Hace muchos años mi esposo me dejó con cinco niños pequeños. Él había contraído grandes deudas en su negocio, y nuestras deudas personales también eran alarmantes. Estos problemas, unidos a la responsabilidad de una familia grande, parecieron anonadarlo.
Puesto que ya no pude pagar el alquiler de la casa en la cual vivíamos, se me pidió que nos mudáramos. Apenas tenía suficiente dinero para alimentar a la familia. El temor y una terrible pena me embargaban. Hacía unos cuatro años que yo había recibido instrucción en clase en la Ciencia Cristiana, y sabía que podía recurrir a Dios y siempre encontrar respuesta.
Encontré un pequeño apartamento que necesitaba muchos arreglos pero me sentí feliz de encontrarlo. La primera noche que pasé allí fue insoportable. Lloré y oré con desesperación, y recordé una y otra vez la oración de Cristo Jesús antes de su crucifixión (Mateo 26:39): “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”. Temprano en la mañana, encontré la paz. No sabía de qué manera conseguiría comida o dinero para el día siguiente, pero me sentí segura de que habría una respuesta a estas necesidades.
Me había casado después de estudiar tan sólo un año en la universidad, y no tenía ninguna experiencia profesional. Fui guiada a poner un anuncio en un periódico, ofreciendo mis servicios para cuidar niños. Encontré otros trabajos que me permitieron estar en casa cuando mis hijos llegaban de la escuela. En tres años ya había pagado todas nuestras deudas.
Finalmente, me hice enfermera práctica de la Ciencia Cristiana, y con el pasar de los años me fue posible comprobar la siguiente aseveración hecha por la Sra. Eddy (Ciencia y Salud, pág. 444): “Paso a paso hallarán los que en Él confían que ‘Dios es nuestro refugio y fortaleza; socorro muy bien experimentado en las angustias’ ”. La fuerza espiritual que descubrí durante esos años nunca me ha abandonado. Aprendí a perdonar y a destruir la creencia en la soledad y en lo inadecuado de mi preparación. También recibí bendiciones de curaciones físicas, y fui testigo de muchas otras.
Después me casé con un hombre con el cual comparto muchos intereses. Los dos nos sentimos agradecidos por este compañerismo. Por medio de la Biblia, Dios nos dice (Joel 2:25): “Y os restituiré los años que comió... la langosta”. Siento que para mí esto ya se ha cumplido.
Estoy verdaderamente agradecida a la Sra. Eddy, a nuestro Maestro, Cristo Jesús, y a todos los Científicos Cristianos que están comprobando que Dios es Amor y que por medio de esta comprensión mayor acerca de Él, todos nuestros problemas pueden ser resueltos.
Grass Valley, California, E.U.A.
 
    
