espectadores. Podemos ayudar a resolver los problemas del mundo. La Sra. Eddy nos lo asegura con estas inspiradoras palabras: “Los actores del mundo cambian las escenas del mundo...” Message to The Mother Church for 1902, pág. 17. Como Científicos Cristianos, sabemos que la fuente de todo pensamiento verdadero es la Mente misma, que el pensamiento verdadero procede de la Mente como idea, con poder infinito. Cuando pensamos científicamente — cuando reflejamos esta Mente — nuestro pensamiento actúa como catalizador para sanar y bendecir a las naciones.

Hace siglos, un centurión romano reconoció este poder del pensamiento. Vino a Cristo Jesús para pedirle que sanara a su criado. Vio que él mismo, con su palabra de mando, podía poner en movimiento a cien hombres en un instante. Y reconoció que la palabra de Jesús estaba dotada de poder. Jesús se maravilló de su humildad y fe, y le dijo: “Ve, y como creíste, te sea hecho”. Y la Biblia nos dice que “su criado fue sanado en aquella misma hora”. Mateo 8:13.

¿Estamos suficientemente agradecidos por el cristiano por excelencia? Lo que su vida nos mostró es una maravilla de infinitud. Jesús amaba a todo el mundo; sus palabras finales a sus discípulos fueron las de predicar el evangelio a toda la humanidad. Él no fue un hombre limitado al tiempo o al espacio. Fue un hombre de eternidad e infinitud. Él vivió en la grandeza del ahora. Y nos dio vislumbres radiantes de lo que es el ser, ampliando nuestro concepto de las posibilidades del hombre. Alimentó a las multitudes y apaciguó una tormenta. Pasó por en medio de un gentío enfurecido sin ser visto e ileso, y sanó a los enfermos instantáneamente.

¿Cómo podemos participar nosotros en este concepto expansible acerca del hombre como nos lo revela el Cristo? Ciencia y Salud nos da esta declaración vivificante: “El hombre es la idea del Espíritu; refleja la presencia beatífica, llenando el universo de luz”.Ciencia y Salud, pág. 266. ¿Estamos iluminando nuestro mundo y universo con la luz de la divinidad, derramando sobre ellos curación y bendición? Ya sea que estemos tratando con la familia, los amigos o la humanidad, podemos mentalmente separar de ellos cualquier indeseable rasgo de carácter que parezcan expresar y reemplazarlos con hechos espirituales, con la verdad del ser. Ésta es una experiencia “íntima” que todos podemos vivir. Es un trabajo “a solas”. Se relaciona con nuestro modo de pensar y de sentir. ¿Qué estamos incluyendo en nuestro universo, en nuestra consciencia?

Podemos estar seguros de que este trabajo espiritual en bien del mundo, que discierne el universo de Dios en toda su belleza y armonía, tendrá resultados definitivos e inmediatos. Tenemos que creer, y creemos, lo que afirmamos, y respetamos la verdad que expresamos. La expresamos no para hacerla verdadera, sino porque ya es verdadera.

El mundo está en la palma de nuestra mano hoy en día. ¡Qué bendición puede ser para este mundo una consciencia iluminada! Cual un rayo laser de Verdad, penetra a través de la niebla de la indecisión, confusión, desgobierno, y revela la perfección de la Mente, el reino del Espíritu.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / septiembre de 1981

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.