Elías, el profeta, se había estado hospedando en la casa de una viuda en Sarepta durante la larga sequía que él había profetizado al rey Acab. De acuerdo con la promesa de Jehová, había alimento en abundancia para toda la casa de la viuda.
Un día el hijo de la viuda enfermó y murió. Pero Elías no se dejó engañar por la evidencia de muerte. Siendo un verdadero profeta, él vio la situación desde un punto de vista espiritual. Llevó al niño al aposento alto. Éste era la habitación de Elías en lo alto de la casa, pero también podemos pensar en el aposento alto como representando la consciencia del Espíritu. Mientras moraba en esta consciencia verdadera, Elías debe de haber vislumbrado la naturaleza sin fin de la Vida, Dios. Dios es la Vida del hombre. Y así como Dios no tiene fin, así la Vida no termina. La Vida es continuamente reflejada por el hombre. Lo que Elías percibió de estos hechos, le permitió revivir al niño y devolverlo a su madre. Fue pues Elías la primera persona en la Biblia que resucitó a los muertos. Su discípulo, Eliseo, también resucitó y devolvió a una madre el hijo que se le había muerto. Ambos profetas eran precursores dignos del Mesías, quien no sólo resucitó a los muertos, sino que él mismo venció a la muerte.
Posteriormente Dios le dijo a Elías que fuera a ver a Acab y anunciara el fin de la sequía: “Vino palabra de Jehová a Elías en el tercer año, diciendo: Vé, muéstrate a Acab, y yo haré llover sobre la faz de la tierra”. 1 Reyes 18:1. Acab no estaba muy contento cuando vio a Elías y le saludó diciendo: “¿Eres tú el que turbas a Israel?” V. 17. Pero Elías a su vez acusó a Acab y lo denunció por su transgresión al abandonar a Dios y venerar ídolos. Elías sintió que había llegado el momento de desafiar a los falsos profetas de Baal y exponer la impotencia de los ídolos ante todo el pueblo de Israel.
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