Cuando cursaba el penúltimo año de la escuela secundaria, me salió una protuberancia en un pie que me impedía caminar normalmente. Al caminar cojeaba pues sólo usaba los dedos del pie porque no podía apoyarlo completamente. En esa época, mi hermana (con quien vivía) y yo hicimos mucho trabajo de oración en la Ciencia Cristiana, y como resultado pude terminar el año lectivo.
A principios del verano fui a un gran picnic con amigos de mi hermana y de su esposo. Para ese entonces creímos prudente vendar el talón. Mientras estaba sentada mirando nadar a los demás en la pileta, un señor del grupo vino a sentarse a mi lado. Me preguntó por qué no estaba nadando, y le dije que me dolía el talón. Me dijo si podía ver el pie, y se lo permití. (No supe hasta después que era uno de los mejores médicos de la ciudad.) Cuando terminó de examinar el pie, diagnosticó que se trataba de un tumor y dijo que el mal se había extendido a la pierna y posiblemente a todo el cuerpo. Me recomendó que fuera a su consultorio a la mañana siguiente.
En lugar de hacerlo, a la mañana siguiente mi hermana y yo fuimos a la oficina de una practicista de la Ciencia Cristiana, quien accedió a apoyar nuestros esfuerzos por medio de la oración y el estudio.
Sin embargo, no se veía ninguna mejoría en el pie. A decir verdad, el dolor se hizo tan intenso que finalmente tuve que guardar cama, y casi no podía soportar el roce de las sábanas en el pie. Durante ese tiempo, leí de principio a fin Ciencia y Salud por la Sra. Eddy y mantuve estrecha comunicación con la practicista.
Una tarde crucé el pasillo literalmente saltando en un pie para ir al baño con la intención de ponerme agua caliente sobre el pie para calmar el dolor. Pero me sentí tan desalentada que me senté en el borde de la bañera y me puse a llorar. Mi hermana me escuchó llorar y vino a consolarme.
Le dije que quería ir a ver aquel doctor para que me operara. Sentía que no podía resistir más el dolor. Ella puso una silla a mi lado y sentándose tomó mi pie en sus manos, algo que normalmente yo no hubiera soportado, excepto que esta vez ya no me importaba nada. Todavía estaba llorando cuando miré a mi hermana y me di cuenta de lo que hacía. Me dije: “Está orando. Lo menos que puedo hacer es tranquilizarme y dejar de llorar”. Así lo hice. Entonces, a los pocos momentos el tumor de mi talón se cayó en sus manos. Y ese fue el final. Inmediatamente bajé las escaleras corriendo para mostrarle a sus dos hijas que podía caminar otra vez. Después subí corriendo y me puse unos zapatos nuevos de taco alto que no había podido usar antes. No hubo convalescencia. La curación fue completa en ese instante.
Más tarde pregunté a mi hermana a qué verdad se había aferrado en el momento de la curación. Me dijo que había pensado en David y Goliat y en cómo David había matado al gigante. “Entonces dijo David al filisteo: Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos.. . Así venció David al filisteo con honda y piedra; e hirió al filisteo y lo mató, sin tener David espada en su mano” (1 Samuel 17:45, 50). Ella comparó la espada con el bisturí de un cirujano, y se dio cuenta de que Dios — el poder que había vencido al gigante en la experiencia de David — estaba presente ahora para matar al Goliat contra el que habíamos tratado de pelear en forma personal durante tanto tiempo. El cambio físico se produjo al reconocer la omnipotencia de Dios.
Estoy muy agradecida por esta curación; a través de los años ha sido como un faro para toda nuestra familia.
Redondo Beach, California, E.U.A.
