El tratamiento puede ser más eficaz y la curación más sustancial si algo ocurre en el pensamiento del sanador y de la persona que pide ayuda antes de su primera comunicación. En la Ciencia Cristiana, el contacto entre paciente y practicista (ya sea por medio de una carta, un llamado telefónico o una visita a la oficina del practicista) debiera ser una demostración por parte de ambos de la dirección de la Mente. Esta relación es tan importante que merece ser inspirada por Dios y no ser simplemente una cuestión de conveniencia, comodidad o preferencia personal. Esta orientación puede ocurrir en un momento; algunas veces, sin embargo, puede exigir una consideración muy profunda.
Es natural en un practicista orar regular y perceptivamente por su propio trabajo. Es probable que esa atención por el trabajo de curación incluya el espíritu de estas palabras de Cristo Jesús: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí.. . Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere”. Juan 6:37, 44. El sanador cristiano anhela genuinamente escuchar atentamente la orientación de Dios y seguir Su dirección al aceptar y dar tratamiento a los casos que se le presentan. El practicista está consciente de lo dispuesto por la Sra. Eddy en el Manual de La Iglesia Madre, que deja a juicio del practicista la aceptación de un paciente. Ver Man., Art. XXVII, Sec. 4
La preparación para la relación entre practicista y paciente, sin embargo, no es unilateral. El paciente tiene que hacer su parte. En realidad, ya hace bastante cuando reconoce que un llamado o una visita no son meramente actos rutinarios o mecánicos. De hecho, cada llamado debiera provenir de un impulso divino, una disposición a confiar en la orientación de la Mente divina, lo mejor que su entendimiento y capacidad le permita.
Hacer una pausa y orar por un momento nos obliga a ir más allá de razonamientos humanos limitados como: “Bueno, siempre he llamado antes a esta persona”, o “Me imagino que, en realidad, no importa a quien llame”. Por supuesto que importa. Su llamado es muy importante. Es muy posible que el paciente sea guiado a llamar a quien ha solido llamar antes. Pero si se comunica con el practicista porque verdaderamente ha sido guiado a hacerlo y no por simple hábito, el caso ya estará sobre una base más sólida.
Mientras que el paciente, por supuesto, selecciona específicamente a quien siente que será el practicista apropiado, puede hacer su elección confiando en lo que asegura la Sra. Eddy: “Dios escoge para la misión más alta al que haya progresado a calificaciones tales para desempeñarla que cualquier abuso de esa misión se hace imposible”. Y más adelante, ella explica: “Cuando Él comisiona a un mensajero, es alguien que está espiritualmente cerca de Él”.Ciencia y Salud, pág. 455.
Elegir a alguien para el elevado servicio de dar tratamiento en la Ciencia Cristiana no debe ser motivo de incertidumbre, incluso si uno es un neófito en la Ciencia y nunca ha pedido a otro que ore por él. La clave radica siempre en nuestro deseo de ser guiados por Dios, de ser guiados por la Mente divina única. Cuando tenemos la motivación apropiada, es decir, cuando deseamos verdaderamente obtener la relación más provechosa y espiritualmente inspirada, comenzamos a sentir seguridad acerca de la decisión.
Existe una situación absolutamente única para este procedimiento de elegir y aceptar. Mientras que muchos campos de ayuda profesional son competitivos — una pugna en la búsqueda de clientes en la que unos ganan y otros pierden —, el trabajo de curación en la Ciencia Cristiana se ubica en una esfera completamente distinta. Los Científicos Cristianos sienten un profundo respeto por la práctica de la curación. Esta actividad es el núcleo primordial del movimiento de la Ciencia Cristiana y cuenta con el amplio apoyo y la oración de sus adherentes. Así, en cierto modo, todo el que ama la Ciencia divina está contribuyendo a fortalecer el éxito en la curación y la relación entre practicista y paciente que, a veces, ésta incluye.
En cada caso, Dios es la fuente de la curación. El que practica la curación por la Verdad sabe esto y se empeña en confiar, sin reservas y de manera científica, en el Principio divino como el poder sanador y omnipotente en cada caso. La confianza del paciente en Dios aumentará de manera natural como resultado del tratamiento científico. Tanto el practicista como el paciente pueden confiar en que el Amor divino les revelará la correcta relación entre paciente y practicista así como la percepción espiritual necesaria para la curación. El practicista alienta, en el pensamiento del paciente, un reconocimiento más claro de que la creación de Dios es espiritual y no material, que la identidad del hombre no es mortal y que el hombre refleja la inmortalidad de la Mente.
Toda vez que un individuo establece una relación de sagrada confianza con otro, surge un importante privilegio y obligación: a ambos corresponde cultivar la certidumbre de que ese vínculo lleva la bendición derivada del deseo de entregarse a la guía de Dios.
