Hace algunos años, mi esposa y yo regresamos a nuestra casa una noche y encontramos que la llave de la puerta de entrada había desaparecido de mi llavero y, por consiguiente, no podíamos entrar en la casa.
Decidí usar una escalera para subir al techo. Una vez allí, encontré que podía remover algunas tejas y así entrar en el ático. Esto hice, y comencé a buscar una puertecilla que había en el piso. La levanté y me preparé para descender hasta al piso siguiente, que quedaba a una distancia bastante grande. Al tratar de descender, repentinamente la puerta se cerró sobre mis dedos y quedé suspendido del techo. No había nada que pudiera hacer para pedir ayuda porque mi esposa estaba todavía fuera de la casa cerrada.
En esa época yo pesaba más o menos noventa kilos, de manera que la tracción sobre las manos era terrible. El dolor era tan agudo que persistentemente tuve que reclamar que la Mente inmortal está siempre consciente y que como el hombre de Dios, yo reflejaba esa Mente. Oré para saber qué debía hacer. Luego esperé y escuché. Vino el pensamiento de moverme hacia los lados, empujar hacia arriba y liberar la mano derecha. Casi exclamé en voz alta: “¡Qué idea más loca! Escasamente soporto el estar aquí colgando de las dos ¿cómo es posible que pueda suspenderme de una sola?” Pero de nuevo me vino el mismo pensamiento — esta vez con más fuerza que antes — de moverme hacia los lados, empujar hacia arriba y liberar la mano derecha. Mi posición no me permitía discutir, de modo que hice exactamente eso. En un instante mi mano derecha quedó libre.
Con una mano libre pude voltearme, y al hacerlo me di cuenta de que había una puerta abierta cerca de mí. Otra vez esperé para pedir que Dios me guiara. La acción más inteligente en ese momento pareció ser la de balancearme bajo el marco de la puerta y luego colocar las piernas sobre la parte superior de la puerta. En ese momento las siguientes palabras de Cristo Jesús tuvieron un profundo significado para mí (Juan 5:30): “No puedo yo hacer nada por mí mismo”. Con mayor humildad de la que hasta entonces había sentido, oré: “Padre, necesito Tu ayuda”.
En ese instante me sentí como si no pesara absolutamente nada, como si algo me estuviera levantando suavemente, pasándome bajo el marco de la puerta y colocando las piernas sobre ella. No tuve que hacer absolutamente ningún esfuerzo. Después de esto pude agarrarme de la puerta con la mano derecha, y liberar la izquierda. Tranquilamente se me ocurrió deslizar las piernas por la puerta para descender al suelo. Lo hice, y lágrimas de gratitud me corrieron por la cara mientras fui a abrir la puerta para que entrara mi esposa.
Al ver el estado en que me encontraba, el primer pensamiento de mi esposa fue el de lavar la sangre de mis manos. Pero yo le pedí que más bien llamara a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara. Así lo hizo inmediatamente, y muy pronto estuve completamente calmado.
Más o menos en un día la mano derecha sanó por completo. Las cortaduras y magulladuras sufridas en la izquierda sanaron en una semana. Poco tiempo después los tendones volvieron a la normalidad, y pude estirar los dedos. No me quedó ninguna cicatriz. Durante ese tiempo pude continuar con mi trabajo sin interrupción.
Esta curación me convenció de que no hay ninguna condición o situación aparentemente desesperada que no pueda ser corregida por medio de la oración fervorosa en la Ciencia. En casos extremos podemos volvernos de manera natural y con todo el corazón a Dios.
¡Cuán agradecidos estamos mi familia y yo por los practicistas y por todas las bendiciones que hemos recibido por medio del estudio de la Ciencia Cristiana! Estoy también sinceramente agradecido porque nuestros cuatro nietos están aprendiendo estas maravillosas verdades en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana.
Johannesburgo, Transvaal, República de África del Sur
Todavía me asombro cuando miro la puertecilla y recuerdo la maravillosa liberación de mi esposo.
También quiero expresar gratitud por la curación de una fractura en la muñeca. Aun cuando llevé mi brazo en cabestrillo por un tiempo, confié totalmente en la Ciencia Cristiana para la curación. Después de un tiempo, pude dejar el cabestrillo, y el brazo y la mano volvieron a la normalidad gradualmente.
Durante una conferencia de Ciencia Cristiana obtuve completa libertad; sentí como si la conferencia hubiera sido dictada especialmente para mí. Durante la conferencia percibí que la Ciencia Cristiana cura, ¡completamente y ahora! Hasta entonces me había molestado usar mis anillos. Entonces pensé: “Si esto es cierto, debo poder usar mis anillos en esta mano”. Cambié entonces los anillos de una mano a la otra, e inmediatamente quedó restablecido el uso de la muñeca, el brazo y la mano. ¡Hubiera querido levantarme y gritar de alegría!
Doy mis sinceras gracias a los practicistas y conferenciantes que de manera tan desinteresada sirven a la Causa de la Ciencia Cristiana. También estoy profundamente agradecida a Dios por Cristo Jesús, y a su seguidora, la Sra. Eddy, que explicó la Ciencia de Cristo, la Verdad.