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La Iglesia: ¿por qué?

Del número de enero de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una de las cosas atrayentes de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) es que nos presenta un nuevo enfoque y nuevas vistas de todo lo que nos rodea, cumpliendo así con la descripción dada por el Apóstol Pablo de lo que ocurre cuando uno acepta al Cristo: “He aquí todas [las cosas] son hechas nuevas”. 2 Cor. 5:17. Esto es ciertamente aplicable al concepto que abrigamos acerca de la Iglesia de Cristo, Científico, seamos o no miembros de ella.

La actitud popular de hoy en día está impregnada de una buena dosis de escepticismo y desencanto acerca de la manera en que las organizaciones funcionan, y de una sensación de que éstas son una carga. Muchas personas han aceptado la noción de: “No necesito de la organización. Quiero hacer las cosas por mi propia cuenta”. No obstante, cuando contemplamos nuestra iglesia con percepción espiritual, la actitud antes descrita nos parece, francamente, un tanto frívola porque nuestra iglesia es totalmente diferente — en origen, en naturaleza y en acción — de cualquier otra institución humana.

Origen: Nuestra iglesia fue fundada por Mary Baker Eddy como parte indispensable y permanente de la misión a la cual ella dedicó su vida: la de dar al mundo el Consolador, la Ciencia divina. No es sencillamente otra institución humanamente concebida. Mientras más se aprende sobre el espíritu y la práctica de la Ciencia Cristiana, más se percibe que la Sra. Eddy fundó la iglesia mediante la oración, la demostración y la dirección divina, que partían de la revelación.

Naturaleza: El propósito de la iglesia es promover el desarrollo espiritual, y la facultad para hacer demostraciones, de toda persona que se acerca a ella. ¿Qué otra institución humana tiene un propósito de tanta importancia para usted y para mí?

Acción: En el corazón mismo del cristianismo — y de la Ciencia Cristiana — se halla la declaración de Cristo Jesús: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Juan 3:3. Este nuevo nacimiento significa, en las palabras de Pablo, despojarse “del viejo hombre” y revestirse “del nuevo”, algo que Pablo mismo logró llevar a cabo en medida extraordinaria mediante la gracia de Dios, la acción transformadora del Cristo y mediante su propia receptividad.

Del mismo modo, cada uno de nosotros experimenta este nuevo nacimiento a medida que nos despojamos de características mortales destructivas y dejamos que esté en nosotros aquella Mente que estaba en Cristo Jesús; Ver Filip. 2:5. a medida que vencemos rasgos indeseables de carácter y los reemplazamos con el amor y la gracia de Dios; a medida que desarraigamos y destruimos los elementos pecaminosos de la naturaleza humana y demostramos que nuestra verdadera identidad es el hombre puro e impecable de la creación de Dios. En pocas palabras, el nuevo nacimiento significa redención, reforma, regeneración: la transformación del concepto actual que tenemos de las cosas, el abandono de una personalidad mortal pecadora y la aceptación de la individualidad espiritual del hombre creado a la imagen de Dios.

¿Qué papel desempeña la iglesia en todo esto? Pone de manifiesto que Dios nos exige dar los pasos necesarios para el nuevo nacimiento. Nos provee valiosas oportunidades para enfrentar y vencer características mortales negativas en nosotros mismos y en otros. Nos presenta pruebas inapreciables para avaluar nuestro desarrollo que, cuando las aceptamos, acrecientan y fortalecen nuestra talla espiritual. Alimenta nuestro progreso espiritual.

Un ejemplo profundamente conmovedor de todo esto aparece en la narración bíblica de la Última Cena. En aquella ocasión — después de haber estado el Maestro enseñándoles durante tres años, y con la tremenda prueba de su juicio y crucifixión aguardándole — los discípulos empezaron a disputar sobre quién habría de ser el mayor. Un erudito en asuntos bíblicos infiere, basándose en la respuesta de Jesús, que ninguno de los discípulos estuvo dispuesto a rebajarse sirviendo la cena a los demás. J. R. Dummelow, ed., A Commentary on the Holy Bible (Nueva York: Macmillan Publishing Co., 1936), pág. 797. ¡Qué espectáculo más desconsolador!

Pero con su gran amor y paciencia, el Maestro convirtió toda la situación en una de las más memorables y gloriosas lecciones espirituales de todo su ministerio. En palabras cuyo ejemplo podemos esforzarnos por seguir, les dijo: “Yo estoy entre vosotros como el que sirve”. Lucas 22:27.

Luego, después de terminada la cena, hizo lo que no fue hecho antes de la misma como era la costumbre. Tomó un lebrillo y una toalla y lavó los pies de los discípulos, tarea ésta usualmente reservada para los esclavos. Ver Juan 13:1–15. ¿No fue el propósito de esta acción alentarlos a amarse los unos a los otros?

¿No nos presenta cada experiencia la oportunidad, y el medio, para contrarrestar el mal con la Verdad y el Amor, igual que lo hizo el Maestro? Tal vez descubramos en otros —¡o en nosotros mismos!— ambiciones y motivos egoístas; podemos vencer estos elementos de la mente mortal depositando nuestra confianza en el amor transcendente con que el Cristo abraza a la humanidad. Quizás nos parece que tenemos enfrente un punto de vista limitado que exaspera; ¡qué gran oportunidad nos presenta esto para crecer (y con sabiduría ayudar a otros) mediante la oración tranquila y confiada que aporta luz y mueve montañas! Así sucede con los chismes, la crítica, el antagonismo, el orgullo; ¡qué mejor prueba de nuestra propia demostración progresiva de amor sabio y generoso! Toda dificultad relacionada con la organización se puede convertir en una oportunidad para crecer en paciencia, humildad y mansedumbre, gracia y dominio espiritual, cuando la Verdad se comprende y se practica fielmente en su Ciencia.

Nuestra gran Guía, la Sra. Eddy, nos dice: “El hombre es la expresión del ser de Dios”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 470. Todo Científico Cristiano anhela expresar más plenamente este verdadero estado e identidad del hombre. Para ser “expresión”, ¡tenemos que expresar! Y para expresar, tenemos que compartir, con humildad, lo que tenemos para compartir: nuestra inspiración, nuestras oraciones, nuestro amor, y hacer lo mismo con todas las cualidades que Dios ha otorgado al hombre. Es posible que esto no sea tan fácil hacerlo en el aislamiento. Nuestra participación en la iglesia nos provee la oportunidad para hacerlo y para apresurar nuestra emancipación de los fardos de la personalidad mortal.

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