En una época cuando mi esposo padecía de una seria y dolorosa enfermedad, yo le daba inyecciones diarias de morfina para aliviar su sufrimiento. Entonces el médico lo declaró adicto a la morfina y se negó a prescribir otra receta, en un esfuerzo por obligar a mi esposo a ir al hospital para recibir tratamiento. No parecía haber otra solución.
Unos años antes, a mi esposo le habían operado un riñón. Ahora el otra riñón mostraba señales de la misma enfermedad, complicada con tuberculosis de los riñones e intestinos. Pero mi esposo se negaba a ser hospitalizado.
Mis padres, quienes habían estado estudiando Ciencia Cristiana por poco tiempo y que habían experimentado algunas hermosas pruebas de su poder sanador, recomendaron que mi esposo llamara a un practicista de la Ciencia Cristiana. Este hombre oró por mi esposo, y también le pidió que fuera a una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana a pedir prestada una Biblia, un ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, y el último número del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, de modo que él pudiera comenzar a estudiar la Lección Bíblica para aprender más sobre la Ciencia Cristiana.
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