¿Nos estamos comunicando? Consciente o inconscientemente, verbal o silenciosamente, lo hacemos todo el tiempo. Pero ello implica mucho más que meras palabras.
¿Y qué es lo que esto involucra? Actitudes. La mayor parte de lo que se transmite no se hace tanto por medio de palabras, sino por lo que está en el fondo de nuestro pensamiento, y por la manera en que nos comunicamos. Cuán importante es, entonces, modelar nuestro pensamiento constantemente en conformidad con lo que Dios, el Amor divino, sabe, y dejar que este conocimiento sea nuestro conocimiento. ¿Y qué conoce el Amor? Conoce nuestro ser verdadero, la realidad de cada idea individual en la Mente.
Cuando genuinamente reconocemos que la verdadera identidad de cada persona es la representación de lo que el Amor conoce, la estamos amando verdaderamente. Este amor se percibe y permite que expresemos nuestros pensamientos de la manera más eficaz. Aun cuando los puntos de vista expuestos sean diferentes, prevalecerá lo justo y el respeto mutuo, si predomina el amor.
Para conocer y amar al hombre verdadero, y así aumentar nuestra habilidad para comunicarnos, necesitamos conocer a Dios. Cuando la definición de Dios en Ciencia y Salud, por la Sra. Eddy, es espiritualmente comprendida, obtenemos una mayor comprensión de Su naturaleza: “El gran Yo soy; el que todo lo sabe, todo lo ve, que es todo acción, sabiduría y amor, y que es eterno; Principio; Mente; Alma; Espíritu; Vida; Verdad; Amor; todo sustancia; inteligencia”.Ciencia y Salud, pág. 587.
Razonando desde esta definición científica, percibimos que la inteligencia y afecto que necesitamos expresar son en realidad espirituales, son cualidades de Dios. Proceden de la Mente que es Amor, y no de la personalidad humana o del cerebro. Siendo el hombre la expresión misma del ser de Dios, cada persona refleja la imagen total de los atributos divinos, a saber: sabiduría, inteligencia, integridad, amor, y mucho más. A medida que espiritualmente discernimos lo que Dios es y Su relación con el hombre, establecemos la verdadera comunicación. La Sra. Eddy lo explica en una frase: “La comunicación va siempre de Dios a Su idea, el hombre”.Ibid., pág. 284.
Esta comunicación es sencilla. Fluye de la única consciencia divina y es expresada individualmente. Y no hay lugar para “comunicaciones interrumpidas”.
¿Y qué hacer cuando tenemos que dirigirnos a una persona que parece no estar dispuesta a escucharnos? Antes de decir palabra alguna, debemos recordar lo que Dios sabe acerca de ella. Podemos silenciar las opiniones humanas y escuchar con toda humildad a que el Amor nos comunique la realidad espiritual acerca de Su hijo. En el universo de Dios no existen expresiones obstinadas, ni mentes mortales voluntariosas. Lo que puede parecernos así, es un punto de vista tergiversado, no la realidad. Escuchando al Amor, descubrimos lo que de otra manera está mas allá de nuestra visión: el gobierno total del Amor sobre Su creación.
Ya sea que tengamos que comunicarnos con un niño pequeño o una persona mayor, con un párvulo o una persona con su doctorado, podemos probar que la misma ley de armonía es soberana. Comprendiendo la omnipresencia del Amor, derribamos las barreras. Podemos conversar tan cómodamente con un extraño como con un amigo, y no sentir presión alguna cuando tengamos que hablar, ya sea ante una audiencia numerosa, un grupo pequeño de personas o una sola persona.
Esto lo aprendí por experiencia propia en la universidad cuando tuve que hacer mi práctica para enseñar. Pensamientos de incapacidad, además del temor a los estudiantes y a mis superiores, contribuyeron a que sintiera el deseo de renunciar a la enseñanza. Pero esto era imposible si es que quería graduarme, por tanto, recurrí a Dios en oración con toda sinceridad.
Las palabras de un poema por la Sra. Eddy expresaban la esencia de mi oración:
La colina, di, Pastor,
cómo he de subir;
cómo a Tu rebaño yo
debo apacentar.
Fiel Tu voz escucharé,
para nunca errar;
y con gozo seguiré
por el duro andar.Himnario de la Ciencia Cristiana, Himno No. 304.
Mi “colina” ciertamente parecía escarpada. Pero recibí la respuesta: ama. Yo sabía que podía amar, pero no veía cómo el amor podía ayudarme a ser una buena maestra. Bien pronto lo descubrí.
A medida que observaba a los estudiantes con su maestra titular, me di cuenta de que un conocimiento sólido de la materia era sólo el principio de la enseñanza. El próximo paso, de suma importancia, era comunicar ese conocimiento. Este proceso evolucionó naturalmente en una atmósfera de afecto y respeto mutuo, que destacó el propósito único del amor en la comunicación, la enseñanza y todos los aspectos de la vida.
Muy pronto descubrí que amar a cada estudiante significaba sentir un aprecio genuino por su expresión singular de Dios. El poseer un conocimiento del hombre como la manifestación del Amor, me capacitó para hallar la manera adecuada de llegar a cada estudiante, a pesar de las diferentes actitudes hacia la educación. Aun cuando problemas de disciplina amenazaban perturbar la clase, recordé que Dios conoce a cada uno de Sus hijos como espirituales, expresando actividad ordenada, habilidad ilimitada y total receptividad del bien. Desde una base espiritual, no se trataba de una mente mortal pequeña que se esforzaba por comunicar información a otras mentes mortales, sino el Amor divino comunicándose con su idea.
Durante una hora individual de estudio, un joven, riéndose, dijo que no pasaría la materia de estudios sociales debido a su inhabilidad para hacer los deberes asignados. Nunca se le había considerado un buen estudiante, y pensaba abandonar sus estudios tan pronto como fuera posible.
Sin hablar mucho sobre ello, me dirigí hacia su escritorio y le pedí que me dejara ver lo que se le había asignado. Juntos trabajamos punto por punto hasta que todo el proyecto estuvo terminado. Él y sus compañeros se maravillaron al ver los resultados. Yo no había hecho el trabajo por él, tampoco lo había sermoneado, sino simplemente reconocí que el hombre es la expresión misma del conocimiento inteligente de Dios. El reconocer en silencio y afectuosamente la identidad espiritual del hombre fue de gran ayuda. Finalmente, el estudiante terminó el curso con éxito.
El Amor divino fue el profesor, dirigiendo a mis alumnos y a mí. Esta comprensión me liberó de la presión y de la falsa responsabilidad. Además otros pudieron ver la armonía, incluso mis superiores a quienes antes temía; uno de ellos expresó su deseo de enseñar mi técnica al resto del profesorado. Pero mi “técnica” no era en sí una técnica especial, sino la manifestación de mi creciente entendimiento de la verdadera comunicación.
En un mundo lleno de tecnología avanzada y complejos sistemas de comunicación, se ve claramente que todavía hace falta lograr tal entendimiento. Cristo Jesús nos reveló el origen de toda comunicación, pues dijo: “Yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar”. Juan 12:49. Como resultado, su palabra fue sencilla, pero inspirada, directa y llena de confianza. Siempre expresó lo correcto en el momento oportuno, porque sus palabras comunicaban la idea espiritual que imbuía su pensamiento, sanando y espiritualizando a la humanidad, y es imposible leerlas sin percibir el profundo amor que las impulsaba.
Cualquiera que sea la circunstancia, podemos permanecer serenos y escuchar lo que el Amor nos está diciendo. Cuando lo que comunicamos refleja lo que escuchamos del Amor, será sin duda eficaz, ya sea que lo expresemos por medio de una sonrisa, un suave toque, un tono de voz compasivo o por medio de tiernas palabras. El Amor divino ilumina la consciencia con la verdad, y esta luz se transmite, aun sin palabras.
En resumen, el Amor se comunica. Y el Amor sana.
